La pandemia planteó desafíos inéditos. En este proceso de aprender sobre la marcha se cometieron muchos errores. De todas formas, ya se acumulan evidencias de que hay grandes diferencias entre países. Tanto en términos de proteger la salud de la población frente a la epidemia, como en términos de reducir los daños productivos y sociales que produjeron las medidas de aislamiento.
Son muchos los factores que explican desempeños tan dispares, pero uno de fundamental importancia es la calidad del gerenciamiento público. En este sentido, en el Cono Sur se presentan experiencias muy sugerentes. Por un lado, Chile donde el rol del Estado es más subsidiario respecto al rol del mercado en la organización económica y social. Por el otro, Uruguay que debió manejar la pandemia durante una transición de gobierno de casi 15 años de izquierda a uno más de derecha y que muestra una tradición de rol del Estado más preeminente. Estas experiencias son útiles para responder algunos interrogantes al pasional debate que se da en Argentina en torno al tamaño del Estado.
La pregunta que cabe hacerse es si es importante el tamaño o la profundidad en la intervención del Estado o la calidad en su gestión.
Sobre la base de datos de la OMS y los institutos estadísticos de cada país, el Instituto de Desarrollo Social de Argentina (IDESA) elaboró un informe donde se observa que:
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En Argentina la tasa de mortalidad por Covid-19 es de 2.300 por millón de habitantes y la pobreza aumentó en el 2020 un 6,5% de la población.
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En Chile la mortalidad es de 1.800 por millón y la pobreza aumentó en 2,2%.
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En Uruguay la mortalidad es de 1.700 por millón y la pobreza aumentó en 3,5%.
Estos datos muestran que la pandemia tuvo impactos negativos mucho más fuertes en la Argentina tanto en términos sanitarios como sociales. La Argentina sufrió más muertes por Covid y más aumento de la pobreza que sus vecinos. Chile y Uruguay, con concepciones sobre el rol del Estado muy diferentes, tuvieron resultados bastantes similares y mejores. De haber logrado el desempeño de los vecinos, la Argentina tendría aproximadamente 24 mil muertes menos por Covid y 1,5 millones menos de pobres. La explicación es que tanto Chile como Uruguay tienen un mejor gerenciamiento público.
El deficiente desempeño del sector público argentino se explica porque la improvisación y la falta de profesionalismo es una “política de Estado”. La vienen aplicando de manera sistemática diferentes gobiernos durante muchas décadas. Aquí talla, por un lado, la crónica decisión de gastar siempre por encima de los recursos disponibles. Esto lleva a muy alta inflación y exceso de endeudamiento que terminan en periódicos defaults. Chile y Uruguay gracias a una situación fiscal más prudente enfrentaron la pandemia con acceso al crédito y tasas de interés de un dígito. La otra “política de Estado” es la sistemática degradación de la gestión pública. Chile y Uruguay no solo contaron con más recursos sino también con mayor capacidad para gestionar las políticas sanitarias y las destinadas a compensar a la ciudadanía por el confinamiento.
La improvisación y la falta de profesionalismo siguió siendo la regla durante la gestión de la pandemia. Se conformó un grupo de expertos –por fuera de los organismos estatales– que impulsó un confinamiento absoluto para todo el país por 7 meses a través de sucesivas prórrogas cada 3 semanas. Se usaron instrumentos muy rudimentarios para distribuir ayudas económicas a los afectados, con situaciones patéticas como las aglomeraciones de personas para capitalizar políticamente la entrega de las ayudas. Los organismos públicos se paralizaron debido a que su obsoleta gestión exige presencialidad. El proceso de vacunación avanza sobrecargado de deficiencias. Chile y Uruguay, aun habiendo cometido muchos errores, tienen la mitad de la población con la vacunación completa, mientras en la Argentina esa proporción no llega al 20%.
El fracaso en la gestión de la pandemia no se debe a que se priorizó la salud por encima de la economía. Tampoco a que el Estado sea grande o chico. El fracaso en la pandemia es la consecuencia de la improvisación y la falta de profesionalismo que siempre caracterizó al diseño de políticas públicas y a la gestión del Estado en la Argentina.