Una simple foto que lo dice todo. Una foto en que el poder impúdico se vuelve más brutal, lacerante y exuberante que nunca. El presidente reunido con once personas, en un encuentro social tajantemente prohibido por la normativa de entonces, sin distanciamiento, barbijo ni ventilación. Con una sonrisa relajada, como si se tratara de un universo paralelo, sin pandemia, sin normas, sin obligaciones, sin vergüenza, sin culpas, sin restricciones.
Esa simple foto está arrasando con la popularidad y la imagen presidencial (esperemos que no por poco tiempo). Según una encuesta de Synopsis Consultores (perfil.com), los sentimientos más provocados por la foto fueron bronca (16,4%), indignación (14,6%) y asco (10,7%). Las opiniones negativas fueron 84,5%. Entre quienes vieron la foto, un 71,7% identificaron como “un error, un delito y una inmoralidad” el festejo de cumpleaños. Igual calificación usaron el 92,8% de quienes son votantes desencantados del oficialismo.
Pasaron muchas cosas terribles en este gobierno: la cuarentena más larga, el cierre de escuelas más prolongado, la destrucción irracional de la economía sin correlato sanitario, la falta de testeo, la negativa a comprar la vacuna de Pfizer, el robo de 3.000 vacunas a los abuelos para repartir entre amigos y jóvenes de La Cámpora… Pero una simple foto pudo más que todo eso.
Porque es una imagen que condensa y sintetiza en unos pocos píxeles lo peor de nuestro sistema político y de la clase dirigente tradicional: un nivel de impunidad e irrealidad, de desconexión con el pueblo, de soberbia y de autoritarismo que hace que los políticos abusivos ni siquiera sientan culpa ni se percaten de la maldad con la que actúan. Además, es una foto que implica explícita y directamente al presidente. No puede echarle la culpa a nadie (aunque intentó endilgársela a su esposa).
Esta foto nos recuerda la urgencia con que debemos trabajar para transformar una cultura del poder que es netamente autoritaria. En un nivel superior se encuentran los políticos, cual casta con privilegios, que vive en una realidad paralela. Por debajo, pisoteados, están los ciudadanos comunes, mera materia prima y presas de los aparatos partidocráticos tradicionales, agrupados mayoritariamente en el Frente de Todos.
¿Cómo cambiar esa cultura del poder autoritaria? Bueno, hay muchas maneras y todas son necesarias. En esto no podemos escatimar esfuerzos.
Una de ellas es siendo más exigentes con el voto. Si le retiramos apoyo a los políticos que abusan de su posición, se creará un estándar de exigencia basado en los precedentes y cada político (sea por convicción o por conveniencia) se verá estimulado a elevar su nivel de moralidad, profesionalismo y espíritu de servicio.
Esto exige compromiso e involucramiento ciudadano, así como debate público. Pero también implica luchar de manera decidida y frontal contra el clientelismo. A mayor clientelismo, mayor dependencia y menor exigencia ciudadana con el voto. Por eso, otra manera de cambiar la cultura del poder autoritaria es acabar con el gasto social clientelar, eliminar intermediarios informales y garantizar una distribución de los subsidios (sea cual sea su cantidad) directa, transparente y automática, no discrecional. Esa es, seguramente, la gran deuda pendiente y la peor claudicación del primer gobierno de Cambiemos.
Finalmente, y quizás la más importante de todas, urge acabar con la impunidad, para que los políticos entiendan por las buenas o por las malas que el Estado no les pertenece a ellos, sino a los ciudadanos; que son meros empleados nuestros, y que el poder no les da privilegios sino obligaciones. Esto requiere, principalmente, consolidar un Poder Judicial independiente. Para ello, es preciso dar marcha atrás con la reforma al Consejo de la Magistratura de 2006 que hizo el kirchnerismo, rompiendo el equilibrio entre los diversos estamentos y politizando el órgano de selección y remoción de jueces. También se debe blindar la mayoría de dos tercios del Senado para designar al jefe de fiscales, estableciendo o reconociendo que esa misma mayoría sea necesaria para modificar la ley que la establece. De lo contrario, se encuentra latente la amenaza de cambiar la ley y reducir la mayoría de parte de cualquier gobierno con predominio en el Congreso.
Estas simples reformas y cambios nos podrían ayudar, y mucho, a barrer con esa foto de la impunidad y con ese mundo paralelo que tristemente lastima nuestros ojos en este tiempo.
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Simple, el establishment y la oligarquía en Argentina es el peronismo y los sindicalistas. Todos millonarios. Kristina vive en Recoleta, Alverso en Puerto Madero y la gilada choripanera se creen que son "populares" jajaja. Pais de lobotomizados.
¿Qué significa ese gesto del dedo pulgar y al índice que forma una L?
Para conseguir normalizar el país hay que empezar por domar, civilizar, calificar estrictamente a los jueces, eliminar sus prebendas y meterlos en cana a las primeras de cambio. Eso por qué es la absoluta impunidad de la cuál gozan los políticos argentinos, a causa de los jueces, lo qué liquidó al país. En ningún país del mundo ocurre nada igual. En el Perú ya van tres presidentes en la picota, bueno, quedan dos, el otro, sabiendo lo que le espera, se mató.
Estoy de acuerdo con Síndico. La falta de jueces como Dios manda es la causa de todos nuestros males. FALLA LA JUSTICIA ARGENTINA, NO FUNCIONA COMO DEBERÍA, ESTÁ LLENO DE JUECES Y FISCALES IDEOLOGIZADOS. Y no nos olvidemos del Consejo de la Magistratura y de la indecente de Graciela Camaño, la mujer del indecente gremialista barrionuevo.Qué espera la CSJ para resolver el tema del Consejo de la Magistratura? Los turros deben estar esperando el resultado de las elecciones. Y Lorenzetti debe estar ansioso por pegarle el zarpazo al actual presidente de la corte. Otro turro.