El Gobierno, claramente debilitado después de la derrota electoral, atribuible en gran parte a la emperatriz patagónica, continúa sin embargo con su táctica de no dejar dormir a los argentinos. No creo, en absoluto, que la renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura de la bancada oficialista en Diputados, el haber dinamitado ese inútil la aprobación del Presupuesto 2022, el apuro de Alberto Fernández en anunciar un acuerdo con el FMI (desmentido por éste) o sus inspiradas declaraciones durante su inoportuna visita a Vladimir Putin hayan sido actos desconocidos previamente por Cristina Fernández y, menos aún, que constituyan señales de independencia del MemePresidente frente a su despótica mandante.
Obviamente, la renuncia del mínimo hijo bi-presidencial sólo buscó conservar el capital simbólico que se concentra –cajas estatales mediante- en la organización que, fundada por su madre en otra encarnación, heredó y dice comandar. De todos modos, es de resaltar que su decisión de abandonar la jefatura del bloque no se replicó respecto a su banca de diputado; si perdía sus mal entendidos fueros, se hubiera transformado en blanco móvil de los jueces que lo investigan por mega-corrupción y lavado de dinero.
Me centraré ahora en lo sucedido en Moscú que, supongo, debe haber sorprendido al propio autopercibido zar de la nueva Rusia por la exagerada sumisión de nuestro mandatario. Realmente, no podría ser para menos, toda vez que esta rara mezcla de cachafaz porteño con motoquero de delivery le ofreció convertir a la Argentina en cabeza de puente del desembarco ruso en América Latina, explicándole que pretende dejar atrás la “dependencia” respecto a los Estados Unidos; olvidó cuánto costó a nuestro continente, y a nuestro país en particular, el apoyo que la ex-URSS brindó a Fidel Castro cuando éste intentó exportar su insurrección a tantas imaginarias Sierra Maestra durante la “guerra fría”.
La semana pasada, esta columna previó que Alberto Fernández viajaría a pasar la gorra ante Putin y Xi Jinping por la fragilidad de la situación de las reservas del Banco Central, y adelantó que el precio, de obtener alguna ayuda, sería alto, medido en términos de soberanía. Pero no pudo imaginar que los pantalones del MemePresidente cayeran tan bajo; claro que falta saber qué consiguió a cambio, pero tengo absoluta certeza que no será mucho. Qué hará Alberto Fernández en China, donde llegó ayer, todavía es otra incógnita pero, dado el poderío de ese país y su interés en nuestra infraestructura, las comunicaciones y las materias primas, seguramente la sodomización a la que se someterá alegremente será todavía peor. Tampoco tiene explicación la siguiente escala de la gira presidencial en Barbados, un conocido paraíso fiscal.
Todo podría reducirse, en circunstancias normales, a una charla de borrachos en un café, pero ese magnicidio albertista se dio en un escenario global pre-bélico por la crisis de Ucrania, que Putin pretende recuperar para su renacido imperio y, contemporáneamente, en medio de las arduas negociaciones –por ahora, fracasadas- con el FMI para obtener algún tipo de facilidades para los problemas de la deuda y de la escasez de divisas, con vistas a transferirle la bomba a su sucesor en 2023. Una alineación tan fuerte con Rusia, hoy enfrentada a todo el hemisferio occidental, seguramente desconcertará aún más (ya lo estaban, por las fracturas expuestas del oficialismo) a los funcionarios del Fondo y condicionará el apoyo de Estados Unidos, Japón y Alemania en el Directorio del organismo.
De todas maneras, la pérdida de poder de Cristina Fernández y su asociación ilícita se puso de manifiesto en la marcha tan organizada que llevó a una piara importante de delincuentes a protestar contra la Corte Suprema y exigir la renuncia (o el despido) de sus miembros. Y digo esto porque ella no pudo, en sus mejores épocas, avanzar con sus anhelados proyectos de impunidad, y las recientes amenazas de sus sicarios (Martín Soria y Juan Martín Mena, Ministro y Secretario de Justicia, respectivamente) a los cuatro ministros del alto Tribunal no han mejorado en absoluto sus posibilidades de obtenerla.
La presencia en el palco de personajes tan repudiados por la sociedad como Amado Boudou, Hebe de Bonafini, Luis D’Elia, y tantos otros procesados o condenados por delitos infamantes, sumados a Juan Ramos Padilla, Roberto Baradel, Hugo Yatzky y Graciana Peñafort, no hizo más que iluminar con fuertes luces la red de complicidades que cruzan a la banda de gangsters que accedió al poder central de la mano de Néstor Kirchner.
Una de las ramas de esa organización criminal, la más dañina, es la que protege a las redes del narcotráfico, en clara asociación con los grandes carteles internacionales. Esta semana sus manejos, sea por una guerra entre vendedores, “dealers”, “capangas” y “porongas”, o por inexperiencia en el “corte” de la droga, causaron dos docenas de muertos y la hospitalización de ochenta adictos. Llamó la atención que sólo veinticuatro horas después fuera detenido el teórico responsable de la masacre, es decir, quedó probado que todos sabían que este criminal, uno de los últimos eslabones de la cadena, se encontraba prófugo ¡en su propio domicilio! Hay montones de testigos que declaran que los “kioscos” llevan bolsas de dinero, que los patrulleros policiales recogen en puntos cercanos para elevar luego a toda la siniestra pirámide política, una verdadera organización mafiosa, que nos gobierna.