Alberto Fernández dio una estupenda muestra de oportunidad cuando, hace pocos días, se prostró ante Vladimir Putin y le ofreció convertir a la Argentina en la puerta de entrada de Rusia a Latinoamérica. En teoría, lo hizo para obtener ayuda –que no consiguió- para hacer frente a la crisis que nos agobia por responsabilidad de su gobierno, caracterizado por su supina ignorancia, su manifiesta incapacidad, su notoria impericia, su trasnochada ideologización, su lógico internismo y su constante latrocinio.
Lo hizo mientras ruega que el FMI acceda a firmar un acuerdo que nos evite caer al abismo del default generalizado; a pesar de todos nuestros records en la materia, nunca incurrimos en esa inconducta frente al organismo. Obviamente, el Meme que nos gobierna no sabía que Rusia ya está presente, económica y militarmente, en Cuba, Venezuela y Nicaragua, por lo cual nuestra importancia –en realidad, insignificancia- como cabeza de playa rusa en la región carece de interés para el tirano ruso.
Y confirmó que nuestra Cancilleríano tiene la menor idea de geopolítica y que, en lugar de atender a los intereses permanentes de la nación, prioriza las afinidades ideológicas del kirchnerismo. Menos de veinte días después de humillarse ante el auto-percibido zar, éste invadió Ucrania sin limitarse, como pensaban las almas buenas, a ocupar las provincias ruso-parlantes; mientras escribo, sus blindados ingresan a Kiev, la capital de una nación independiente que, salvo solicitar su incorporación a la OTAN, nada ha hecho para desatar la furia conquistadora de Putin. Es probable que, ante la clara prueba de la falta de interés de la coalición en entrar en una guerra convencional y, menos aún, enviar tropas al escenario del conflicto, Rusia se limite a instalar un gobierno títere en Ucrania, tal como hizo en otros ex-miembros de la URSS.; sin embargo, nadie debería olvidar que también lo eran Polonia, Estonia, Lituania y Letonia, etc., hoy integrados a la OTAN y, como tales, amenazantes fronteras para Putin.
La situación en Europa seguramente está siendo analizada detenidamente por Xi Jinping para considerar su propia vocación por incorporar a Taiwan a la República Popular China. Si decidiera usar la fuerza militar para lograr la anexión de la isla, pondría a prueba la fortaleza de la alianza de Estados Unidos con los países vecinos (Japón, Corea del Sur, Filipinas, Australia, etc.) y la notoria debilidad que ha mostrado Occidente al aplicar sólo sanciones económicas a Rusia puede dar alas a su ambición.
Cristina Kirchner también abrió otra peligrosa puerta cuando nos puso, hace ya una década, en la mesa de arena de los conflictos mundiales al entregar a China territorio nacional -en Bajada del Agrio, Neuquén- para que construyera y equipara una base militar que usa para el rastreo y el control (¿también la interferencia?) de la actividad espacial internacional; si el conflicto armado continuara escalando, y es probable que así suceda, resulta indiscutible que la instalación se convertirá obligadamente en blanco de un ataque aliado, ya que Occidente no podría permitir que actúe sobre los numerosos sistemas satelitales.
También contribuyó a ese posicionamiento el inefable Alberto quien, según afirmó indignado el Embajador de China ante Argentina, el insólito Sabino Vaca Narvaja, en su reciente visita a Beijing –también fracasada en sus aspiraciones de ayuda- juró que entregaría la hidrovía del río Paraná (principal ruta de exportaciones argentinas) a Xi Jinping, pero su empresa fue descartada en forma sospechosa de la reciente licitación, tal como expresó en una reciente y muy quejosa solicitada.
El primer efecto de la agresión rusa sobre los mercados mundiales fue, naturalmente, la fuerte suba en los precios de los cereales y la energía. Si bien es cierto que las fantásticas cotizaciones que alcanzaron desde el miércoles la soja, el trigo, el maíz, etc., beneficiarán a la Argentina al mejorar el ingreso de divisas, no lo es menos que impactarán m en la inflación; seguramente, el Gobierno intentará, una vez más, “desacoplar” los precios internos de los internacionales pero, si lo hace, generará una nueva guerra con el campo, tal como sucedió cuando pretendió en 2008 aplicar la Resolución 125, que murió por el voto “no positivo” de Julio Cobos.
Mucho más negativo será el aumento del gas que, a pesar de contar con las enormes reservas de Vaca Muerta, debemos importar masivamente por la pérdida del autoabastecimiento debido al irrefrenable deseo de Néstor Kirchner de robarse el 25% de YPF, por el insensato populismo que obliga a subsidiar el consumo, y por la corrupción y la intromisión del Estado, incluyendo el permanente cambio de reglas de juego, en los sectores de generación, transporte y distribución de energía, sea de luz, sea de gas. Para tener una idea de la gravedad de la situación, basta con pensar que los subsidios representan 2,3 puntos del PBI y que, si persiste el escenario bélico, deberán incrementarse en US$ 4.500 millones este año, cuando el Banco Central no tiene ya divisas para afrontarlo.
El martes, la disfuncional dupla que nos gobierna exhibirá un nuevo “pas de deux” cuando el Meme abra las sesiones ordinarias del Congreso; subsiste la incógnita acerca de cuál será su disfraz esta vez, cuando el Carnaval esté concluyendo y deba mostrar qué dice el acuerdo con el FMI.