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Por un puñado de dólares.... ¡falsos!

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En una trama desarrollada en tiempos del 1 a 1, convivieron billetes estadounidenses apócrifos, un agente de la SIDE, un reputado falsificador, un hampón de poca monta, el dueño de la discoteca más convocante del Oeste y varios cadáveres.
En una trama desarrollada en tiempos del 1 a 1, convivieron billetes estadounidenses apócrifos, un agente de la SIDE, un reputado falsificador, un hampón de poca monta, el dueño de la discoteca más convocante del Oeste y varios cadáveres.

El tipo había estado allí al acecho, sin compañía, en un Peugeot 504 negro que brillaba bajo una ruidosa cortina de agua. Llovía impiadosamente en aquella esquina de Villa Domínico. Y saltó de la cabina, con la Taurus ya empuñada, justo cuando una 4x4 roja se detenía frente a un chalé de la calle Suipacha, a media cuadra de Comodoro Rivadavia. Era la Nissan Pathfinder que le había marcado la tal “Carolina”.

 

Con ese nombre ficticio ella, Nélida Goitía, de 33 años, se ofrecía en el Pussycat, un cabaret de Lanús Oeste.

Esta parte de la trama había comenzado durante la madrugada anterior entre la penumbra de ese sitio. Su silueta se contorneaba solitariamente sobre una tarima al compás del tema "Tiburón a la vista", el viejo hit de los Wawancó. La pista de baile estaba vacía.

En la barra, tres hombres bebían en silencio. Al concluir la canción, la mujer bajó del pedestal para caminar con desgano hacia uno de ellos. Luego se instalaron en una mesita del fondo. Finalmente fueron a un gabinete privado. El cliente le convidó cocaína antes de proponerle seguir la juerga en su domicilio. La mujer aceptó de buena gana. Y fueron a bordo de la camioneta roja. Lo cierto es que en la alcoba del sujeto Carolina descubrió algo que supo desvelarla más que el polvillo blanco: una caja de zapatos llena de dólares.

Ya durante la mañana siguiente se lo hizo saber al “Chabuco”. Así se le decía a Ramón Páez, un hampón de poca monta que le oficiaba de proxeneta. A éste le brillaron los ojos. De modo que en el atardecer de aquel mismo miércoles, tras una espera sobrellevada con suma paciencia, salió al cruce del conductor de la Pathfinder a punta de pistola. Técnicamente, lo suyo fue una “entradera”. Es posible que, en medio de los truenos y el repiqueteo de la lluvia, los vecinos no hayan oído el único disparo de esa faena, ni lo vieran a él al replegarse con el botín; a ojo de buen cubero, unos doscientos mil dólares.

Era el 22 de mayo de 1991. En los días posteriores no hubo información alguna sobre el homicidio en ocasión de robo del agente de la SIDE, Osvaldo Caracciolo, sucedido en su domicilio.

 

La fiebre del dólar

En términos financieros, fue un año muy complejo. El primer día de marzo se anunció un cambio en el gabinete: el canciller Domingo Felipe Cavallo pasaba al Ministerio de Economía en reemplazo de Erman González. Lo que se dice, un enroque histórico.

Ocurre que, casi cuatro meses antes, el atraso cambiario había provocado una corrida contra el peso y un estallido inflacionario, entre otras disfunciones. Cavallo, entonces, lanzó el plan de convertibilidad, basado en la paridad entre el peso y el dólar. El establishment manifestó con notable entusiasmo su conformidad con esta medida, al igual que el ciudadano común. La ilusión de una moneda fuerte estaba en su apogeo. En tal contexto político se desarrolló esta historia.

El 18 de mayo fue un sábado anodino, cuya única atracción mediática fue el triunfo del tenista Alberto Mancini sobre el español Sergi Bruguera en el Campeonato Abierto de Italia.

Por aquellas horas, Guillermo Albino Vega, empresario gastronómico (según sus papeles), cruzaba con premura la Triple Frontera hacia Ciudad del Este junto a su mujer y dos hijos adolescentes. Aparentemente, no tenía otro propósito que buscar nuevos horizontes en Paraguay.

En aquel preciso instante decenas de uniformados y personal de civil ingresaban de manera virulenta a una quinta de la calle Los Baqueanos, en el exclusivo barrio de Parque Leloir, al oeste del Conurbano bonaerense. Aquel lugar poseía una pileta de natación, quincho y una suerte de taller junto a la vivienda. Hacia allí fueron los intrusos. Pertenecían a la División Falsificación de Moneda de la Policía Federal y los secundaba un grupo de la SIDE.

Los acontecimientos se precipitaron con una impronta casi coreográfica. El casero, un morocho de contextura robusta intentó huir por los fondos pero fue atajado por tres suboficiales tras saltar un ligustro; otros dos individuos ya permanecían esposados sobre el césped.

A lo lejos, un hombre no daba crédito a sus ojos. Completamente calvo, de mediana edad y silueta espigada, parecía paralizado por el azoro. Era nada menos Héctor Fernández, más conocido en el ambiente como “El Artista”. Y en el arte de fabricar dinero apócrifo no había otro como él. Tanto es así que su excelencia profesional había sido reconocida hasta por la Reserva Federal norteamericana, dado que en sus archivos figuraba como el mejor falsificador de todos los tiempos. Una proeza argentina no debidamente reconocida.

En resumidas cuentas, aquella vez fueron secuestrados 25 mil billetes de 100 dólares agrupados en fajos de diez mil.

Durante el conteo, el comisario Demetrio Spataro, a cargo del operativo, no ocultó ante algunos colaboradores su desazón por la ausencia del jefe de la banda. Ignoraba que éste, con documentos también fabricados por Fernández a nombre de “Guillermo Albino Vega”, ya había salido del territorio nacional. En realidad se trataba de Daniel Ricardo Bellini, más conocido como “El Rey de la Noche”, por ser propietario de la célebre discoteca de Pinar de Rocha.

“Se nos escurrió de los dedos”, murmuraba el comisario una y otra vez.

En tanto, uno de los hombres de la SIDE lograba meterse, a hurtadillas, unos veinte fajos de billetes falsos entre su ropa. No era otro que el agente Caracciolo.

 

Flotación del tipo de cambio

El Chabuco, respirando agitadamente, contempló por un momento el cadáver de su víctima, desplomado con un tiro en el rostro sobre la alfombra del chalé de la calle Suipacha. Después puso los pies en polvorosa.

Por un buen rato condujo el Peugeot sin rumbo fijo. La lluvia persistía, y él sudaba copiosamente. Estaba entre nervioso y exultante. Creía haber dado el golpe de su vida. Al mismo tiempo, lo tironeaba un dilema: contarle o no a Carolina su reciente hazaña. Caviló al respecto hasta la mañana siguiente.

Finalmente optó por el silencio, aunque no sin honrar a la entregadora con un regalo. A tal fin enfiló hacia la zona comercial de Lanús.

Entonces fue a una casa de cambio sobre la avenida Hipólito Yrigoyen. Y puso sobre el mostrador dos billetes verdes para convertirlos en 200 pesos argentinos contantes y sonantes.

El empleado los escrutó, antes de retirarse a una oficinita contigua. Al minuto entraron al local dos policías. Y él, al verse rodeado, sólo atinó a musitar:

– ¿Algún problemita, oficial?

En efecto, había un problemita: acababa de entregar dos billetes con la misma numeración. Y por ello terminó en la sombra.

 

Final de la historia

A la semana, Ramón Páez murió acuchillado en la cárcel de Olmos.

Fernández recuperó la libertad tres años después. Y falleció en 2013.

Bellini, mientras disfrutaba de su exilio paraguayo, se vio involucrado de modo antojadizo en el crimen de Leopoldo “Poli” Armentano, otro “Rey de la Noche”. La cuestión en sí no pasó a mayores. Pero a raíz de ello se supo de su paradero en la ciudad de Asunción.

Allí fue detenido en noviembre de 1994, lo extraditaron a Buenos Aires y estuvo dos años en la cárcel.

En 2008 tuvo otro contratiempo penal: fue preso por matar a su pareja, la bailarina de caño Morena Pearson. Por esa razón estuvo diez años tras las rejas. Hasta que, ya enfermo del Mal de Parkinson, fue beneficiado con la “condicional”.

Actualmente, su vida transcurre en Ramos Mejía sin nuevos sobresaltos.

 

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