Tras salvarse de milagro de un intento de magnicidio, la vicepresidenta Cristina Kirchner vive las horas posteriores reponiéndose del shock, con acompañamiento afectivo incesante de sus hijos, pero sin descuidar el frente judicial, que la tiene como acusada en la causa Vialidad y ahora también como querellante por el episodio traumático que le tocó vivenciar como víctima.
Luego de que un hombre se colara entre el cordón militante que la custodiaba y gatillara dos veces sobre el rostro de la ex presidenta, ella no cayó en la cuenta que había estado al filo de la muerte y siguió saludando y firmando autógrafos como si nada a los simpatizantes que se agolparon para verla en la icónica esquina de Juncal y Uruguay. Recién la moneda le cayó cuando encendió la televisión y vio las escalofriantes imágenes y su teléfono celular empezó a explotar de mensajes.
Lo primero que atinó, lógicamente, fue a llamar a sus hijos Máximo y Florencia Kirchner, para buscar contención y elaborar entre ellos una primera explicación a lo sucedido. Después fueron llegando hasta su piso dirigentes y funcionarios de su primer círculo de confianza. Se decidió que Florencia se quedara junto a su hija Helena en su casa de Montserrat, para no exponerla, en tanto que Máximo fue de los primeros en llegar. También el ministro de Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, y el ministro de Desarrollo de la Comunidad bonaerense, Andrés “el Cuervo” Larroque, con quienes el hijo de la vicepresidenta conforma el triunvirato de conducción de La Cámpora.
Se sumó a los acompañantes el secretario de comunicación, Hernán Reibel, y abajo ya estaba la intendenta de Quilmes, Mayra Mendoza, otra integrante de la mesa chica camporista. Fue ella quien junto a Larroque se acercó a la militancia para pedirle que empezara a desconcentrar, aunque muchos se quedaron para empalmar al día siguiente con la masiva marcha a Plaza de Mayo. Más cerca de la medianoche llegó el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, uno de los pocos con acceso a la intimidad de la vicepresidenta.
Fue esa la última noche que Cristina Kirchner pasó en Recoleta. El viernes, luego de dar su testimonio al juez y la fiscal que fueron a tomarle declaración a su departamento, se retiró junto a su custodia en un coche Mondeo negro blindado que pertenece a la flota presidencial (en el último tiempo se estaba moviendo en un Corolla blanco). Desde entonces, se desconoce su paradero, y en su entorno se encargan de mantener esa información en estricta reserva. Consideran que pese al refuerzo de la seguridad, la vida de la líder del peronismo continúa en peligro.
“Ella ya era víctima de persecución política y judicial, y torpedeo mediático permanente, pero el hecho de que la sentaran en el banquillo de los acusados por esta causa (la de supuesto redireccionamiento de la obra pública en Santa Cruz) envalentonó aún más a los fanáticos que la quieren eliminar y con ella aniquilarnos a todos nosotros como fuerza política”, explicó a la agencia NA un legislador nacional de La Cámpora que no forma parte de la primera plana de la agrupación.
“Yo creo que ahora la compañera (por Cristina Kirchner) debe estar obviamente recuperándose del impacto emocional de haber prácticamente renacido, pero es una mujer con una fortaleza y una entereza a prueba de balas que no tiene nadie, pero nadie eh”, enfatizó, y continuó: “Seguro que está siguiendo de cerca la investigación, hablando con sus abogados para ver qué estrategia seguir. Y no te olvides que la causa con la que la están persiguiendo sigue y ella tiene que preparar la defensa, por más que la sentencia parezca ya escrita”.
Que “la condena ya está escrita” y el resultado será adverso es una premisa en la que la vicepresidenta está convencida, y por eso ella cree que será decisivo dar la batalla en la opinión pública. En ese sentido, ella venía hiperactiva, con reuniones e intervenciones constantes, preocupada por el avance del juicio pero al mismo tiempo entusiasmada por el despertar del león dormido, la militancia kirchnerista y los seguidores independientes que ganaron las calles desde la mañana misma en que el fiscal Diego Luciani leyó la acusación en su contra.
Con la totalidad del peronismo y del Frente de Todos declarado “en estado de movilización y alerta” por el “lawfare” contra su principal líder, Cristina Kirchner recuperó centralidad y se subió a la cresta de esa ola. Comenzó a mostrar en redes los apoyos de los distintos sectores sociales y políticos. Luego de “la batalla de la Recoleta”, que incluyó accionar represivo de la Policía de la Ciudad contra manifestantes que habían ido llevarle su adhesión, subió al ring a Horacio Rodríguez Larreta, a quien hizo responsable no sólo del operativo de seguridad sino de provocaciones como haber puesto un vallado para impedir la movilización a su favor. Mientras la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, corría por derecha al alcalde porteño por no ejercer más autoridad para barrer el campamento kirchnerista de Juncal y Uruguay, la vicepresidenta reunía a la totalidad de los senadores y diputados nacionales, a quienes se dirigió con un discurso incendiario plagado de definiciones políticas, con críticas a Bullrich, Mauricio Macri y Rodríguez Larreta.
Si bien la situación judicial es el tema que la desvela, no se desentendió de la gestión y exhibió, por ejemplo, una reunión en el Senado con directivos de YPF y de una empresa de petróleo malaya para anunciar una alianza estratégica desde el punto de vista energético. También habló con el ministro de Economía, Sergio Massa, sobre las últimas medidas económicas para lograr que el campo liquide sus cosechas.
Para el sábado, estaba programado el Congreso del Partido Justicialista bonaerense en Merlo, que iba a tenerla a ella como única oradora. Por obvias razones, el evento fue suspendido, pero la inmensa movilización del día anterior había sido una muestra contundente del poder que aún mantiene en un sector de la sociedad que la considera su líder excluyente.
La estrategia del kirchnerismo era justamente, al menos hasta la noche del jueves, exhibir poder popular en las calles, con movilizaciones silvestres y no planificadas, para marcar la cancha a la oposición y a los jueces y fiscales “macristas” que buscan la firma de su condena en los tribunales.
Mientras sopesa el momento justo para abandonar el silencio y volver al ruedo político, Cristina Kirchner ojea el escenario para 2023. Toma como elemento esperanzador el hecho de que el peronismo, que tiempo atrás se desangraba en internas, se haya unido y ordenado en torno a su figura. Por eso la idea de refugiarse en la provincia ya no es la única alternativa que está en su cabeza.
Sin embargo, aún no ve claro el panorama porque las proyecciones económicas no son ni de cerca alentadoras, más allá del apoyo que le brindó a Sergio Massa para que ejecute el ajuste que el kirchnerismo no puede realizar por resguardo de su legado histórico. En ese sentido, escapa cada vez que la apuran con una definición sobre una candidatura presidencial. Fiel a su tradición, no develerá sus cartas hasta el filo de la fecha límite legal. Lo cierto es que si ella no está convencida de que tiene buenas probabilidades de ganar, no dará ese paso adelante que le reclama su militancia. Siempre va a tener a mano la más cómoda candidatura a senadora nacional por la provincia de Buenos Aires, que le asegura los fueros. Su pesadilla, con todo, es terminar sus días como el ex presidente Carlos Saúl Menem, atornillado a una banca en el Senado, para no purgar la condena tras las rejas. Ella se considera inocente de todos los cargos, y quiere que la juzgue la historia.