Qué difícil es bancarse la cantidad de mentiras, pifiadas, enmascaramientos y tergiversaciones de la realidad que rondan en las últimas semanas en un país llamado Argentina, del cual sólo se conocen en el resto del planeta sus peculiaridades, algunas de ellas inexplicables y hasta ridículas en extremo.
No pasa un día en que sorprendentes reacciones, decisiones o brulotes no salten a la escena pública para oscurecer un acontecimiento anterior. El país vive en estado de eclipse permanente.
Desde que el exministro de economía Martín Guzmán movió el avispero con su intempestiva renuncia al cargo -absolutamente entendible a pesar de las cosas que le dijeron por arriba y por abajo-, el teatro político no paró de destacarse en sucesivas presentaciones, una más enigmática y macarrónica que otras. El golazo de Guzmán fue al ángulo superior izquierdo en el momento exacto en que hablaba en un acto político la vicepresidenta, su principal detractora. El denigrado economista, harto de las ninguneadas, cometió un pseudo primer magnicidio, robándole la tapa de los diarios a la vicepresidenta de la nación.
No se habían apagado los fuegos artificiales de semejante maniobra que el país, con la cola al aire y un interrogante interminable acerca de quien lo sucedería, cuando los entretelones denunciaron sórdidamente que “nadie quería agarrar la brasa caliente”. Le pegaron a Guzmán hasta matarlo, y el resultado fue: no hay nadie para reemplazarlo. Baja el telón.
Se levanta el telón. Surge una especie de mujer mágica dispuesta a poner el cuerpo en una situación inédita: Silvina Batakis. Los varones, más duchos en estas cuestiones dijeron todos que no. Cinco dijeron que no hasta que Batakis, como buena representante del feminismo combativo, aceptó la pelea. Y la comenzó reconociéndose como proclive a hacer el ajuste fiscal requerido por el FMI. Bien, comenzó bien. Pero como en Argentina se instalan todos los días nuevas costumbres, Batakis cayó en la novedad de que había sido despedida mientras volaba desde Estados Unidos, donde había pisado las alfombras del FMI, presentándose como la sucesora del ex amado Guzmán. Escena de papelón teatral a nivel internacional que duró escasas dos semanas.
La confusión es una de las máscaras del planeta Neptuno, experto en embrollar las cosas cuando está en malos aspectos. Sin embargo, tiene el arte de la magia de envolver las consciencias con tules de ensueños que, en general, perturban la mirada de la realidad. Y así fue como, en medio de la nebulosa, surgió el plan de un superhombre desde las entrañas más truculentas del Frente de Todos; bah, no tantos. Emergió con la promesa de un recontraequipazo económico para resolver el intríngulis en que los argentinos están con una inflación que supera el 60% interanual, pero con la amenaza de alcanzar este mismísimo año los tres dígitos.
La idea no le cayó bien al presidente Alberto Fernández, tocado como el juego del submarino por una vicepresidenta jaqueadora por deporte de su elegido, dolorosamente mal elegido. Hubo un retroceso en la obra de teatro: se tuvieron que cambiar actores, modificar el libreto, eliminar escenas, agregar otras nuevas. Un incordio. En eso se fueron dos semanas más de las difíciles existencias argentinas, que actuaron como impávidos e incrédulos espectadores, sin sospechar que lo peor estaría por venir.
Al final Sergio Masa, el entonces presidente de la Cámara de Diputados, en un enjuague traicionero junto a Máximo Kirchner y el apoyo del sobreprotegido Axel Kiciloff, consiguieron la carta blanca de “la señora” para avanzar con una nueva maniobra de asalto al Ministerio de Economía, con el propósito de generar un “superministro” con capa voladora y calzas ajustadas.
Los subtextos de la obra definieron subrepticiamente que el título más oportuno era el de “Se viene la noche”, y había que cambiar los planes en forma drástica. Tan, pero tan drásticamente que hasta ahora los espectadores siguen con la boca abierta: pasamos de la izquierda cubana venezolana nicaraguense más pronunciada y con graves acentos rusos e ideogramas chinos, a una derecha pro yanqui más absoluta, a ser amigos del FMI cuyos miembros no pararon de recibir visitas argentinas dispuestas a acordar en todos sus términos las deudas con el organismo.
Esta es la parte de la transformación que toda obra de teatro debe presentar para ser buena: los protagonistas cambian a medida que avanza la obra. Tienen que cambiar y mostrarse diferentes para generar la verosimilitud exigida por el arte más puro.
Sin embargo, en toda obra que se precie de excelente no pueden faltar condimentos como por ejemplo el dramatismo, el humor, la sátira, los juegos de artificio, los cambios súbitos, los hechos inesperados que le otorguan una dinámica permanente para que lo espectadores no se duerman. Por ejemplo, hay un juicio en la obra que amenaza con condenar a una de las principales estrellas, una condena “injusta”, de acuerdo al punto de vista de la actriz principal. Y eso es un hecho que tiene cierto peso en la obra.
Pero el dramatismo del juicio es insuficiente, pasa rápido porque otros hechos vienen a tensionar el entramado. Estaba cantado, alguien temió por la vida de la jefa de las multitudes, lo dijo con todas las letras unos días antes y nadie entendió por qué se alertaba de tamaña posibilidad. Todo quedó un tanto tapado por la convocatoria popular bajo la consigna “si la tocan a Cristina, qué quilombo se va armar”, y el armado de una movilización tipo 17 de octubre, apresurado por las necesidades del oscuro director de teatro.
Las filas de seguridad, presentes en el penúltimo acto, tuvieron su protagonismo y dejaron en evidencia la fragilidad de las fuerzas y sobre todo de la “inteligenzzia”, algo que falta hace mucho tiempo en el país. Pero alcanzó para la escaramuza con la valoración de las “vallas de contención”, que tuvieron su minuto de fama dándole paso a la actuación leve del sector opositor. Mientras la discusión pasó de la Policía de la Ciudad no, la Policía Federal sí, la custodia personal de la actriz principal llegó a tener unos 100 extras que nunca se vieron por la exorbitancia del número en el escenario.
En las obras de teatro siempre hay algún actor que falta, como en este caso el jefe de los custodios de la vice, ocupado como estaba con su kinesiólogo. No digan que no es dato teatral. Estuvo ausente justo en el momento en que un inesperado protagonista entró en escena con una pistola en la mano que, justo, justo, fue tomada por una cámara o un teléfono, mostrando lo cerca que estabao de la cabeza de la jefa.
Este era el momento crucial, el momento en que podía producirse un magnicidio que dejaría sin respirar a media república. Se escucharon dos ruiditos pero los tiros no salieron. Suspenso y fuga teatral. ¡Los tiros no salieron! A Dió, gracia, como diría Minguito. No hubo magnicidio por la divina intervención de la mano de Néstor Kirchner desde el cielo, además de la Virgen María. Esto supera todo lo visto, y sobre todo al pajarito que suele escuchar silbar el venezolano Nicolás Maduro
No ocurre en ninguna obra teatral, en ninguna película de suspenso, que la actriz atacada no se de cuenta de que la estaban por asesinar, ni que los custodios permitan que continúe en la escena firmando autógrafos, como si no hubiera pasado nada. No existe, se cayó el libreto. Y se volvió a caer al día siguiente, cuando la primera actriz salió con su pullover poncho rosa bebita para abalanzarse nuevamente sobre la multitud y romper el cordón que hacían los extras de Policía de la Ciudad, desbordados desde adentro y desde afuera. La actriz ya estaba al tanto de lo que había ocurrido, se lo contó la fiscal que la entrevistó en su casa la noche anterior después del atentado. Sin embargo, fue más fuerte su amor por el pueblo. Puso el pecho cual Mujer Maravilla.
Obviamente que lo más desopilante, además de lo dramático, es el desempeño actoral de los nuevos protagonistas que coparon la escena por el simple hecho de haber “organizado” la trágica amenaza. Cuatro borders, miembros de una flamante Revolución Federal que desconocían los periodistas especializados en política más avezados. Los chats entre la Brenda, personaje femenino en ascenso que pasa de ofrecer favores sexuales por redes a ser la jefa del grupo terrorista “Los Copitos de azucar”, y su amiga Agustina, dedicada a zafar de las bondades de esa amistad, son innegablemente parte de un libreto escrito por el equipo de producción de Crónica TV, muy ducho en generar historias barriales intrascendentes que pasan sin respirar al salón de la fama. Oh, casualidad, los autores del casi magnicidio, fueron invitados a participar en varios programas bizarros del canal unos meses antes de pasar al estrellato consagrando su obra póstuma.
Lejos de decaer, el drama político nacional siguió creciendo en los últimos días con apariciones inauditas, jamás esperadas en la ancha avenida de la izquierda nacional y popular. Mientras Massa pedía limosnas en los Estados Unidos, aquí, en la ostentosa y nunca bien ponderada ciudad de Buenos Aires -donde Dios sigue atendiendo mal que les pese a algunos- se daban a conocer dos fotografías que quedarán para la historia: las dos son con el embajador yanqui Stanley, una en la que está flanqueado por Baradel y Yasky, y la otra con un conjunto de sindicalistas liderados por Pablito Moyano.
¡Cosas vedere, Sancho!, gritaría Don Quijote frente a tamaña demostración de alineamiento internacional. De repente, los Estados Unidos, vilipendiados hasta morir por el zurdaje, es hoy homenajeado amigablemente, con relaciones carnales que supieron tener una vena más cool en la década del 90. Debe ser porque fue el mismo Stanley quien, a diferencia de Braden en 1945, fue el proclamador de la necesidad de dialogar entre los sectores argentinos en pugna. Un conciliador, el hombre, un conciliador desnudo en medio de la selva más salvaje.
La obra de teatro queda inconclusa porque se esperan nuevos aportes en breve. La parte del libreto que falta se encuentra oculta bajo el silencio misterioso de los miembros de La Cámpora, que tiran la idea de un diálogo como un hueso a un perro mientras hacen una misa discordante de la cual hasta el cura que la dio se arrepintió. Falta que hablen los duros del Frente, sobre todo acerca del giro ideológico dado con la anuencia de la primera actriz de esta ópera prima inacabable.