Superstición: "creencia en hechos sobrenaturales", reza el diccionario corriente, sin aclarar (a esta altura del conocimiento científico) que lo sobrenatural no existe, pues jamás de los jamases ningún investigador serio de la física, ha visto que una oveja se haya transformado en un orangután, ni que derramar sal, romper un espejo, pasar por debajo de una escalera de mano apoyada en la pared, ver un gato negro, traen mala suerte; y que la trae buena, encontrar una herradura o un trébol de cuatro hojas.
Peligrosas también lo son ciertas credulidades, "como mono con cuchillo", pues, sus consecuencias pueden derivar hasta en el crimen más repugnante, y en este caso, lo más espeluznante y desmoralizador resulta el hecho de no ser imputable el supersticioso ignorante, quien cree hacer un bien sin tener conciencia de estar realizando una maldad consecuente.
Pero, así es la naturaleza humana. ¿Quién la inventó? Si hubo un inventor de todas estas cosas, entonces éste debería ser tildado de ¡maldito! Por suerte "para el inventor", su inexistencia lo salva de ser pecador.
Partiendo de un estudio antropológico y de una comparación de los pueblos primitivos con la civilización actual, vemos claramente que las supersticiones han ido en merma. Las mentes de los antiguos pobladores del orbe se hallaban impregnadas de falsos prejuicios a su vez rodeados de seres fabulosos creados por la fantasía; de fuerzas malignas emanadas de los objetos; espíritus de las aguas, de los bosques, de las montañas, el trueno (voz retumbante de un dios amenazante); las calamidades como venganzas de los dioses, etc.
Tuvieron que transcurrir muchos milenios, si no más de un millón de años, ya desde nuestro lejano ancestro, el pitecántropo del pleistoceno inferior, para que todo ese mundo (mundo puramente mental) plagado de seres inventados, entrara en recesión. Y sin embargo, aún en nuestros días, ya alcanzado el siglo XXI, está dando sus últimos coletazos en el ámbito de la ignorancia.
Podríamos decir que, aún en plena civilización europea, la "reina" de las supersticiones ha sido la Edad Media (Tanto la Alta, como la Baja). Las brujas montada sobre escobas, volaban por toda Europa desparramando males por doquier. Los aquelarres, que significan reunión nocturna de brujos y brujas bajo la dirección del mismísimo demonio en figura de macho cabrío, (como lo muestra una pintura de Goya que he tenido oportunidad de ver en el Museo del Prado de Madrid), eran frecuentes en el ámbito del satanismo. Los hombres lobo rondaban por los bosques buscando sus víctimas y los horrendos vampiros (cadáveres o espectros de difuntos), salían de noche para chupar la sangre de los vivos. Las almas en pena que antes de ir al purgatorio deambulaban aún por la Tierra según los ignorantes, hechiceras que con sus influjos maléficos y brebajes mágicos podían causar daños irreparables invocando la fuerza de Luzbel, Belcebú o Astarot, la magia negra o diabólica encarnada en la nigromancia ("arte" de adivinar el futuro invocando a los muertos), y otras locuras por el estilo impregnaban el mundo.
El mundo de los espíritus es terrible y temible para los supersticiosos, y para los medievales lo fue con creces, sin descartar a los antiguos griegos, hindúes, mesopotámicos, egipcios y de otros rincones del planeta incluidos los indios americanos (mal llamados "del nuevo mundo" por los europeos).
Hoy, mucha gente culta de las grandes urbes vive más alienada de fantasmas, duendes, silfos del aire, sátiros de los bosques, ninfas, lobizones y otras fantasías; no obstante en occidente, aún se cree en innumerables santos y santas, cuyos espíritus proyectados desde el "santo cielo" rodean a los mortales de carne y hueso y son invocados como ayuda ante las tribulaciones de la vida, incluso entre rascacielos, avenidas y supermercados de hoy, pero bueno, es un consuelo y no merece una crítica.
Esto último es debido a la naturaleza propia del hombre. Es algo innato que se manifiesta en unos más, en otros menos, según las predisposiciones de origen genético y/o folclórico; en muchos casos atemperadas por el ambiente o el conocimiento científico que ilumina el mundo. Mas la creencia en el espíritu que anima al cuerpo, es tan inveterada en el género humano que podemos asumir la idea de que se trata de un fenómeno; como algo "programado" en nuestro plan genético que los genetistas denominan ADN (siglas del nombre químico: ácido desoxirribonucleico).
Estoy enteramente convencido de que todos los fantasmas, duendes, espectros, manes, lémures, íncubos y súcubos... "no han muerto del todo", pues aún en nuestros días, en las capas sociales de gente ignorante son incontables las personas que creen en ellos y esto constituye un motivo para ganar dinero los charlatanes de siempre que se aprovechan de los creyentes. Dinero que más valdría dárselo a los pobres.
Como un contrasentido, hace poco me enteré que el sabio Albert Einstein creía en la parapsicología, y sabemos, los que rechazamos racionalmente las pseudociencias, que la metapsíquica es una más de ellas sin fundamento experimental alguno. Bueno, hay que perdonarlo, pues alguien dijo (con sabiduría): "Los sabios a veces también rebuznan".
En resumen, la dote genética es apremiante, constrictiva, y la única solución para erradicar estos errores, es la persistencia en la investigación científica, la divulgación del conocimiento, ética de por medio, para vivir en un mundo mejor libre de inútiles tribulaciones.
Ladislao Vadas