¿Es posible trasladar el Campeonato Mundial obtenido por la Selección Argentina de fútbol a la realidad social y política del país? En principio parece que no, pero qué lindo sería.
Les pido que me permitan imaginar, por un instante, que la dirigencia nacional (política, empresaria, sindical) identifica claramente cuáles son los objetivos a conquistar: bajar la pobreza a la mitad en diez años, que nadie se quede sin atención de salud ni educación, controlar la inflación, achicar la desigualdad social, consolidar un modelo de desarrollo, entre otros. Todas metas que deberían compartir los argentinos de cualquier ideología.
No estoy planteando un mundo de fantasía donde todos coincidan. Eso no sólo es inviable, es una tontería. Las diferencias políticas hacen a la esencia de la democracia, pero su existencia no debería ser un obstáculo permanente al crecimiento. La defensa de las ideas propias no debería impedir el consenso en temas fundamentales ni la generación de un proyecto común a largo plazo.
Las ideas que se defienden no deberían pensarse a costa de la desaparición del otro (sobre el que vale todo: borrarlo, meterlo preso, lanzarlo al espacio en un cohete). Desde hace años la gran apuesta de toda oposición es que al gobierno le vaya mal, sin importar que al país le vaya mal.
Si pudieran imitar la sencillez y la humildad de Lionel Scaloni. La planificación y el orden como ejes de una idea superior expresada siempre con respeto y sin soberbia.
El equipo que se consagró en Qatar era eso, un equipo. Un grupo de profesionales talentosos, pero dispuestos al sacrificio. Solidarios y valientes. Ojalá nos representaran cabalmente como sociedad.
Tanto el director técnico como varios de los jugadores, en sus primeros mensajes después de la final, destacaron su satisfacción por la felicidad que sabían le estaban regalando al pueblo argentino, que se volcó a las calles como no ocurría en muchos años.
Entre esa multitud que celebró hasta la afonía, hubo muchos que no saben cómo llegarán a fin de mes. En esa multitud hubo muchos chicos que hoy volverán a pasar injustas privaciones.
Creo que la alegría inmensa que todos compartimos, más allá de cualquier división, debería habilitar también atajos para pensar un modelo de país menos caníbal.
Cuando se hacen las cosas bien, se planifican, hay entrega y generosidad, se puede ganar o perder, pero sin esos elementos no hay chance de triunfo.
¿Y si la selección campeona funcionara como metáfora del país? Parece imposible, pero qué lindo sería.