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De la fantasía creadora...

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AL NACIMIENTO DE LAS CREENCIAS
AL NACIMIENTO DE LAS CREENCIAS

DE LA FANTASÍA CREADORA AL NACIM

 

    La inmersión del cerebro humano en un mundo de fantasía, evadido de la, a veces ,insoportable realidad, fue un evento comparable en su importancia a la aparición de la función reproductora en nuestros ancestros, pues, gracias a esa facultad, el hombre pudo continuar evolucionando mentalmente; de lo contrario todas las formas psíquicas nuevas hubiesen fenecido, para quedar estanco el proceso en la etapa hominizante primitiva y hoy el planeta quizás estaría poblado sólo de toscos pitecántropos.

    Igual que la ostra marina que no ha experimentado cambios evolutivos en las profundidades de los océanos por no encajar ningún mutante derivado de ella en ese medio en que vive y a la cual sólo ella está adaptada en su especie, también el pitecántropo vagaría por el ambiente telúrico mutando continuamente sí, pero también manteniéndose invariable durante todas las generaciones futuras, porque todas las nuevas formas psíquicas más lúcidas estarían destinadas al fracaso al chocar con una realidad procelosa, amenazante y enervante de la voluntad de vivir.

    Pero es necesario volver a advertir que la sola posibilidad de fantasear vanamente, no basta para sobrevivir. La mente puede crear seres inexistentes, torcer los acontecimientos desencajándolos de la realidad; idear escapes de la fatalidad; tornar posible lo imposible; triunfar de la idea de las desgracias y de la muerte poniendo al vuelo su imaginación creadora de nuevas posibilidades, pero todo esto no es suficiente. Se hace imperiosamente necesaria otra facultad que se sume a la anterior, que la complemente, que la haga valedera, y este factor es la creencia.

    La creencia fue casi unida a la fantasía, pues su nacimiento estuvo fijado en una etapa muy próxima a la mutación que originó la fantasía. Es decir, pudo haber aparecido un poco después, pero no muy distante o quizás en forma simultánea. Resulta ser muy aventurada una recapitulación psicogenética minuciosa. Sólo nos queda el recurso de la especulación, pero lo positivo, lo que fuerza a la razón es la evidencia de una necesidad de creer cuando se trata de un psiquismo elevado, necesidad extensiva incluso a otras posibles formas de vida de aquellas lejanas galaxias, donde según algunos cosmólogos, se debe dar por descontado que existen las mismas condiciones azarosas, fatales, accidentadas, adversas e inseguras, que las que detectamos en nuestro planeta y en sus alrededores, incluidas nuestra galaxia y otras cercanas, cuyo estudio es posible realizar. Dudo que pueda haber psiquismo consciente elevado en condiciones ambientales amenazantes como las que nos rodean, sin la facultad de creer en algo o en alguien protector. Si ese algo o alguien necesario para otorgar seguridad existencial no existe en la realidad, entonces se lo crea mentalmente mediante la posibilidad que da la fantasía, es decir la facultad de combinar vivencias pasadas, abstraerlas de la realidad, proyectarlas mentalmente luego, para creer en ellas como si fuesen otras tantas vivencias con realidad exterior a la psique.

    Pienso que si este fenómeno no ocurre en cualquier forma de vida de lejanos mundos, donde faltara una armonía en las relaciones individuo-naturaleza, no puede haber psiquismo elevado frente a lo tenebroso. Creo también que el arribar a esta etapa, es una condición sine qua non para lograr una inteligencia superior en esas condiciones.
    Pero es una condición que no implica ninguna ley necesaria desde el punto de vista determinista. Es decir que, según creo, no existe en el Universo tendencia alguna por parte de los procesos llamados vivientes a lograr como corolario de su evolución un ser con inteligencia superior, sino que pueden existir incontables mundos lejanos poblados de seres vivientes, sin que necesariamente sean inteligentes Incluso la vida en muchos de estos mundos puede estar ya extinguida sin haberse alcanzado jamás un ser inteligente. Primero por no haber tendencia hacia ello y segundo porque no hubo formas derivadas de las anteriores que apuntaran casualmente hacia un perfeccionamiento intelectivo, porque se necesita de un azar muy grande para que un ser mute hacia un psiquismo elevado.
    Veamos si no, los vegetales de nuestro planeta, formas de vida tan distanciadas de los animales y que, sin embargo, se dieron como episodio viviente terráqueo. Formas que muy difícilmente puedan arribar a una etapa psicógena, a pesar de la existencia de algunas pocas plantas sensitivas (Poseo en mi jardín varias plantitas de la sensitiva Mimosa pudica, cuyos folios se marchitan al menor contacto, para recuperarse al cabo de algunos minutos), que aún así y todo, se hallan abismalmente distanciadas del psiquismo animal.
    De tal modo, resulta que lo acaecido en la biosfera de la Tierra debe ser un episodio muy poco probable en el Cosmos y por ende difícilmente repetible, pero, dada la dimensión colosal del Universo, algunos cosmólogos aceptan que hay más inteligencias en lejanas galaxias (uno de ellos fue el extraordinario Carl Sagan), mas lo sin duda imposible, es que un psiquismo en evolución precientífica logre una inteligencia superior, acompañando paralelamente a la realidad que se va revelando cada vez más cruda, como le ocurre al niño que va entrando en la pubertad dejando atrás el mundo de ensueños de la infancia.
    Realidad cósmica y psiquismo elevado sin ciencia, son incompatibles porque la insoportabilidad generada conduce al desequilibrio psíquico que termina en locura o arrastra directamente al suicidio. Pero la creencia en algo irreal elaborado por la mente, salva a ésta del descalabro y el psiquismo puede continuar evolucionando por desgajamiento de formas inviables, unas de las cuales son precisamente las carentes de fantasías y creencias. Sólo podrán sobrevivir en esta última condición, supuestos seres inteligentes sin conciencia real del peligro, con mentes inocentes, habitantes de un planeta con superabundancia de recursos y donde se hayan conjugado varios factores que garanticen una protección completa contra los embates de la fatalidad.


El aferramiento a causas y hechos reales o imaginarios supuestamente sólidos que convienen al sostenimiento de la existencia

    La creencia supone una adhesión a una idea. El grado de acercamiento hacia la realidad por parte de una idea depende del caudal de conocimientos que posee el individuo; así, de este modo es posible una depuración de las ideas falsas a medida que se sabe más acerca de cómo las creencias cabalgan sobre las ideas, aquellas se van aproximando cada vez más hacia la realidad, a esa realidad que fue abandonada por revelarse insoportable durante el proceso de hominización (transformación del animal primitivo en hombre).
    Esto parece ser una paradoja. Primero, el ser consciente huye de la realidad hacia un mundo fantasioso más seguro, luego ese ser a medida que va adquiriendo conocimientos, se aproxima otra vez a la realidad, describiéndose como un arco si trasladamos estos hechos psíquicos a un sistema de coordenadas.
    Por ahora voy a hablar de la primera etapa de la evolución psíquica, es decir, de la que ha exigido una huida de la realidad mediante creencias adheridas a ideas fantasiosas muy alejadas de aquélla.
    Primero está la elaboración mental, que luego se toma igualmente como objeto. Después está la adhesión a esa idea objetivada, la creencia en ella.
    Si esa idea sobre el objeto es saludable, sirve de asidero ante el naufragio psíquico; si la idea que se forma sobre el objeto es de peligrosidad, de posibilidad de causar daño, también surge una creencia saludable de ello, aunque el objeto esté muy lejos de ofrecer peligrosidad alguna, pero desde el momento en que se cree conocer las propiedades de un objeto para no sufrir daño esto ofrece seguridad. Esto viene dado por experiencias anteriores con cosas verdaderamente dañinas que provocaron sufrimiento. Las experiencias de este tipo acumuladas son trasladadas a ideas imaginarias y a su vez a cada hecho nefasto se le opone imaginariamente un antídoto, una creación mental que puede aniquilar el mal como si éste fuera una entidad real palpable, o por lo menos ahuyentarlo. La idea sobre el mal es otra creación mental junto a la idea del bien y el dualismo aparece como una consecuencia lógica de estas tres cosas: primero del daño real experimentado por el ser consciente, luego por la oposición natural de éste, por una rebeldía frente al sufrimiento, y finalmente por la experimentación de bienestar en los momentos felices.
    Estas dos elaboraciones mentales, el "bien" y el "mal", constituyeron las piezas claves de toda creencia primitiva, y la principal preocupación de nuestros lejanos ancestros ha sido el ahuyentar el mal y atraer el bien frente al proceloso y enigmático mundo que los rodeaba.
    Toda la ocupación mental en el terreno de la fantasía-creencia se hallaba abocada al aferramiento a causas, hechos y cosas tenidos por sólidos, por seguros, en cuanto a su conveniencia para el sostenimiento existencial.
    Así, frente a los peligros que acechaban desde las sombras al primitivo que salía de cacería por la selva, aparece, por ejemplo, el amuleto que le protege. Una piedra, un hueso, una pluma de ave, una ramita de forma caprichosa... todo puede servir de protección frente a las fieras, a los enemigos congéneres, a las enfermedades y accidentes.
    Ese aferramiento a cosas diversas implica creencia, no en el objeto en cuanto tal, sino en cuanto se le atribuyen propiedades mágicas, una especie de mana (del lenguaje de los melanesios, palabra adoptada por los antropólogos), algo que está allí contenido, que posee poder.
    De esta manera, provistos de objetos con poderes extraordinarios, capaces de realizar cosas fuera de lo común, la rama hominizante pudo afrontar temerariamente los peligros de la naturaleza y luchar con más confianza contra sus propios congéneres enemigos.
    Detrás de lo amuletos y talismanes campeaba, como telón de fondo, la idea de un mundo mágico donde todo era posible.  Los objetos protectores constituían los poderes para torcer favorablemente los acontecimientos de ese mundo plástico, donde las posibilidades siempre se multiplicaban mediante la fantasía.
    Además de ahuyentar los males portando consigo un amuleto, era necesario también conocer las causas de los daños; entonces nacían ideas sobre causas supuestas en las que se creía y de esta manera se podían invocar esas causas casi siempre personificadas por el natural antropomorfismo y aplacar sus iras como si se tratara de entes con voluntad o de lo contrario tratar de destruir o evitar esas supuestas causas tenidas por auténticas, para de esta manera vivir en seguridad. Ejemplos: palabras mágicas como causas de enfermedad o muerte; un animal inofensivo, pero repulsivo por su aspecto, cuya sola presencia podía ser causa de daño; figuras formadas por objetos capaces de atraer desgracias y otras imaginaciones.
    También ciertos hechos pueden significar malos augurios y ser tomados como señales de futuros acontecimientos (presencia de aves de mal agüero, mariposas que auguran desgracias, murciélagos que personifican al demonio, como ejemplos de la actualidad).
    Ese mundo mágico poblado de existencias fantásticas con posibilidades infinitas también daba lugar a cosas y hechos malignos desconectados de los que necesariamente tenían que ser aceptados para explicar la injusticia. Es decir, que la mente creaba también elementos nocivos gratuitamente, para temerles luego sin necesidad alguna.
    Esto se explica por la común y continua deriva de los hechos físicos del Cosmos, que varían sin cesar, apuntando en todo sentido, sin ordenamiento.
    También la mente, que es un conjunto de hechos físicos, desvaría en todo sentido, creándose incluso enemigos imaginarios que nunca existieron ni existen, para padecer luego bajo sus influjos.
    Pero esto no agrava ni mejora las relaciones psicoambientales del individuo, porque siempre se encuentra actuando la panacea preelaborada: el mundo mágico donde todo es posible; por cuanto aún aquellos enemigos imaginarios pueden ser dominados mediante influyentes palabras, signos, danzas u objetos mágicos que poseen ciertas virtudes.
    Pero todas estas cosas son creídas porque existe en el homínido una constante necesidad de creer en algo, aunque este algo sea dañino, porque permite el reaseguramiento frente a lo incierto mediante un conocimiento aunque sea falso, a fin de dar forma a lo tenebroso, a lo desconocido.
    Una vez supuestamente conocida la causa del mal, el origen de los hechos, las señales del mal agüero, la psique ya sabe a qué atenerse, porque su mundo es mágico y todo puede ser posible por cuanto la inseguridad cede.
Todo lo dañino puede ser dominado, los acontecimientos futuros, ese destino incierto creador de angustia, enervante para una psique desprovista del mecanismo fantasía-creencia, puede ser previsto mediante señales que permiten evitarlo o puede se desviado mediante poderes desatados por amuletos, palabras o ritos.
    Entre las creaciones mentales más eficaces para paliar una de las más martirizantes realidades en que consiste la muerte, es el alma inmortal como ente separado del cuerpo, de lo físico.
    Esta idea tuvo que haber nacido en los tiempos primitivos en el homínido, ya que en virtud de la creencia en ella se triunfa de la atroz muerte.
    La salida mental de ese inevitable trance se puede considerar un hecho ingenioso si se quiere, en el ciego desarrollo psicogenético. Ingenioso en cuanto apreciado hoy por el hombre, pero que en sí fue un acaecer físico más, como la probóscide de los proboscidios que tuvo éxito, dada su utilidad.
    La muerte como transición hacia la nada es una idea atroz, decepcionante, como una posibilidad de caer en el vacío que provoca desesperanza. En cambio la vida futura es un bálsamo que atenúa el horror a la muerte; por ello todos aquellos individuos que poseían la tendencia hacia la creencia en esa creación mental se aferraron a ella, constituyendo esto un común denominador de todos los pueblos de los diversos continentes.
    Creyeron desde tiempos remotos en el alma inmortal, tanto los euroasiáticos, como los africanos, amerindios y oceánicos.
    Tenemos entonces varias creaciones psíquicas, a las que se ha aferrado el hombre, tomadas como unos objetos más, convenientes a la existencia, cuyas causas surgen en la mente como necesidades para la fuga de la realidad enervante; entre ellos tenemos como relevantes el bien, el "mal" y el "alma", cuyas representaciones son antropomórficas, es decir se las imagina como seres con figura humana (ángeles, demonios, aparecidos, etc.).
Luego tenemos a los objetos inanimados, los animales y las plantas, a los que se atribuyen poderes para influir en ese mundo mágico maleable, preconcebido.


El afianzamiento en las creencias escogidas por selección de causas y hechos que se adecuan a ellas

    De la heterogeneidad de cosas, causas y hechos reales que rodearon al Homo incipiente, junto con las elaboraciones mentales de cosas, causas y hechos de la ficción, fueron elegidos sólo algunos elementos adecuados a las creencias necesarias.
    En cada pueblo se fueron seleccionando diversos elementos, cuyas creencias en ellos se fueron incorporando a la tradición, afianzándose de esta manera.
    Una vez arraigada una creencia, ya era aceptada luego, sin más, como algo sólido, de existencia indiscutible como el Sol, la Luna, las estrellas, las montañas y los ríos.
    Poco a poco fueron naciendo conjuntos de creencias que iban pasando de generación en generación, aunque a través del tiempo se iban sumando nuevos elementos, mientras se perdían otros en el pasado remoto, dado el dinamismo transformativo de todo lo relativo el mundo humano, como la inmortalidad del alma, la magia y los seres representantes del bien y del mal.
    El mecanismo de salvación del naufragio psíquico frente a la, a veces, insoportable realidad, consistió entonces en la facultad de crear imaginariamente, mediante combinaciones de vivencia pasadas, un mundo de fantasías donde todo era posible, primer paso de la evasión de la realidad. Luego surge casi concomitantemente a eso, la creencia en esas fantasías mentales, en especial en aquellas que convenían a la seguridad frente a las posibles desgracias.
    Estas son las razones de la existencia de tantas pseudociencias del pasado que hasta hoy se arrastran y otras nuevas que se inventan continuamente hoy ya con picardía, para vender libros y revistas, realizar conferencias pagas sobre esos temas y otras "estrategias" con el fin de obtener ganancias monetarias a costa de los creyentes; dinero que, mediante colectas, más valdría otorgárselos directamente a los pobres y enfermos antes de quedar en los bolsillos de los charlatanes.

 

Ladislao Vadas

 

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