El problema de Rosario no es el narcotráfico. ¿Por qué aseguro algo que suena tan descabellado y políticamente incorrecto? Lo hago porque considero que el narcotráfico es solo un síntoma muy grave de la misma enfermedad que sufrimos los argentinos y todo occidente.
Es como cuando vemos una mancha de humedad en la pared, el problema no es la mancha en sí, el problema es que, en lo profundo de esa pared, hay algún caño pinchado que está arruinando la integridad de la pared y para poder repararla, primero debemos identificar y corregir ese caño defectuoso. La mancha de humedad en la pared representa el narcotráfico y el caño roto la enfermedad que la origina.
Una enfermedad que se manifiesta antes con otros síntomas más leves. Como el menosprecio por la belleza, por el esfuerzo, el desafío, la inversión y el mérito.
Síntomas como la falta de autoridad de los padres para con los hijos, de los docentes para con los alumnos o de las fuerzas de seguridad para con los delincuentes.
Síntomas como la falta de respeto a los mayores, a las normas, a la propiedad privada ajena ó a los espacios públicos.
Síntomas como la ausencia de compromiso con el deber, sea en el hogar, en la escuela, en la sociedad, en el trabajo o en la vida cívica.
Síntomas como la falta de amor propio de quienes solo parecen disfrutar si se emborrachan o si se drogan lo suficiente como para anular su consciencia. Adictos al placer de las sensaciones instantáneas pero fugaces del ahora, necesitan consumir más y más emociones vacías e intrascendentes para no deprimirse. Confunden unas tristes gotas de alegría con el océano de la felicidad.
Estos síntomas son de una enfermedad diseñada por los pensadores del posmodernismo, actualizada por la agenda 2030, inculcada por el sistema educativo, promovida por los medios de comunicación y financiada por los gobiernos y el foro económico mundial.
Esta enfermedad es un cáncer que ataca al cuerpo y al intelecto, pero sobre todo ataca al espíritu, ataca aquello que nos hace humanos. Esta enfermedad es un cáncer que avanza sobre la consciencia, sobre el pensamiento crítico, sobre las ansias de crecer y de trascender. Un cáncer que pretende reemplazar los valores morales y los valores éticos por un “vale todo” donde reina el instinto animal en lugar de la razón humana. Te aplauden si hablás de tus derechos y callás tus deberes y responsabilidades, te dan miles de likes si el norte de tu vida lo determina “lo que sentís” y no “lo que pensás”. Por eso, cuando hablan de los “derechos de los seres sintientes”, no están humanizando a los animales, te están animalizando a vos.
Este cáncer que padecemos busca desintegrar la familia para así dejar a las personas aisladas y sin contención. Este cáncer corrompe nuestra propia identidad al desconocer y rechazar todo lo que nos caracteriza e identifica como individuos, todo lo que nos diferencia del resto y nos hace únicos: nuestro idioma, nuestra religión, nuestra cultura, nuestra personalidad, nuestra escencia. Incluso pretende que desconozcamos la realidad evidente y palpable, como es nuestro color de piel, edad o sexo y pretende que la reemplacemos por una fantasía construida en la auto percepción.
Sin contención, sin identidad personal, sin sueños sin ambiciones, enceguecidos por el ya y no por trascender, llenos de igualitarismo y vacíos de personalidad, convertidos en un número, en un producto en serie idéntico a los demás, esta enfermedad nos convierte en huérfanos descartables, en islas solitarias en un mar de desconocidos, este es el objetivo expuesto en la premisa: “no tendrás nada, no tendrás privacidad y serás feliz”.
Esta enfermedad, este cáncer, se llama posverdad.