Los tiempos han cambiado. Ya no abundan las cadenas nacionales ni el regocijo de aquellos beneficiados por la “justicia social” kirchnerista. La inflación no parece detener su marcha y los billetes en los bolsillos paren evaporarse cada vez más rápido sin dar tregua.
El acto de la vicepresidente de la Nación, Cristina Fernández, parece haber tomado nota de la decadencia de un modelo agotado. Ya no hay resultados por mostrar y la épica de otros tiempos parece ir quedando en el olvido. Ya en el recuerdo están aquellos que aplaudían cada vez que se repartían subsidios sin sentido, cuando se jubilaba masivamente a cientos de miles de personas sin aportes, cuando los subsidios permitían pagar tarifas irrisorias mientras se destruía el esquema energético o cuando se hostigaba al sector empresario mientras se sumaban al Estado 1.500.000 trabajadores sin demasiado sentido. Hoy nada queda de aquella “gloria” kirchnerista.
El modelo se agotó. El sector privado esta exhausto y la pobreza abunda en cada rincón de la Argentina. El rechazo por la moneda, un dólar que parece mostrar la mejor foto del gran desaguisado argentino y una crisis política de dudoso desenlace ponen más leños a un incendio que nadie en el Gobierno parece estar dispuesto a enfrentar.
Los desafíos son enormes y el poder de fuego parece ser escaso. Ya no hay reservas en el Banco Central mientras el esquema regulatorio, impositivo y el propio cepo cambiario hace imposible obtener dólares. Un país que no mira al mundo buscando mejorar su relación comercial y diplomática sino que lo hace al solo efecto de poder lograr endeudarse un poco más, no parecería ser el rumbo indicado en una economía devastada por décadas de populismo.
El inquieto dólar no es más que la fiebre del enfermo terminal. No es más que el síntoma de una Argentina enferma, de una Argentina agónica, de una Argentina a la que siempre se la ha inyectado veneno en vez de los remedios apropiados. El populismo ha aniquilado un país que en algún momento tuvo mucho futuro para contar.
El populismo ha arrasado con todo lo que ha encontrado a su paso. Ha destruido riqueza, producción, reservas de divisas, empleo, nivel educativo, sistema jubilatorio, sector privado y hasta se ha infiltrado en la Justicia. Todo ha quedado dañado y muy herido.
La Argentina siempre da revancha. Las posibilidades son enormes, como lo han sido siempre. Sin embargo, el requisito para cambiar la realidad pocas veces se cumple: la política debe entender que una Nación prospera puede construir solo si existen tres pilares fundamentales. La educación, la inversión y el respeto por las instituciones son la base de un futuro mejor, donde el sector privado sea el motor generador de riqueza, la Justicia sea la verdadera vara de la equidad y el respeto por la propiedad privada y el Estado quite su lastre de encima de una sociedad a la que ya le ha hecho tanto daño que hasta incluso por momentos nos parece irreversible.