Todos los días, en el mundo entero, se confirma el “teorema de Baglini” que, básicamente, postula que, cuanto más lejos se encuentra un candidato de acceder al poder, más radicales son sus propuestas y, cuanto comienza a percibir la probabilidad de acceder al poder, las va morigerando.
Sin embargo, un personaje tan excéntrico y enigmático como Javier Milei, pone en duda esa hipótesis. A semejanza de lo que sucedió con Donald Trump, Vladimir Zelensky o Jair Bolsonaro, según todas las encuestas podría acceder a la segunda vuelta electoral y acabar así con el monopolio absoluto que las dos grandes coaliciones, escasamente pegoteadas por su adhesión u oposición al kirchernismo, han ejercido sobre el escenario político nacional. Esta probabilidad fue imaginada hasta por Cristina Fernández al confesar públicamente que espera un escenario de tres tercios y la consecuente necesidad de un ballotage, en cual ya no está tan segura de la participación de su fuerza política.
Desde su repentina irrupción en el horizonte de los medios, el mesiánico líder de La Libertad Avanza no ha cesado de enumerar las disruptivas y, a veces, hasta revulsivas acciones que encararía si fuera Presidente; y ahora, cuando podría estar en condiciones de triunfar –en principio, al menos, tanto los votantes del Frente de Locos cuanto los de Juntos para Qué se inclinarían por él si el candidato propio quedara excluido de la segunda vuelta electoral- no sólo no las aligera para los paladares más reactivos, sino que sigue sosteniéndolas públicamente, con gritos destemplados y malos modales.
La democracia directa vía consultas populares para suplir una segura oposición del Congreso, la fuerte reducción del gasto público, la modificación de la educación pública gratuita aplicando un sistema de vouchers, el arancelamiento de la salud en los hospitales estatales y en las residencias médicas, la gestión público(seguridad)-privada(hotelería) del sistema penitenciario, la privatización de empresas deficitarias, la derogación de la ley del aborto y establecer la protección al niño desde la concepción, el fin de la educación sexual obligatoria en las escuelas, la eliminación de subsidios, la libre portación de armas, el tráfico legal de órganos, la dolarización con o sin canasta de monedas, “dinamitar” el Banco Central, la aplicación de una política inmigratoria racional, la unificación de los ministerios de Defensa y Seguridad para habilitar a las fuerzas armadas a actuar en conflictos internos, etc., son sólo algunas de las propuestas a las que me refiero; adelanto que con muchas de ellas coincido totalmente.
Milei contradice a tal punto al mencionado teorema que resulta necesario preguntarse si él mismo, que obviamente carece de estructura territorial para apuntalar su candidatura, de un contundente equipo técnico para asumir los cargos principales de la administración pública (que, de todas maneras, se zanjaría por la vocación tan argentina de correr presurosos en auxilio del vencedor), de la cantidad de fiscales necesarios en todo el país para defender sus boletas y carecerá de un número importante de legisladores, lo cual lo obligaría a negociar permanente sus leyes, quiere llegar ahora a la Presidencia o sólo incorporar una treintena de diputados (en la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires) para hacer crecer fuertemente su espacio de derecha y condicionar al próximo gobierno, reservándose (como seguramente hará Sergio Massa en sus antípodas) para el siguiente turno electoral, dentro de cuatro años.
El jueves, Cristina Fernández fue la única actriz en un show conducido por un muy reciente y fanático converso; obviamente, no se le formularon preguntas incómodas pero, aún así, después de reiterar sus muletillas habituales (los medios concentrados, el “partido judicial”, la inexistente proscripción, el FMI como único responsable de esta estanflación que nos lacera), hizo algunos guiños menos previsibles: ponderó en Sergio Massa haberse hecho cargo de la “papa caliente”, pero aclaró que en los únicos en quienes confía completamente son su tan laborioso hijo Máximo, Eduardo Wado de Pedro y Andrés Cuervo Larroque.
O sea que, tal como suponíamos, el innegablemente audaz Aceitoso, aún si quisiera sostener una candidatura imposible en medio del caos económico en que el demencial populismo sin dólares del modelo kirchnerista y su propia impericia nos han sumido, no podrá contar con el dedo dictador de la jefa del espacio para apuntalar sus pretensiones; éstas, por lo demás, habían encontrado un auto-límite importante en la necesidad de disputar las PASO con otros contendientes, ya que una de sus condiciones excluyentes era ser ungido como único representante del Frente de Locos.
Mucho más preocupante en el discurso de Cristina Fernández fue su desligitimación previa al gobierno que asumirá en diciembre al cual, por estar ella “proscripta” y extender ese estado a todo el peronismo (para fundamentarlo utilizó los vetos judiciales a las inconstitucionales re-reelecciones de Sergio Uñac y Juan Manzur) negará representar al “pueblo”, tal como hicieron ya varios de sus más salvajes lenguaraces, como el ínclito asesor papal Juan Grabois o Mario Secco, Intendente de Ensenada, quienes directamente amenazaron al futuro y proyectan hacerlo saltar por los aires mientras corren ríos de sangre en las calles, en caso de que el Frente perdiera las elecciones, algo altamente probable. Me sigue sorprendiendo que ningún fiscal tenga el coraje de denunciarlos por apología del delito y por alzarse contra las instituciones, una conducta en la que ha incurrido hasta el propio Caracol que se auto-percibe Presidente.