Conservador, prolijo, amigo de los poderosos, defensor del status quo. Ese es el arzobispo de la Ciudad de Buenos Aires con el que soñaban los sectores más reaccionarios de la Argentina. El Papa Francisco volvió a desafiarlos: nombró como cardenal primado a Jorge Ignacio García Cuerva, un religioso comprometido con los más humildes y consustanciado con las ideas del jesuita que gobierna el Vaticano. Los ataques se sucedieron de inmediato, desde usinas vinculadas al conservadurismo eclesial, y de los medios tradicionales. Primero se difundió un recorte donde el actual obispo de Río Gallegos hace mención a Juan Perón en una ceremonia de 2016 por el aniversario de la muerte del tres veces presidente y, enseguida, se exhibieron fotos con Sergio Massa y Malena Galmarini. No hizo falta más.
Mariano De Vedia en el diario La Nación publicó una nota sobre el «malestar en los sectores católicos» por la designación de García Cuerva: en la nota hablan varios religiosos no identificados, entre ellos un «obispo que habló en reserva». La charla entre Eduardo Feinmann y Pablo Rossi, en el canal propiedad del mismo diario, fue de antología. No se ahorraron adjetivos, ubicaron ideológicamente a García Cuerva: le dijeron peronista y más tarde montonero (por provenir de una familia acomodada y defender a los pobres). También lo acusaron de ser parte de un plan para complicar al próximo gobierno de la oposición. Las críticas fueron coincidentes con la opinión del ex capellán Rodrigo Vázquez, quien dijo que García Cuerva es «una persona gay, que apoya el LGTB, toda esa porquería» (el obispo bautizó a los hijos de Florencia de la V) y agregó que «además apoya el terrorismo, es kirchnerista, peronista y es recontra francisquista». También dijo que «es antimilitar y por supuesto, amigo de las Abuelas de Plaza de Mayo».
Seguramente los periodistas mencionados no habían visto todavía las fotos de García Cuerva con Mauricio Macri, María Eugenia Vidal y Carolina Stanley. De ser así, y con la misma liviandad, lo hubiesen ponderado. En ese canal se emiten abundantes gestos laudatorios para todo lo que hace, dice o piensa el ex presidente Macri. Tampoco deben haber leído las críticas del obispo García Cuerva al actual gobierno peronista por el manejo de la pandemia y por los efectos de la inflación. Ese mismo día y en esa misma señal, pero con más información, Carlos Pagni ponderó al nuevo arzobispo de la Ciudad de Buenos Aires: «conociéndolo, creo que es un hombre brillante, de gran profundidad y compromiso con su vocación, que va a ser una sorpresa en la vida pública porteña», escribió.
García Cuerva tiene 55 años, nació en Río Gallegos, es hijo de oficial retirado de la Fuerza Aérea. Se destacó por su trabajo en villas miserias, como la Cava. Luego el Papa lo designó primero como obispo auxiliar de Lomas de Zamora y luego obispo de Río Gallegos. Licenciado en Historia y doctor en Derecho, se graduó de abogado en la UBA y doctor en derecho Canónico en UCA. Un religioso preocupado por su propia educación y por la educación de los demás.
Más allá de las especulaciones, bien o mal intencionadas, está claro que el Papa Francisco propicia con este y otros nombramientos en la Iglesia Católica en todo el mundo, una línea acorde con su visión de los cambios que deben consolidarse en la Iglesia. Está pensando en lo que viene para una institución que todavía debe dar explicaciones por el aluvión de denuncias de pedofilia y que debe acercarse a los excluidos y más necesitados si es que no quiere seguir perdiendo fieles. Son las mismas ideas que lo mantienen lejos de Argentina, según sus críticos, «por peronista».
Se verá con el tiempo si la gestión pastoral de García Cuerva en la Ciudad de Buenos Aires cumple con la expectativa que generó su designación entre quienes creen que la verdadera Iglesia es la de monseñor Angelelli y Arnulfo Romero y no la de Feinmann y Rossi.