Si la oposición tuviera ganas de jugar con fuego, la insaciable voluntad por la impunidad que motoriza a Cristina Fernández de Kirchner le estaría dando, en estos últimos meses de su espantoso gobierno, la oportunidad de probar si alguna de sus tácticas electorales (que han sido planteadas públicamente, por ejemplo, por Horacio Rodríguez Larreta) son realmente operativas o pueden transformarse en una trampa mortal para el próximo gobierno.
El jefe de gobierno porteño ha explicado cuál es la lógica que mueve la preferencia de su estrategia: el cambio en la Argentina debe ser profundo, sí, pero fundamentalmente debe ser duradero, es decir, debe perdurar en el tiempo y no estar sujeto a lo Larreta llama “el péndulo” (para graficar la constante costumbre argentina de, eventualmente, implementar giros bruscos de timón que encienden las ansias de vastas franjas de la sociedad para volver al ruedo de lo conocido y de lo que siempre se hizo, cuando aparece “la mala”).
El jefe de gobierno insiste en que ese cambio, si es brusco y encabezado por una base estrecha, podrá ser muy profundo pero activará de tal modo los anticuerpos del statu quo que, como un perro que se muerde la cola, hará que la Argentina vuelva al punto de partida al poco tiempo.
Para eso Larreta explica que hay que sumar una amplísima base de sustento para que las medidas que el nuevo gobierno quiera llevar adelante cuenten con el respaldo legislativo y social que las transforme en permanentes.
El razonamiento no está mal. Al contrario, suena lógico y coherente. La experiencia histórica argentina demuestra que el cambio brusco de “mentalidad” (cuando no es avalado por una mayoría social y legislativa decisiva) no se mantiene cuando vienen las “vacas flacas”.
En ese momento, las consecuencias de la “malaria” son atribuidas precisamente a ese cambio y todos reclaman la vuelta al redil conocido, adonde todo volverá a ser apacible.
Le pasó al cambio propuesto por Menem en los ‘90. Y eso que Menem -por ser justamente peronista- contaba con una amplia base de apoyo político y hasta sindical.
Pero cuando la taba se dio vuelta y llegó el momento de dar muestras del convencimiento del cambio y de enfrentar las “malas” con las herramientas de la supuesta “nueva mentalidad”, la sociedad le dio la espalda a esa nueva cultura y se impuso el regreso al estatismo, llevado luego al paroxismo por los Kirchner.
De modo que el racional de Larreta no está mal. El pequeño problema surge cuando, en aras de lograr esa nueva mayoría es necesario resignar “grados” de la profundidad del cambio.
Porque supongo que esto el Jefe de Gobierno lo debe tener claro: está muy bien sumar y sumar pero los que se suman van a pedir algo a cambio. Precisamente eso que pidan a cambio probablemente sea que “el cambio no sea profundo”.
Una de esas movidas que promueve el jefe porteño es una alianza electoral con Juan Scharetti el peronista supuestamente no-kirchnerista de Córdoba.
Los que dentro de JxC se oponen a esa movida le enrostran a Larreta todas las veces que los legisladores de Schiaretti votaron en el Congreso en consonancia con los intereses del kirchnerismo, incluido el robo de más de 1000 millones de dólares del presupuesto de la Ciudad de Buenos Aires sin previo aviso y sin la menor condescendencia en medio de la pandemia de 2020.
Ahora, la insaciable voracidad por la impunidad que define cada movimiento de Cristina Kirchner por su comprensible pavura de terminar presa (recordemos que ya ha sido condenada una vez por robarle a los argentinos más 1000 millones de dólares en uno solo de los casos de corrupción investigados) quiere forzar una votación en el Senado para nombrar jueces afines antes de perder definitivamente esa prerrogativa.
En principio, la oposición se está negando a dar el quórum necesario para que la hotelera condenada se salga con la suya. Y sin los votos del llamado “peronismo federal” Kirchner está muy lejos de tener senadores propios que le alcancen para votar esos nombramientos.
Muchos suponen que la ceguera soberbia y omnímoda de la vicepresidente la puede llevar a intentar tender un puente de entendimiento con ese bloque para que sus senadores le den el quórum.
El bloque del “peronismo federal” lo integra, entre otros, Alejandra Vigo que no es otra que la esposa de Juan Schiaretti, el gobernador de Córdoba.
¿Qué pasaría si la táctica de Larreta fuera sometida a la prueba práctica de ver cómo vota Vigo en una supuesta convocatoria que le conviene y le es funcional a la impunidad de Cristina Kirchner?
Sería interesante de ver, ¿no? Porque, una vez más, aquello de que la base de sustentación del nuevo gobierno debe ser muy amplia para que los cambios que impulse sean duraderos y no estén sujetos al péndulo suena muy lindo, pero cuando te empiezan a exigir (aunque sea indirectamente) que quien debería estar presa de por vida por los innumerables pesares que le causó al pueblo argentino, no lo esté (porque ese es el precio que te pongo para “sumarme”) entonces “tu suma” no me sirve.
Y no me sirve porque lo que me exigís para consumarla contradice la esencia misma del cambio que quiero llevar adelante y para el cual, justamente, te convoco.
El peronismo lleva la trampa en el alma. Fue el peronismo el inventor de las trampas legalizadas de la “ley de lemas”, las “boletas colectoras”, “los candidatos testimoniales” y mil trapisondas más que lo han ayudado a ganar cientos de elecciones, aún apelando a la traición y al engaño.
Entonces la pregunta del momento para los tácticos del “sumar para que el cambio profundo sea duradero” debería ser: ¿cuánta profundidad debo resignar para ganar perdurabilidad?
Porque si para que perduren los cambios que me vas a dejar hacer esos cambios deberán ser solo cosméticos, prefiero jugármela a que lo que quiero hacer sea tan exitoso que no haya un nuevo péndulo, antes que tenerle miedo al péndulo y dejarme doblegar por los que en realidad no quieren cambiar nada.
Es el enigma que los tácticos de JxC de un lado y otro deben sopesar en estos tiempos.