El kirchnerismo se negó a derogar la ley de alquileres. La norma que hundió la oferta de propiedades y está condenando a centenas de miles de argentinos a pagar precios exorbitantes por sus departamentos, a otros tantos a no encontrar donde vivir (o lo que es peor, enfrentar el desesperante momento de un vencimiento de contrato sin poder renovarlo y no encontrar otra propiedad dónde mudarse) y a los propietarios a deshacerse de sus propiedades porque no pueden alquilarlas y les resulta demasiado oneroso mantenerlas, seguirá vigente simplemente porque un conjunto de dogmáticos, estatistas, arruinadores seriales de la vida de millones se les ocurrió que el credo socialista está por encima de la realidad cotidiana de personas que no encuentran dónde vivir.
Lo que iba a pasar con esta ley de alquileres fue advertido por casi todos los sectores sociales involucrados de algún modo en la dinámica de las locaciones de inmuebles. Los propietarios, los inquilinos, los corredores inmobiliarios, las agencias, los especialistas en derecho locativo, todos, en fin, adelantaron lo que iba a pasar.
En ese momento estaba en el gobierno Cambiemos, que, para variar con lo que muchos cráneos opositores al peronismo socializante hicieron no tuvieron -para ofrecer una alternativa a ese engendro- mejor idea que imitarlo.
Recuerdo al diputado Daniel Lipovetzky (un idiota que creyó que iba a poder correr “por izquierda” los desvaríos kirchneristas) defendiendo este mamotreto contra todas las advertencias que como lluvia ácida le caían sobre su cabeza provenientes de todos los sectores bienintencionado a quienes el tema los preocupaba.
Pero no hubo caso: la alianza de cabezas de termo más estos idiotas útiles que creyeron que iban a poder ser más papistas que el Papa, terminaron aprobando esta legislación que, como no podía de ser otra manera, produjo los desastres pre-anunciados.
Juntos por el Cambio admitió el error (tarde, pero lo admitió) y desde hace tiempo viene proponiendo derogar la ley. Ayer, que era la oportunidad para hacerlo (cuando los aumentos de los alquileres están volando a tasas superiores al 120%) el kirchnerismo bloqueó la iniciativa.
¿Y por qué la bloqueó? Pues muy sencillo: porque esto dejó de ser una discusión alrededor de lo que más le conviene a la gente, para pasar a ser un engranaje más de la discusión ideológica sobre el socialismo de Estado.
Hay organizaciones de inquilinos completamente minoritarias y seguramente al servicio de la propagación de la miseria que forman parte de los sectores camporistas del kirchnerismo que forzaron la negativa.
No es algo que debería sorprender. Uno de los elementos más característicos del socialismo comunista es, efectivamente, una soberbia dogmática que coloca, por encima de las practicidades que cotidianamente la vida ofrece como prueba del sentido común, el credo indiscutible de su ideología.
Entonces, para estos jurásicos, la ecuación es simple: ¿acaso la demostración empírica de lo que está ocurriendo contradice nuestro dogma? Si la respuesta es “sí”, pues que se muera el que se tenga que morir, que vaya a la calle el que tenga que ir a la calle, que caiga en la miseria el que tenga que caer, pero nuestro credo no se inmuta… “Venceremos”.
Este es el núcleo viviente de la revolución soviética, del castrismo cubano y del decadente socialismo del siglo XXI de Chávez: las cuestiones dejan de ser un intercambio para elegir la mejor idea para el conjunto para convertirse en un imperio, sin admitir prueba en contrario, de una verdad revelada.
Cuando la fuerza coactiva del Estado no alcanza para imponer el régimen por el ejercicio del poder público, entonces habrá llegado la hora de las armas. Pero deponer el credo, jamás.
Es lo que Pablo Giussani explicó hace ya muchísimos años en “Montoneros: La Soberbia Armada”, un libro que debería ser de lectura obligatoria en los colegios y que explica cómo la locura de una minoría que se creía iluminada llevó a un país a un baño de sangre aún hoy irredento.
Hoy estos descendientes de aquellos asesinos y delincuentes comunes que encontraron en la “ideología” el yeite para robar y matar con la “licencia” de que lo hacían por “ideas”, han derivado a la política lo que aquellos hacían con las armas.
Hoy toda una raza de dirigentes kirchneristas y peronistas descubrieron un filón para robar y hacerse ricos bajo el ropaje de la política y de las “ideas”. Ese filón consiste, dicho en términos simples, es decir “nosotros no somos delincuentes, somos políticos”, del mismo modo que los terroristas de los ’70 decían “nosotros no somos delincuentes, somos idealistas”.
Por supuesto que está socialmente más aceptado ser un “político” o (más aún) un “idealista” que un delincuente. Creo que, pese al enorme deterioro moral del país, los argentinos siguen considerando un estereotipo rechazable el que encarnan el Gordo Valor o Robledo Puch, por ejemplo. Pero cuando alguien se define como “político”, “líder popular” o “idealista”, entonces parece que los argentinos están dispuestos a perdonarles todo, sin advertir que son tan o más delincuentes que el Gordo o Robledo.
La supervivencia de esta raza depende de que sigan haciéndole creer a la gente que defienden un “ideal”. Y para que haya “ideal” debe haber un dogma, un credo. Si las peripecias de la gente normal se ponen en el camino del dogma, lo que debe primar es el dogma, porque si cae el dogma, caen ellos.
Por eso la discusión sobre la ley de alquileres dejó de ser un tema en donde lo primordial es acercar ejemplos que demuestren lo que está pasando en ese mercado. Lo que está pasando en ese mercado a esta banda de delincuentes no les importa porque si les importara deberían admitir el fracaso del dogma y si lo hacen su propio yeite habría cesado. Eso demuestra que el comunismo y el populismo son formas de engaño para mantener una raza de privilegiados y desiguales que viven de la sangre del pueblo con cuya palabra se llenan la boca. Así fueron Lenin, Stalin, Hitler, Mussolini, Castro, Guevara, Chávez, Ortega y Maduro. No hay diferencias en ninguno de ellos. “Nada se discute frente al dogma porque el dogma somos nosotros y, entre la gente y nosotros, nos preferimos a nosotros”