Luego de un hecho confuso en la City porteña a raíz del cual Aníbal Fernández emitió un tweet diciendo que la justicia penal económica y la Afip estaban desarrollando operativos para detener a lo que él llamó “liquidadores” (en obvia referencia a las “cuevas” en donde se consiguen dólares libres), produjo una desmentida de la propia Justicia que desvinculó el hecho de lo que comentaba el ministro de seguridad.
Sin embargo, Fernández ratificó su postura y siguió insistiendo en que se estaban desarrollando operativos en el centro financiero para perseguir a los que comercian dólar blue.
Sea como fuere, la simple idea de creer que esta operatoria va a cesar porque tres o cuatro operativos policiales se desarrollen en la City, es tener una visión tan equivocada y, fundamentalmente, tan antigua de cómo suceden las cosas en la calle que francamente asombra.
La idea del control represivo de cualquier variable económica debería estar bien archivada ya en todo el mundo y, más que en ningún otro lugar, en la Argentina.
Si fuera efectivamente posible controlar los precios de cualquier bien a punta de pistola y eso redundara en un notorio resultado positivo para el desenvolvimiento económico, el progreso y el aumento del nivel de vida de las personas, el mundo hace rato que sería una gigantesca barraca militar.
La prueba empírica mundial demuestra que la fuerza es el más débil de los métodos para controlar la pretensión individual de actuar con libertad. Al contrario, es posible que el intento del uso de la fuerza para impedir la libre transacción de bienes y servicios (desde el dólar hasta una licuadora) redunde en una mayor presión sobre el mercado sujeto a la coerción y el resultado sea exactamente el contrario al buscado con el uso de la fuerza bruta.
En ese sentido, veía un anuncio de un rejunte comunista del que ni siquiera recuerdo el nombre, en el que se decía que iban a solucionar el tema de la inflación congelando los precios por un año.
Sencillamente no entiendo cómo no se dan cuenta que ellos mismos están entregando los argumentos para derribar esa pelotudez: si fuera cierto que el congelamiento es una herramienta útil para terminar con la inflación, ¿por qué no imponerlo para siempre? ¿Por qué limitar su duración a un año? ¿Acaso confiesan tácitamente que saben que esa no es la manera de solucionar el problema inflacionario entonces se ponen, ellos solos, un límite en el tiempo, porque saben que la regla de un país no puede ser vivir “congelado”? La situación es tan absurda que ni siquiera merecería un comentario.
Estos sinsentidos se dan en un contexto en donde el FMI está exigiendo una “simplificación” del mercado de cambios (léase, una unificación cambiaria) para terminar con esta situación completamente anómala en la que los dólares que entrega el organismo son transados a valores completamente irreales, en una irrealidad provocada y estimulada por las propias reglas de juego que establece el gobierno. Es decir, los reyes del verso de “la fuga de capitales” son los que generan las condiciones ideales para que el BCRA sea el proveedor de dólares a valores ficticios que luego “se fugan” valiendo lo que valen realmente.
Este es otro de los temas que tampoco se entiende cómo cuesta tanto entender: el establecimiento de un cepo es el que genera la falta de divisas, no al revés. O se no hay dólares porque hay cepo, no es que hay que poner un cepo porque no hay dólares.
Si el dólar se pudiera comercializar libremente al precio que realmente vale (probablemente más cerca de los $650 que de los $500) aparecerían oferentes que, paradójicamente, harían bajar el precio al cabo de un tiempo.
Del mismo modo el BCRA recuperaría reservas porque quienes venden producto en el mercado internacional lo liquidarían porque su activo sería remunerado con un dólar de mercado y no con una estafa. Y eso sin contar lo que ocurriría si se eliminaran las retenciones.
El tema es que para hacer todo eso deberían eliminarse todos los privilegios que se pagan con los recursos que provienen de esta estafa. Si el Estado tuviera un gasto controlado del orden de los 20 puntos del producto interno bruto, sobrarían los dólares. No solo no sobran, sino que faltan porque la diferencia se la llevan los que viven de los privilegios creados durante 80 años de peronismo y 20 de kirchnerismo.
Es decir, los que se llenan la boca con la palabra “pueblo” y con la palabra “igualdad” son los que, en estas décadas, han logrado despegarse del “pueblo” y convertirse en una raza completamente “desigual” millonaria e impune, bien diferente de las realidades con que se topa todos los días el hombre de a pie.
Para ser bien sencilla la explicación no habrá más que dar vuelta de pies a cabeza lo que dicen algunos de los spots políticos que se están usando en la campaña. Por ejemplo hay uno (también de otro rejunte comunista pero que en gran medida es compartido utilitariamente por ese camaleón inasible que es el peronismo) que remata su mensaje con una apelación a la “política obrera”. Pues bien: la experiencia empírica mundial demuestra que la así llamada “política obrera” (desde el comunismo soviético, pasando por el castrismo, la tropicalada chavista y la chantada peronista) no ha devenido en otra cosa más que en un desastre completo para los obreros.
Al revés, si fijamos la atención en lo que realmente les conviene a los obreros, veremos que donde mejor están, donde visualmente un observador llegado desde el espacio exterior tendría más dificultades en distinguir entre un obrero, un gerente o un director de una compañía, es donde se aplican políticas generalmente definidas por los populismos del mundo como “anti-obreras”.
El obrerismo ha sido un gran curro también. A él se han subido muchos vivos que, al grito de “arriba los de abajo”, lo que han logrado es mejorar ELLOS su condición, pero al obrero de verdad lo han matado (en algunos lugares -Rusia, Cuba, Nicaragua, Venezuela-, literalmente incluso)
Solo la libertad permite que la realidad de las cosas fluyan de manera natural y que los países no deban vivir a punta de pistola como pretende Fernández. La idea de la domesticación a los palos -muy propia de las dictaduras más crueles- no solo es repugnante desde el punto de vista de los derechos humanos (con cuyas palabras estos impresentables también se llenan la boca) sino que es manifiestamente ineficiente a la hora de obtener los resultados que supuestamente se buscan.
Entonces, Fernández, deje de hacerse el cócoro. Como ministro de seguridad concentre la fuerza del Estado donde debe (para proteger a las personas de bien de los delincuentes que a usted parece que le caen tan bien) y deje de decir sandeces de una buena vez.