Raúl Baglini fue un senador radical de los tiempos de Alfonsín que será siempre recordado por haber reducido a lo que luego se conoció como “El Teorema de Baglini”, un comportamiento político que él observaba en la oposición peronista y que resumió así: “La tendencia a decir barbaridades es inversamente proporcional a la posibilidad de llegar al poder”. Esto es cuanto más cerca de acceder al gobierno se está menos barbaridades se dicen; cuanto menos posibilidades hay de ser gobierno, más barbaridades.
Baglini, con aquel enunciado, pretendía explicar el viaje que había tenido el discurso peronista en la previa de las elecciones de 1989: lo que había empezado con disparates mayúsculos, a medida que el peronismo tomó conciencia de que podía ganar, bajó los decibeles de sus dichos.
Hoy podríamos estar en un momento diferente, pero en condiciones de enunciar otro teorema que describa la conducta de Massa con los medios de comunicación: “La irascibilidad del ministro es directamente proporcional a la cercanía de su derrota”. Esto es, cuanto más cerca está de perder, Massa se pone más irascible.
Ya son varias las apariciones de Massa en donde se lo ve incómodo frente a los periodistas. Hace unos días en Córdoba cuando un colega lo interrogó sobre el dólar y la inflación le respondió diciendo que era “fácil tirar preguntas haciéndose el picante”. Cuando el periodista le aclaró que no tenía ninguna intención de “hacerse el picante” sino simplemente cumplir con su trabajo presentando preguntas sobre los campos de acción de un ministro de economía, Massa echó mano al remanido argumento de la “falta de respeto” cuando, si había algún irrespetuoso allí, era él.
Tampoco parece que le cae bien que le pidan explicaciones sobre las groseras diferencias entre lo que decía cuando prometía “frenar a Cristina”, “barrer a los ñoquis de La Campora” y “meter presos a los corruptos” y lo que dice ahora cuando las tres categorías de personajes referidos en sus dichos son sus socios.
En este caso, Massa ensaya el “operativo enchastre” y pretende traer al relato ejemplos que, según él, son iguales respecto de Bullrich, Carrió y Horacio Rodríguez Larreta, olvidando que el arte de responder consiste en entregar una respuesta directa a la pregunta que se le hizo a él y no desviar el argumento a lo que hicieron otros. En este sentido, el ministro/candidato tiene un cassette. Siempre responde lo mismo y jamás explica lo que se le preguntó, es decir, que hizo que se operara un cambio tan drástico en él mismo, con independencia de lo que hicieron los demás.
Tampoco se muestra demasiado amable cuando el tema es la inflación y dichos que él mismo ha tenido respecto de ella en los últimos meses.
En muchos casos, incluso, se hace el ofendido y ensaya un contraataque feroz contra los periodistas a los que acusa de mentir.
Fue el caso de Rolando Barbano que le preguntó al ministro sobre el índice de inflación de abril, recordando que Massa había dicho que empezaría con el número “3”. Barbano, en lugar de decir textualmente “que el número de inflación de abril tenga un ‘3’ adelante” directamente le dijo “usted dijo que la inflación de abril sería del 3%”. Fue allí donde Massa vio la oportunidad de mandarse una corrida imaginaria a un camarín, tomar su mejor disfraz de ofendido, ponérselo y responder que no iba a contestar preguntas que encerraran mentiras.
¿Mentiras?, ¿En serio, que quiere plantear poco menos que una cuestión de privilegio y acusar a Barbano de mentiroso porque dijo “3” y no “con un ‘3’ adelante”? Supongamos que para el quisquilloso Massa sea diferente hablar de 3,8 o 3, ¿acaso pretende eludir la respuesta a la pregunta (que, obviamente, no estaba dirigida a ese detalle menor sino a la abismal brecha entre lo que él predijo y el número real de inflación de ese mes que fue del 8.4%) con ese recurso tan idiota?
Massa es un ser tan debidamente calado por todos que, a esta altura, resultan redundantes los calificativos de “chanta”, “hipócrita”, “mentiroso”, “acomodaticio”, “amoral” con el que diversos sectores de la sociedad lo han definido con corrección.
Pero con uno de esos múltiples disfraces que utiliza, el ministro/candidato también hizo gala de ser un tipo cool, racional, moderado, entregado al intercambio civilizado de ideas… (No sé por qué mientras escribía estos adjetivos pasó por mi mente, como una ráfaga, la imagen de Alberto Fernández antes de las elecciones de 2019…). Sin embargo, con la cercanía de las PASO ese disfraz comienza a hacerse jirones. Por entre las rasgaduras de ese ropaje mentiroso se alcanza a ver al verdadero Massa: un hombre autoritario, soberbio, altanero y sobre todo incapaz, ignorante y mentiroso.
Con una personalidad diferente a la de Fernández, el ministro/candidato va repitiendo las mismas huellas que el hoy presidente marcó en 2019, las huellas de un hombre que construyó un muñeco de aparente civilización que ocultan a un burro que, cuando se le cantan cuatro verdades, encima se enoja.
El país está medio harto de estos guapos de farol que no saben hacer otra cosa que echar mano a una caricatura bravucona para ocultar lo que no es otra cosa que su propia inoperancia.