Los resultados de las PASO han obligado a la Argentina navegar en un mar embravecido como pocas veces antes, tal vez desde 1946, cuando Juan Perón se impuso a todo el arco político, desde el más rancio conservadurismo hasta el comunismo prosoviético. El monumental crecimiento de La Libertad Avanza, (LLA), en realidad sólo de su personalísimo líder, que pintó de violeta casi todo el país, sorprendió y apabulló a propios y extraños -en especial a aquellos “expertos en mercados regulados” que tanto apoyaron a Sergio Massa para conservar sus quintitas y negocios- al confirmar que el electorado se dividió en tres tercios separados por tan pocos puntos (menos de 3%) que dejaron a todos en un virtual empate técnico. Ello impidió que se produjera la consecuencia benéfica de un triunfo claro de la oposición republicana, que hubiera atraído a manadas de compradores e inversores a un país cuyos activos, públicos y privados, tienen precios de remate.
Los intendentes, y los gobernadores que ya habían logrado conservar sus feudos provinciales, tampoco lo acompañaron en las PASO, y cortaron boletas para despegar su suerte, exitosamente, de la fórmula presidencial de Unión por la Patria (UxP), convertida en un salvavidas de plomo. Así, dejaron a Massa solo, y el pero-kirchnerismo perdió 6 millones de votos; aunque todos ellos cambien de actitud, los malos datos económicos que se seguirán recibiendo hasta octubre no permitirán al oficialismo soñar con alguna recuperación. Juntos por el Cambio (JxC), afectada por sus disputas a cielo abierto, también mermó su caudal en 1,5 millón y fue derrotada en provincias que había conquistado recientemente en las elecciones locales.
Comenzaron así a soplar vientos huracanados, provocados por la desordenada devaluación que, sin plan de estabilización, con gran emisión y sin coordinación, el mismo lunes arrojó el Aceitoso sobre la tan frágil realidad nacional; el termómetro más sensible, el dólar blue, escaló pavorosas cimas y, con su impulso, los precios se dispararon y cayeron más sectores de la clase media en la pobreza, y más pobres se desplomaron en la miseria. Los índices de inflación de agosto y septiembre, que todos suponemos alcanzarán los dos dígitos, impactarán bajo la línea de flotación del candidato del oficialismo y, con certeza, causarán un incalculable daño a sus apetencias de disputar el casi inexorable ballotage.
Por la licuación de las lealtades a los partidos políticos, y sólo se mantienen a los clubes de fútbol o las religiones (casi como la que propone Milei con sus tan disruptivos dogmas), los electores ya no obedecen ciegamente a los líderes como antaño; así, debemos considerar todas las probabilidades que pueden darse en octubre, donde todos los finales están abiertos. Quienes votaron por LLA como mera expresión de ira y protesta, ¿dejarán de hacerlo porque ya cumplió esa misión o, algo mucho más probable, se sumarán otros, atraídos por el éxito del libertario, corriendo en auxilio del vencedor? Quienes lo hicieron por Juan Grabois, ¿lo harán por Massa o virarán alguna formación de izquierda? Los que eligieron a Juan Schiaretti ¿se sentirán tan peronistas como para ayudar al Aceitoso? Quienes acompañaron a Horacio Rodríguez Larreta, ¿respaldarán a Patricia Bullrich? Y lo mismo en la Ciudad de Buenos Aires, ¿quienes optaron por Martín Lousteau apoyarán a Jorge Macri, que le ganó la interna exactamente por un punto porcentual, o ayudarán a Leandro Santoro, el candidato a Jefe de Gobierno de UxP, también de origen radical?
Lo único cierto, al menos por ahora, es que no parece demasiado probable el triunfo de alguno de los candidatos en primera vuelta, salvo que el libertario reciba un fuerte aluvión de votos triunfalistas; o sea, hasta noviembre no se elegiría al futuro presidente, y en ese turno electoral sólo podrán estar Massa, Bullrich y Milei. Entonces, sobre esa base, imaginemos las ecuaciones posibles y hagámonos las preguntas pertinentes, es decir, cómo se comportará en el ballotage quien haya elegido a un perdedor en las generales de octubre. Con el dólar y la inflación en estos niveles, todavía es posible, pero sumamente improbable, que el Aceitoso supere la primera vuelta pero, de todas maneras, considerémoslo.
Si el último round de noviembre fuera disputado entre él y Patricia, creo que los votantes de LLA acompañarán a ésta, y viceversa, o sea, que si quienes disputaran fueran Massa y Milei, quienes nos inclinamos por JxC lo haremos por Javier. Ahora, si fueran Milei y Bullrich quienes llegaran, ¿qué harán los muchachos de UxP? Estoy convencido que convertirán al excéntrico líder en presidente, básicamente porque apostarán a su fragilidad y, consecuentemente, a que resultará más fácil de destituir. Pienso que, si Javier llegara al ballotage, ganará y, si no lo hiciera, triunfará Patricia. El problema central de LLA será su debilidad en el Congreso, lo cual obligará a negociar cada ley o entrar en una espiral de confrontación institucional, de más que complicado pronóstico.
En cualquier caso, cualquiera de los dos últimos tendrá en octubre una fuerte prueba para su futura gobernabilidad y el dominio de la calle, pues entonces se decidirá, sin ballotage, quién mandará en la Provincia de Buenos Aires y su crucial Conurbano que, no olvidemos, se encuentra demasiado cerca de la Plaza de Mayo y su subliminal significado. A ambos les conviene, en defensa propia y salvo que sean suicidas y asesinos seriales de quienes queremos vivir en una República, que caiga derrotado el inefable Axel Kiciloff, que aspira a ser reelecto aunque sea por un solo voto.
De lograrlo, será el garante del bunker de La Cámpora y el trotskismo para la resistencia violenta contra el próximo gobierno y los cambios dolorosos que éste deberá inexorablemente realizar; esas amenazas ya las están profiriendo lenguaraces canallas, como Anímal Fernández, Juan Cabandié, y tantos más. En esa medida y aunque ahora parezca diluirse esa propuesta, me pareció sumamente positivo que Carolina Píparo, candidata de LLA, que salió tercera, haya invitado a Néstor Grindetti, su competidor de JxC, que obtuvo el segundo puesto, a reunirse para acordar cómo impedirlo.