Carlos Altamirano, Pablo Alabarces, Oscar Cetrángolo, Rubén Chababo, Graciela Fernández Meijide, Roberto Gargarella, Adrián Gorelik, Claudia Hilb, Roy Hora, Alejandro Katz, Federico Lorenz, Mariano Llinás, Lucas Martin, Federico Merke, Mario Pecheny, Martín Plot, Hinde Pomeraniec, Beatriz Sarlo, Maristella Svampa, Patricia Tappatá, Hugo Vezzetti y Natalia Volosin – entre otros- serán varios de los nombres que los argentinos deberán recordar cuando la sociedad esté sufriendo las severas consecuencias de haber permitido que el kirchnerismo se mantuviera en el poder.
Todos ellos son algunos de los “intelectuales” que firmaron un documento con el pretenden justificar su sugerencia de votar por Sergio Massa en el ballotage.
Algún día deberá investigarse con seriedad cuál es el motivo de la alergia intelectual por el liberalismo, que es, sin dudas, el conjunto de principios que hace posible la existencia misma de intelectuales libres. Pero por ahora ese es un tema secundario.
Lo principal es que un conjunto de personas de las más pensantes y mejor formadas de la sociedad han decidido endosar la continuidad en el poder del representante de una fuerza política que ya conocemos de sobra y de cuya indecencia, inmoralidad, incapacidad administrativa, ignorancia técnica y antigüedad ideológica tenemos abundante evidencia.
Mucha de esa evidencia ha sido aportada, comentada y explicada por muchos de los que ahora firmaron ese documento, lo cual torna, a su vez, mucho más bizarro lo que está ocurriendo.
Por lo demás, Sergio Massa, en lo personal, ha multiplicado las preocupaciones de base que ya había sobre el kirchnerismo porque, lejos de mostrarse como alguien que viene a terminarlo, ha desarrollado una personalidad cínica, omnipotente y autoritaria que agrega dosis adicionales de gravedad a lo que la Argentina conoce de los Kirchner.
Por si fuera poco, todo el país (lo que incluye a esos intelectuales) ha tenido la oportunidad de ver los efectos de una “administración Massa”. En poco más de un año de gestión, el hoy ministro de economía a cargo de la presidencia de facto del país, ha agregado más de 2 millones de pobres a la lista de desafortunados carenciados de la Argentina que no estaban allí antes de que él llegara a su puesto. La inflación viaja a velocidades siderales que, medida por sus guarismos de los dos últimos meses anualizados, la colocan en números que superan el 300% al año.
El ministro-candidato multiplicó por 5 el valor del dólar e inventó una maraña de regulaciones cambiarias ad hoc de tal magnitud que no hace otra cosa que pavimentar más el ya muy fluido camino de la corrupción.
El país está preso de una serie de órdenes y contraordenes, completamente antitéticas que impiden el funcionamiento normal de la actividad productiva. Cualquiera que quiera trabajar se ve atrapado por un proceso kafkiano que parece haber sido diseñado para castigar a los que quieren vivir honradamente.
Al revés los que están prendidos en curros, yeites, acomodos en el sector público, cotos de caza arreglados entre gallos y medianoche entre grupos de poder y el gobierno y los conchabos que reciben los privilegiados de siempre siguen dándose la gran vida a costa del Tesoro Público.
La calidad de vida en la Argentina desde que el kirchnerismo -hace veinte años- decidió profundizar todo lo peor que el país ya conocía del peronismo, ha descendido a niveles alarmantes. Las villas miseria son hoy el paisaje que los argentinos ven proliferar cada vez con más velocidad en los alrededores de las grandes ciudades y, en muchos casos, en enclaves incrustados en el propio seno de esas ciudades.
Los dependientes de la dádiva pública aumentan a medida que disminuyen los que pueden elegir el tipo de vida que quieren vivir porque aún pueden tener un ingreso que depende genuinamente de lo que hacen.
Estos últimos, como digo, son una proporción cada vez menor de la población y, en lugar de ser señalados como aquellos a los que habría que imitar para que todos vivan mejor, son perseguidos y acusados de “explotar” a los que menos tienen. Massa con sus regulaciones persecutorias no ha hecho otra cosa más que profundizar este perfil social desde que es ministro.
La escasez de todo se ha convertido en la regla de la cotidianeidad argentina. Ni siquiera el fracaso más rotundo de la altanera aspiración de controlar los precios de toda la economía desde un escritorio los ha hecho repensar la estrategia. Es que no la quieren repensar: no solo creen ideológicamente en esa insensatez sino que deben haber encontrado, allí también, un filón para hacer “negocios”.
Sin embargo, el último capítulo dramático en ese sentido -la escasez de combustible- tiene toda la pinta de haber sido una operación planeada por el propio ministro para aparecer él, luego, como el superhéroe que, a fuerza de ultimatums, pone las cosas en su lugar frente “a los que no privilegian a los argentinos”.
La delincuencia rampante que azota los hogares de los más pobres especialmente, la repugnancia de un gobierno que se robó las vacunas del Covid y que festejaba en fiestas privadas mientras mantenía encerrada compulsivamente a la ciudadanía, parecen no ser suficientes inmundicias como para conmover las creencias de estos intelectuales que hoy apoyan la candidatura de la persona que viene a garantizar la continuidad de todo eso.
Más allá de que resulta a todas luces incomprensible que un gobierno que ha dirigido al país a la situación en la que se encuentra hoy sea reelecto, es directamente repugnante que quienes han tenido la oportunidad de acceder a la mejor educación disponible tanto en la Argentina como fuera del país, endosen a este conjunto de mafiosos, muchos de ellos (sus principales figuras) condenados efectivamente por la Justicia y a otros que, si no se les ha probado la comisión de delitos, han desplegado un abanico amplísimo de evidencias como para que no queden dudas de su impericia administrativa y de su ignorancia técnica. La sugerencia pública que estas personas le hacen al país no debería causar otro efecto que no sea la vergüenza.
De muchos de ellos, es verdad, no se podría esperar otra cosa porque, de nuevo, tienen con la libertad una cuestión de diván. Pero respecto de otros, a los que personalmente me he cansado de escuchar describiendo las tropelías kirchneristas con lujo de detalles, realmente no puedo experimentar otra cosa más que sorpresa y una enorme decepción.
Una vez más: cuando un país tiene una opción de hierro para elegir entre el crimen conocido y una alternativa no probada aun y elige el crimen conocido, es poco lo que se puede agregar.
Que en ese marco haya personas cuya formación hace aún más injustificable esa preferencia, no hace otra cosa más que confirmar la profundidad y la dimensión de una enfermedad social de la que el kirchnerismo no es su causa sino su emergente.