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Sobre la libertad, la igualdad y la envidia

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Más allá de Milei.
Más allá de Milei.

¿Qué es la libertad, después de todo? Más allá de los contenidos épicos asociados a ella, de esos elementos gloriosos que han hecho de su persecución el objetivo final de pueblos enteros, la libertad es una herramienta, un dispositivo para vivir.

 

La libertad es un bien de uso que, cuanto más disponible esté, más permite el desarrollo del ingenio y de la creatividad.

La libertad es un fin -obviamente- pero también es un medio. Es un fin porque en su magnitud grande consiste en ese haz de valores por el cual pueblos enteros han luchado contra la opresión de un tirano o contra la ocupación de un enemigo.

Pero también es un medio porque su uso lícito les permite a las personas de carne y hueso diseñar su plan de vida e intentar materializarlo usando las herramientas con las que cuenta -sin interferencias de terceros y con la protección de la ley- para buscar su felicidad.

La libertad es diferente de la independencia. Un país puede ser independiente pero sus ciudadanos pueden no ser libres y, al revés, hasta puede darse el caso de ciudadanos plenamente libres de países que no son plenamente independientes.

El caso de Australia y Nueva Zelanda (por citar dos de los que se entreveran entre los más afluentes del mundo) es bien claro: allí las personas son libres pero los países siguen siendo parte del Commonwealth Británico y, en última instancia, la Corona británica es la cabeza del Estado.

En América Latina se encuentran varios ejemplos de sentido opuesto.

 Si  bien en el siglo XIX la mayoría de los países se independizó de España, muchos mantuvieron la concepción fiscalista, controladora e intervencionista que habían heredado de la Colonia, con lo que, si bien eran políticamente independientes de España, sus ciudadanos no gozaban de la libertad para diseñar su vida como quisieran sino que debían ceñirse a estrictas regulaciones impuestas por los gobiernos locales que habían heredado la cultura dirigista de la Casa de Contratación de Sevilla.

La Argentina cayó en esa misma regla durante 43 años, entre 1816 (en que formalmente se independizó de España) y 1853, en que la Constitución vino a enterrar el orden jurídico colonial y a reemplazarlo por uno que liberó a los argentinos de cadenas atávicas que los tenían sumidos en una pobreza miserable aún cuando fueran independientes.

Thomas Jefferson, el redactor de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos, casi que justifica la escisión de las 13 colonias americanas del dominio británico con un silogismo de carácter transitivo.

Él dice que cuando en el curso de la vida de dos pueblos, creencias antagónicas de uno y otro hacen incompatible la vida en común, no queda otra que separar los caminos: casi un divorcio vincular entre dos naciones.

Por eso el proceso de la independencia latinoamericana no se entendió mucho: ¿para qué independizarse de España si el plan era seguir aplicando el mismo estilo de vida que se tenía hasta entonces? ¿Acaso se trató todo aquello de un mero cambio de “dueño” como insinuaba Alberdi?

En el caso argentino las cosas empezaron a cobrar sentido cuando la Constitución demostró que aquí había una concepción de vida antagónica con la que imperaba en España y que por eso, “el curso de vida de esos pueblos” debía separarse.

Se trató de una separación por etapas: primero fuimos independientes y más de 40 años después fuimos libres, pero lo logramos.

La libertad de los ciudadanos transformó a la Argentina en poco más de 60 años. Naturalmente no todos tenían un nivel de riqueza material equivalente pero todos habían elevado su estándar de vida muy por encima del de sus antepasados y, en muchos casos, del que ellos mismos tenían apenas unos años antes.

Lo que estaba funcionando allí era la libertad como medio, la libertad como herramienta.

¿Qué es lo que hace la libertad? La libertad permite desarrollar ideas propias para avanzar y mejorar: es un bien de uso personal para el progreso.

En el uso de su propia libertad, los individuos progresan de acuerdo a la aceptación que su actividad reciba de la sociedad: el que descubra una actividad que la sociedad recompensa más, avanzará más y el que no avanzará menos.

Sin embargo, hay un truco interesante aquí: si bien es cierto que la libertad puede producir resultados más que proporcionales para el que, usándola, descubre una necesidad insatisfecha de la sociedad, también genera increíbles resultados residuales para el resto, elevando el estándar de vida de todos como si una enorme aspiradora instalada en las alturas tirara a todos hacia arriba.

No obstante puede ocurrir que la atención se fije en las diferencias y no en la mejoras y entonces se instale un reclamo que tenga por fin terminar con las diferencias.

Es difícil no advertir en ese reclamo un dejo de resentimiento y envidia: desconocer el propio progreso personal porque éste es menor que el del vecino, supone la existencia de una constante comparación con el otro, olvidando centrar ese parangón con uno mismo para allí poder advertir la mejora que se ha experimentado en lo personal.

Cuando para una persona empieza a pesar más cuanto mejor está el otro en lugar de cuanto mejor está ella misma, se abren caminos peligrosos para la convivencia y, cuando esa conducta se generaliza, el propio bienestar del país puede correr serios riesgos.

La generalización de esos sentimientos pueden encumbrar a vivos que, explotando esos sentimientos bajos del ser humano, se presente como el justiciero que pondrá los tantos en orden.

Seguramente profundizará aquellas creencias con discursos inflamados que esparzan la idea de que el ejercicio de la libertad no es posible mientras todos no tengan las mismas oportunidades y que, para generar un marco de igualdad de oportunidades, él debe intervenir.

Eso fue lo que ocurrió en la Argentina de mediados del siglo XX y que produjo un cambio en el “portafolio de ideas” que el país traía desde la sanción de la Constitución hasta la aparición del peronismo.

Muchos dicen que el “peronismo”existía antes de Perón y que Perón fue justamente posible por un estado del pensamiento colectivo que lo prohijó y lo llevó al poder; que fue un emergente Es posible. Es más, es muy posible.

Pero lo cierto es que ese cisma identificó bien rápido la idea de que para terminar con las diferencias había que terminar con la libertad.

Cercenar la libertad es el camino más corto para igualar (igualar en la miseria, pero igualar al fin).

El que no se banca que unos ciudadanos avancen más que otros pedirá que la libertad se cercene en nombre de la igualdad, porque “si yo no avanzo, vos tampoco”.

Y precisamente eso fue lo que se hizo, con las consecuencias que están a la vista.

Es posible que, ahora, algunos argentinos sean más iguales entre sí. Pero esa igualdad los hace debatir en la miseria, no en la abundancia.

A su vez, las diferencias entre esa masa de argentinos iguales en la escasez y unos pocos privilegiados que viven en una afluencia obscena, se ha profundizado notoriamente, con el agregado de que muchos de esa élite hicieron sus fortunas, no satisfaciendo necesidades de la sociedad, sino desde el poder o en connivencia con él.

En este contexto, el gobierno del presidente Milei dice que todo lo que hace lo hace para que haya más libertad, para que los argentinos tengan más libertad.

Naturalmente, ya han brotado como hongos los arietes de la resistencia.

Lo interesante aquí sería que esos bolsones de autoritarismo y privilegios expliquen por qué se oponen a la libertad y a la derogación de las prohibiciones que, hasta ahora, han mantenido maniatadas las manos de los argentinos que quieren hacer.

Si conociéramos esa explicación seguramente nos encontraríamos con alguno de estos dos elementos:

a) el interés en que un privilegio propio no se corte, o

b) el interés en que un perjuicio ajeno se mantenga.

Entonces, seamos sinceros y llamemos a las cosas por su nombre: terminemos con la demagogia de la igualdad y de la justicia social y digamos que nos da en el forro de las bolas ver a nuestro vecino avanzar más rápido que nosotros y listo.

Admitamos que lo que no nos gusta de la libertad es que ella les permite a algunos progresar más rápido que yo, incluso, aunque el progreso de ellos me lleve a progresar a mí también, y allí la discusión estará más clara.

Todo ese verso de que la libertad sólo podrá operar una vez que se haya asegurado la igualdad de oportunidades de todos no es más que eso: un verso para que la libertad no opere nunca. Es un pretexto, no una idea.

Por lo demás, en el mejor de los casos que fuera una idea, es una idea falsa porque el mundo libre está lleno de ejemplos de chicos nacidos en la pobreza más absoluta y que, desde allí y gracias a la libertad, ascendieron al estrellato más absoluto haciéndose millonarios, emprendedores o personas influyentes que han dejado una marca por donde han pasado, con total independencia de sus orígenes.

Si tenemos un problema con la envidia, reconozcámoslo. El reconocimiento es el primer paso hacia la solución. Pero no lo enmascaremos con el disfraz de posturas “pogres”’ sobre la igualdad, porque ese verso terminó, ya está, es antiguo, viejo, mentiroso y no sirve.

Además esa postura romántica y pusilánime no hace otra cosa que pavimentar el camino de vivos que montados en el resentimiento de muchos han construido un imperio de poder que los volvió millonarios y “diferentes” solo a ellos.

Aunque sea démosle una oportunidad a la libertad para dejar de ser un conjunto de boludos.

 

1 comentario Dejá tu comentario

  1. IMPERDIBLE, GRACIAS!! Ya compartido con el grupo de la familia, sobre todo con mis hijos. Una síntesis perfecta de la Argentina número 1 de Latinoamerica, HOY en puesto 135 a 160... FUE DEJADA CAER, en caída libre, por POPULISMO BARATO QUE MUY CARO NOS SALIÓ (ejemplo: Kicilof-YPF PAGAREMOS 18.000 millones de u$s por haber echo cosas de personas de tez oscura, jeje). Gracias Carlos, aunque no va a ser fácil, SÍ ES POSIBLE, FELIZ comienzo del Nuevo año de ARGENTINA

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