El presidente argentino anunció el advenimiento de una nueva era. Aunque quizás el término “era” pueda sonar demasiado pretencioso, no caben dudas de que estamos en tiempos de inflexión. Sintéticamente, la cultura política argentina se ha corrido hacia la derecha. Esto se debe, en parte, al fracaso estrepitoso del paradigma de extrema izquierda, como así también al surgimiento a nivel mundial de una “nueva derecha” conservadora-libertaria.
El renombrado politólogo italiano, Loris Zanatta, ha puntualizado que hay una contradicción novedosa en Milei. Combina un discurso económico anti populista, capaz de pregonar el ajuste, con un relato político populista. Este último incluye mesianismo, personalismo, espíritu antisistema, lógica amigo-enemigo, intolerancia e inspiración en un pasado glorioso hacia el cual el líder conduce a su pueblo. ¿Pueden convivir el populismo político con el anti populismo económico? Caso contrario, ¿cuál faceta acabará prevaleciendo?
Hay que tener en cuenta que, si bien es meritorio y muy anti populista que Milei haya anunciado el ajuste en campaña, previo a ser elegido presidente, su discurso económico posee pequeñas dosis o gérmenes de populismo que pueden aflorar en el futuro. Si eso ocurriera, podría potenciarse el populismo político, que es un método autoritario para ejercer y concentrar el poder. ¿Estamos ante un genuino revolucionario liberal o frente a un populista de derecha que usa al liberalismo como punta de lanza para agazaparse en el Estado?
Los gérmenes populistas del discurso económico de Milei son un fuerte ímpetu anti sistema y la promesa inviable y demagógica de hacer recaer el ajuste sobre el Estado y no sobre los ciudadanos; sobre “los políticos” o “la casta” y no sobre el sector privado. Es aplaudible que esté atacando muchos privilegios y negociados de la burocracia política, pero el recorte de gastos impactará, inevitable y duramente, en la sociedad toda.
Como legislador, Milei votó a favor del insustentable, hiperinflacionario y demagógico recorte de impuestos de Massa, que aumentaba el déficit por no bajar el gasto. Dejó sola a Patricia Bullrich defendiendo la racionalidad en este punto. Como presidente, lo primero que hizo fue dar marcha atrás con la reducción, e incluso subió algunos impuestos, rompiendo su promesa de jamás hacerlo. Denotó a este respecto una considerable demagogia económica durante la campaña, pero también pragmatismo al ejercer el poder.
Más allá de lo anterior, hay que reconocer que Milei logró un shock de racionalidad en varios puntos. En gran medida gracias a él, el ajuste dejó de ser mala palabra para pasar a ser un símbolo de austeridad y realismo, el corte de calle se convirtió en un delito (como en prácticamente todos los países del mundo) y se afrontaron por decreto múltiples desregulaciones que implicaban trabas y burocracias completamente ilógicas.
La incorporación de un sector importante del PRO, nada menos que de Patricia Bullrich y Luis Petri, en el marco de una sintonía con Macri, orientó el perfil del nuevo gobierno más hacia el liberalismo y menos hacia el anarcocapitalismo, por lo menos por ahora. Así, a diferencia de lo que había ocurrido luego de las PASO, los mercados recibieron de forma positiva el triunfo de Milei en el balotaje. Sería positivo que este equilibrio se sostuviera. De lo contrario, aumentará la probabilidad del giro populista.
A este respecto, no puede soslayarse el peligro que implica el gobierno por decreto. Si bien ello es una vieja mala costumbre de la política argentina, Milei parece haberlo acentuado con su mega DNU y su ley ómnibus. Cabe preguntarse: ¿Qué tipo de precedente se está estableciendo? ¿Provocará esto un nuevo sistema político, con mayor concentración del poder de la que ya había, que era excesiva? ¿Cómo mejorar la calidad institucional y democrática con un régimen de esta naturaleza? ¿Alguien todavía duda de que la calidad democrática impacta, tarde o temprano, en el desempeño económico de un pueblo? ¿Por qué, de no ser así, prácticamente la totalidad de las economías más desarrolladas y avanzadas, son democracias liberales de muy alta calidad, que consolidaron su desarrollo luego de establecer dicho sistema? ¿Será el gobierno por decreto una excepción o la regla en la era Milei?
Hay otras pequeñas alertas de riesgo autoritario en lo político. Al mega DNU, se le puede agregar la derogación de la norma anti nepotismo para nombrar a su hermana. Asimismo, en el proyecto de ley ómnibus se establece una fuerte delegación legislativa, se derogan las PASO (disminuyendo la influencia de los ciudadanos sobre los partidos) y se desregulan indiscriminadamente los aportes de campaña (aumentando la influencia de los grupos de interés y las corporaciones).
Es cierto que, en ese mismo proyecto, se establece la boleta única papel y se busca despolitizar la publicidad oficial. También se establece la elección uninominal de diputados, pero dejando en manos del Ejecutivo el diseño de las circunscripciones y sin garantizar representación de las minorías. Globalmente, pareciera más acentuado el componente populista que el democrático.
Resulta evidente que el repentino republicanismo del kirchnerismo carece de credibilidad. En el poder, hicieron todo lo contrario. Basta mencionar la cuasi dictadura implantada en Santa Cruz, las sucesivas reformas para politizar la Justicia, el desconocimiento de decisiones de la Corte Suprema, la ideologización y partidización del Estado y de los medios públicos, los ataques contra la prensa independiente, la delegación legislativa o, justamente, ¡el uso abusivo de los DNU!, que ahora los escandaliza. El colmo de esto es verlo al autoritario y extorsionador de Juan Grabois lingüísticamente disfrazado de John Locke, verbalizando sobre las limitaciones republicanas.
Sin embargo, las ideas no son buenas o malas por quiénes las defienden, sino por sus resultados. Y es preciso admitir que el riesgo de autoritarismo es muy grande con este presidencialismo macrocéfalo, que crece cada vez más, gobierno tras gobierno. Algunos tienen la esperanza de que Milei haga un último gran uso de los DNU para luego anularlos. Sería algo así como una jugada maestra para sortear las trabas de “la casta” y, posteriormente, estabilizar e institucionalizar el nuevo orden.
Ojalá sea así. En ese caso, habría que ir cuanto antes hacia una reforma implacable de dicho mecanismo. Este es un auténtico monstruo fuera de control. Si no lo anulamos a tiempo, tarde o temprano nos perjudicará a todos. Destruirá lo poco que queda de nuestras instituciones y afectará gravemente nuestras libertades y derechos.
Existen varios proyectos de ley para limitar y frenar el uso de los DNU. Entre ellos, uno reciente de los diputados Ricardo López Murphy y Alejandro Bongiovanni. Esta propuesta busca tornarlos verdaderamente excepcionales, para casos de fuerza mayor en que no pueda reunirse el Congreso. Podría intentarse una aprobación con mayoría calificada, por ejemplo, de dos tercios, que permita añadir una cláusula de modificación que exija dicha mayoría. Así, se evitaría que cualquier mayoría circunstancial derogue el límite. ¿Estará el kirchnerismo dispuesto a apoyarlo, tanto que enarbola ahora el republicanismo del que siempre careció?
Nunca están de más las presiones para que el gobierno de turno resista la tentación populista y opte por la democracia. Como decía Mariano Moreno, los ciudadanos no deben conformarse con que sus gobernantes obren bien, sino que deben asegurarse de que no puedan obrar mal.
La división de poderes no es solo una forma. Hace al fondo. Distribuye el poder, limita al gobierno, apodera a la sociedad, consagra la igualdad ante la ley y favorece el capitalismo competitivo y productivo. Es, de hecho, el cimiento principal, junto con las elecciones libres y competitivas, de la democracia de alta calidad que nos debemos los argentinos.
Por eso, está muy bien que reciban apoyo todas las reformas económicas liberales de Milei que se muestren razonables. Empero, debe frenarse de lleno todo aquello que favorezca o pueda facilitar una concentración del poder autoritaria. Esperemos que los legisladores, amigos y adversarios de Milei por igual, estén a la altura de las circunstancias y, sin dubitaciones, le impongan al nuevo gobierno un rumbo invariablemente democrático.