Según escribe Joaquín Morales Solá -un periodista al que todo el mundo le reconoce tener buena información- hoy en La Nación, el horizonte que tiene en mente el presidente Milei con la amplia reforma encerrada en el DNU y la mega ley de Bases y Puntos de Partida, es el que llevó adelante Australia en la década de los ’80, cuando el propio Partido Laborista se dio cuenta de que los delirios socializantes a los que él había sometido al país lo estaban dirigiendo a un espeluznante fracaso.
Recuerdo que una tapa de la revista Newsweek de mediados de 1982 titulaba: “El fin del milagro Australiano”. La tapa tenía la foto de una chica en bikini caminando por la playa en una obvia referencia a que el modelo de vida relajado y con -aparentemente- todo resuelto era lo que se había tenido en mente llevar adelante hasta ese momento en ese país.
Leí el extenso informe con muchísimo interés porque Australia era un país que siempre me había llamado la atención. Se trataba de una parte del Commonwealth Britanico de naciones (esto es, el país no era plenamente independiente) en el que sus ciudadanos gozaban de un alto grado de libertad: país dependiente, ciudadanos libres. Un escenario muy interesante para estudiar.
Al leer la nota de Newsweek (que usaba en su relato un tono mezclado entre el asombro y el estupor) me fui enterando de la evolución que había tenido la aspiración de establecer allí una especie de paraíso de vida fácil y agradable en donde poco menos que todos los obstáculos que pudiera presentar la vida estuvieran resueltos por la intervención celestial del Estado.
La lectura, como era obvio, me trasladó de inmediato a la Argentina. Lo que había leído hasta aquel momento era que Australia y la Argentina habían sido países muy parejos en sus primeros años de vida independiente (o, para decir mejor, en el caso nuestro, desde que comenzó a regir nuestra Constitución) disputándose los puestos de vanguardia a nivel mundial en materia de nivel de vida, riqueza y oportunidades.
Siempre me despertó curiosidad saber por qué Australia había logrado mantener su confort y progreso y nosotros nos habíamos caído estrepitosamente desde la cima hasta el sótano.
Pero aquel artículo me abrió la cabeza a toda una historia nueva: Australia también había sido inoculada por el virus de la llamada “justicia social” y había intentado moldear un país altamente regulado y estructurado. El resquebrajamiento sin solución de toda aquella alquimia era lo que Newsweek decía estaba llegando a su fin.
Durante los siguientes 15 años seguí de bastante cerca lo que pasaba en Australia. Creo que era el único loco que se ocupaba del tema. Finalmente, en 1997, planeé un viaje para conocer personalmente el fenómeno. Estuve en muchos lugares de New South Wales y Queensland, los principales estados del Este del país. Recorrí muchísimos kilómetros desde Sydney hasta Cairns y hablé con todo tipo de gente.
Me convencí de que la Argentina podría haber sido, tranquilamente, eso que estaba viendo. ¿Qué era lo que lo había impedido?
Al regreso empecé a pensar en un documental para la televisión. En aquel momento yo hacía mi programa semanal en P&E y se me ocurrió preparar una agenda temática que abarcara la mayoría de las cuestiones decisivas en la vida de los países y plantear reportajes “en espejo” en Australia y en la Argentina con protagonistas y especialistas que pudieran explicar cómo, cada uno de esos países, habían encarado esos temas.
La lista temática comprendía: impuestos, seguridad social, educación, previsión social, actividad sindical y mercado del trabajo, economía, religión, relaciones y alianzas exteriores, salud pública, federalismo…
En 1999 armé el proyecto en una carpeta y se lo presenté a la embajadora de Australia en Buenos Aires, Martine Lets. La embajadora quedó fascinada con la idea y aprobó una partida presupuestaria de la Cancillería para financiar el trabajo.
Me prepararon una agenda de entrevistas para cada uno de los temas. Es más, dispusieron de un entrevistado titular y de un suplente, para el caso de que el particular día de la entrevista algo sucediera y el titular no pudiera atenderme. Una organización impecable.
En junio de aquel año viajamos 2 periodistas y dos camarógrafos. Un equipo permanecería en Sydney y el otro, luego de estar allí, también visitaría Canberra y Melbourne.
Al regresar replicamos las entrevistas tema por tema en Buenos Aires y, al concluir, cruzamos a los protagonistas a los que habíamos agrupado según la especialidad. En Australia entrevistamos al Viceprimer ministro, al Canciller, al ministro de trabajo, a una pastor presbiteriano, a expertos en educación, salud pública, sistemas previsionales, a un historiador constitucional, a una experto en impuestos de KPMG… En Argentina reporteamos a Domingo Cavallo, Guido di Tella, Mariano Grondona, a José Ignacio García Hamilton…
Aquella nota de Newsweek de 1982 revoloteó mucho en todo el documental que, finalmente, salió al aire por P&E en octubre de 1999 bajo el título “La Argentina Que Pudo Ser”. No porque hubiera sido citada o siquiera referida, sino porque la conclusión de aquel informe era muy similar a lo que había escuchado en Australia: la diferencia con Argentina fue una diferencia de grados. Mientras en Australia el disparate tuvo una envergadura acotada (hasta donde las propias raíces culturales del país lo permitieron) en la Argentina rompió todos los diques de contención de la Constitución y se fue, literalmente, a la mierda.
El delirio peronista de cortar todas las cabezas argentinas a la misma altura alcanzó tal nivel que, cuando les pareció poco el fárrago regulatorio y prohibitivo que pretendían imponer por decreto o por las leyes que su prepotencia legislativa les permitía, lo intentaron por la violencia armada de los ’70, cuyos efectos el país sigue pagando aún hoy, cincuenta años después.
No es un detalle menor que la revolución liberal australiana haya sido implementada, sin embargo, por el partido laborista, es decir, por el partido más “semejante” al peronismo que podía encontrarse allí. Un partido que también adhería al verso de la justicia social y de la igualdad y de los “poderosos vs los débiles”.
Ese partido, no obstante ese “core” discutible y falso, seguía inserto en una cultura general que mantenía un alto grado de rechazo a la asfixia y a la pretensión dirigista de un grupo de iluminados. Esa reacción de la cultura social primero acotó el disparate y luego lo erradicó.
Obviamente no puedo menos que sentirme identificado -si es que la información de Morales Solá es correcta (y no dudo de que lo sea)- con la idea del Presidente Milei de seguir el modelo liberador australiano. Estas columnas también, varias veces, lo trajeron como ejemplo comparativo útil para demostrar que es posible desmontar un aparato opresor y reemplazarlo por la soberanía individual. Máxime cuando eso no sería otra cosa más que reisntaurar el espíritu original de la Constitución.
Por eso insisto tanto en pedir que, quienes se opongan a que eso suceda (a volver a la cultura inicial de la Constitución y a que los argentinos recuperen su soberanía individual), expliquen por qué se oponen.
Si conociéramos la verdad verdadera de esas respuestas nos daríamos cuenta que el dislate argentino, el llevar la pretensión de la vida regulada a grados inverosímiles (lo que nos diferenció de Australia) fue un reclamo social multisectorial que creyó encontrar en el yeite de la protección estatal la panacea de su vida.
Bueno, resultó ser que la panacea sectorial derivó en el infierno general. La chica en bikini de la tapa de Newsweek quizás alguna vez también supuso que la panacea era posible. El fin de lo que se creyó un milagro y el reemplazo por un sistema realmente sustentable, demostró su error. La diferencia de los países no radica en otra cosa que no sea la que los divide entre los que se dan cuenta y los que no.