Siempre la política, en los tres niveles de gobierno, tuvo la picantez de la rivalidad y era bueno porque permitía distinguir a los diferentes adversarios detrás de las ideas, pero hace unas décadas se comenzó a implantar en nuestro país y prácticamente en toda latinoamérica una rivalidad con un grado de fanatismo que comenzó a alterar los ánimos de la ciudadanía en general.
La descalificación de uno hacia el otro ya no tiene límites, los calificativos son cada vez más punzantes y brutales y ha llevado a la clase política a niveles de intolerancia mientras la gestión va a los tumbos en estos tiempos tan difíciles.
Por un lado, parte de la oposición a nivel nacional, impidiéndo a rajatablas que el oficialismo cuente con herramientas para hacer los cambios que se necesitan y cumplir las promesas de campaña que el 56 % que lo votó espera lo antes posible y desde ese mismo oficialismo y lamentablemente en boca del presidente se nota una verborragia inusitada para un primer mandatario y la descalificación es más notable.
Detrás de este presente fanático que vivimos hay un pueblo que espera actos de gobierno que calmen la ansiedad y que se vuelva a una senda democrática responsable teniendo en cuenta que tenemos una república que ordenar y que la verdadera función de los políticos, sean del signo que sean, es hacer que los habitantes tengan una mejor calidad de vida para salir de este estancamiento en que vivimos y al que hemos sido llevados, precisamente por la misma clase política que hoy se agrede mutuamente.
Hay un país que no puede esperar a que hagan terapia tanto los oficialistas como la oposición, es obligación que cada uno haga su trabajo pensando primero en la patria y deje de lado la soberbia y el interés personal porque estamos viviendo tiempos sumamente difíciles y el avance para lograr mejores indicadores económicos, mayor oferta laboral, despegue industrial y bonanza en nuestras vidas se trunca dia a dia por intereses mezquinos de los que desean que a nuestro país le vaya mal.
La clase política, en general, no está demostrando estar a la altura de lo que necesita nuestra nación; nos hemos olvidado del proceder de nuestros fundadores quienes actuaron defendiéndola toda su vida, sin claudicar y con un solo objetivo, ver a la República ubicada en un lugar de alto prestigio a nivel mundial y eso se logra con menos palabras y más hechos de calidad.