El artículo 99 inciso 8 de la Constitución dice que el presidente debe dar un mensaje anual al Congreso en donde dará cuenta del Estado de la Nación. En ese mismo artículo la Constitución dice que, con ese mensaje, se inauguran las sesiones ordinarias del Congreso.
Este artículo es una derivación directa del artículo II, sección 3, cláusula 1 de la Constitución de los EEUU que establece que el presidente dará periódicamente un mensaje al Congreso sobre el Estado de la Unión en el que también sugerirá las medidas que considere necesarias y expeditivas para la administración del país.
Como típicamente ocurrió con todo el contenido original de la Constitución, en lugar de seguir las derivaciones naturales de observar la fuente directa de nuestro documento, en la Argentina se le dio más importancia al aspecto de inaugurar las sesiones ordinarias del Congreso que al de informar sobre el estado del país.
Una consecuencia directa de eso fue que el horario de emisión de ese discurso fuera el del mediodía del día en que esas sesiones deben comenzar que, luego de la reforma del ’94, es el 1° de Marzo.
Este año, el presidente Javier Milei ha modificado el horario de su presentación y hablará a las 21 hs. A simple vista parecería solo un cambio sin importancia y solo limitado a las formas.
Pero no. El cambio es muy profundo y va dirigido al centro de uno de los problemas más estresantes que tiene la Argentina: la relación de la clase política con las instituciones, con la democracia y con el pueblo.
El Presidente ha decidido cambiar el horario para que su palabra sea emitida al aire en el prime time de la televisión cuando el 90% de los argentinos está en su casa con posibilidad de verlo. Es exactamente lo mismo que ocurre en los EEUU en donde el State of the Union se emite entre las 20 y las 21 hora del Este (costa atlántica) del país.
Con esto el eje del discurso cambia de “inauguración de las sesiones ordinarias del Congreso” a “informe al pueblo sobre cómo está el país”, que es, como dijimos, el sentido original que le quisieron dar los constituyentes de 1853.
La clase política que se adueñó para sí de las instituciones, de la democracia y que se arrogó la propiedad de la Nación les dio a esas formalidades constitucionales las formas que les convenía a ellos. Por eso se pretendió minimizar el costado del discurso que se relaciona con el “informe sobre cómo está el país” para resaltar el simplemente burocrático acto de inaugurar las sesiones del Congreso.
Por eso es que detrás de cada detalle de la administración Milei hay que buscar un simbolismo que busca restablecer los patrones que Alberdi tuvo en cuenta para organizar el país, cuando esto era una toldería.
El presidente busca que la mayor cantidad de argentinos pueda estar en su casa el viernes por la noche para que lo escuchen describir el estado en que el país está, el estado en que encontró la Argentina dejada por el kirchnerismo, que es lo que, en el fondo, le pide la Constitución.
Según tengo entendido, hace varias semanas ya que un equipo especializado de profesionales viene desarrollando una auditoría (que ya estaría terminada) sobre lo que el presidente y su equipo encontraron a partir del 10 de diciembre del 2023. Hay allí verdaderas atrocidades cometidas contra la dignidad, la fortuna y, en muchos casos, la mismísima vida de los argentinos.
Mucha parte de la corporación política -que vivió por décadas bajo la protección de un carnet privilegiado de un club elitista sostenido por los fondos públicos- teme lo que se vaya a hacer público. Y mucho más que vaya a ser transmitido en el horario de más audiencia del día.
Dentro de los tiempos de atención tolerables por cualquier ciudadano, el presidente debería ser lo más detallista posible sobre los horrores, no solo económicos, sino morales que encierran los desfalcos, los robos, los curros y los kioscos que encontró.
A todo el mundo debe quedarle claro cómo las palabras de la demagogia, del populismo, de la charlatanería y de la explotación del boronbombón, fueron utilizadas para enriquecer a una élite privilegiada que, mientras se cagaba en el pueblo, alzaba la voz para decir que venía a defenderlo de “los poderosos”, cuando, en realidad, los únicos “poderosos” terminaron siendo ellos.
Esa inmundicia debe gritarse a viva voz. Y si es en la cara de los inmundos, mejor. El pueblo debe saber de qué se trata, una vez más como en 1810.
El Presidente debe ser quirúrgico. No debe caer en generalizaciones que lo enfrenten con quienes no debe estar enfrentado. El bisturí debe ser preciso para sacar a la superficie las malformaciones que se han comido los recursos de un pueblo que no debería estar sometido a las privaciones y sufrimientos a los que está sometido.
Por eso, no nos comamos el amague de creer que el cambio de horario para el discurso del 1° de marzo es solo cosmético. Se trata de un cambio profundo:. El presidente va a contar cómo está la Nación. Este es un mensaje al pueblo (no al Congreso) para informar lo que hicieron con él mientras decían que lo protegían. Para eso el pueblo debe estar reunido en sus casas, viéndolo. Que la ocasión sirva, de paso, para inaugurar las sesiones ordinarias del Congreso es solo un detalle. No al revés.