Si todo el ajuste ha tenido hasta aquí una permanente impronta de contradicciones, injusticias e inexplicables situaciones, nombramientos y decisiones, que la columna ha puntualizado reiteradamente y en detalle, la semana que termina ha sido aún más rica en el surtido de improvisaciones e incoherencias.
Comenzando por el retroceso inaceptable en la liberación de las tarifas de las prepagas, a las que -luego de liberarse – se las intenta obligar ahora a un confuso, vago y seguramente litigioso retroceso con mecanismos forzados que, en el mejor de los casos, mueve a la opinión pública a preguntarse por qué no se aplica el mismo concepto para otros sectores que han sufrido mayores incrementos. Y también a darse cuenta de que los métodos que inaugurara el líder del peronismo con sus controles en base al alambre de fardo no han cambiado. Una mezcla de inexperiencia, desconocimiento, falta de convicción y sentido político y económico. Y un menjunje de comunicación como en tantos otros casos. Finalmente, un caso más de inseguridad jurídica.
En la misma línea, el incremento a los honorarios y aranceles de los Registros del automotor decididos primero por el inefable ministro Cúneo Libarona y después rápidamente escondidos y cancelados cuando algunos medios y redes seguramente opuestos al cambio lo puntualizaron. Lo más grave no es el papelón, ni siquiera la burla a la población contenida en la idea, sino el claro mensaje implícito de que el sistema prebendario de registros no será cambiado, ni modificada la ley inconstitucional que lo instauró.
Como cierre de gala una doble función del Senado: por un lado aprueba por unanimidad el nombramiento de cinco embajadores y por el otro aumenta las dietas por encima de toda sensatez, prudencia y justicia, sobre tablas y sin oposición (salvo la fingida). Difícil no relacionar ambos temas. Costosa negociación si de eso se tratase. Sospechosa en el mejor de los casos si no fuera una negociación.
No sólo la desaparición mágica de las objeciones previas de los senadores a algunos embajadores, sino el empecinamiento oficial de designar personajes como Gerardo Werthein, (casta si la hay) que entre sus logros tuvo el de haber convencido a Cristina Kirchner de aplicar un impuesto a la telefonía celular, (de esos que encarecen artificialmente los costos de los servicios) y lograr que se les permitiera manejar los fondos provenientes directamente como presidente del CENARD, una aberración jurídica, como mínimo. Hasta hace poco, socio del monopolio kirchnerista más grande e ineficiente del país, como es hoy el de Personal-Telecom-Cablevisión-Fibertel-Flow.
O del también inefable Guillermo Nielsen, cuya trayectoria se opone completamente a todas “las ideas”, promesas y convicciones del presidente. Si se trató de una negociación, se habría pagado un alto costo por dos o tres designaciones inútiles, o peor, contrarias a todos los principios económicos en nombre de los que la sociedad está haciendo un enorme sacrificio.
Igualar para abajo
Las declaraciones de la vicepresidente tratando de explicar que no se trata de una determinación que le competa, se opacan por sus afirmaciones complementarias sobre su oposición a “igualar para abajo” ¡Curiosa declaración de un gobierno que ha hecho exactamente eso con los jubilados, sepultando en vida a aquellos legítimos con aportes plenos en beneficio de los jubilados de favor!
Los posteriores enojos, posibles retrocesos, recursos, argumentos, explicaciones no son nada más que parte de otro gigantesco papelón, tratando de calificar con generosidad. De paso, otro desopilante contrasentido que muestra lo despistado que está el país: el presidente puede vetar una ley, pero no puede cambiar una resolución del Senado, que no es otro poder, como sostienen algunos fanáticos, ya que el Poder Legislativo está integrado por dos Cámaras. Y tiene que pagar los costos de esa autogenerosidad con fondos de todos, haya plata o no.
Tampoco parece muy serio el argumento de que los legisladores deben ganar más en función de la importantísima tarea que realizan. Basta con analizar los sueldos de los médicos del sector público y privado, que ganan cinco veces menos que sus colegas de cualquier país vecino. O de cualquier maestro o profesor. Y queda pendiente por analizar cuál ha sido esa importantísima tarea, que ha traído a la sociedad hasta donde está hoy.
La columna no comenta el vergonzante voto del Senador Lousteau, porque su comportamiento carece de novedad y entonces no es noticia.
Como si faltara un toque más en la decoración de la torta, la ministra Pettovello se acaba de comprometer a aumentar el financiamiento a la UBA. Esa marcha atrás muestra claramente que no se tiene demasiada idea de manejo presupuestario, ni tampoco convicción, ni se analiza seriamente lo que se hace.
Puesta en escena
La UBA no le va en zaga. La dramática y teatral suspensión de operaciones en el Hospital de Clínicas, como el corte de ascensores, electricidad y gas en las facultades indican que tampoco la casa de estudios tiene la menor idea de manejo presupuestario. Sólo se tratan de medidas para sensibilizar al periodismo y la opinión pública, en vez de cortar otros gastos insostenibles e injustificables. Y en vez de buscar soluciones de fondo a su desmanejo. La sabiduría popular calificaría estas medidas con una expresión burda pero adecuada: de mala leche.
Todo lo descripto precedido por la preocupante acción del gobierno de tratar de imponer políticas de precios a las empresas, o postergando medidas que no les convienen a algunos. O por la incomprensible decisión de que conspicuos proteccionistas prebendarios integren el Consejo de Asesores económicos del presidente. Al revés de “las ideas” de Milei.
Esta caótica calesita de retrocesos, malentendidos, tironeos, negociaciones en que no se negocia nada que le importe a la gente, pedidos de sacrificio sin reciprocidad, no son una sorpresa. Pero sí lo es su magnitud. Tampoco los errores y retrocesos son una sorpresa, pero sí lo es su magnitud.
Tampoco la incompetencia de varios funcionarios en tareas importantes es una sorpresa, pero sí lo es su magnitud. Sí es una sorpresa las similitudes con el pasado que empiezan a notarse. Una especie de Animal’s Farm, en que se cambia de amos en nombre del cambio, pero todo sigue siendo igual.
Tampoco ha pasado demasiado con las decisiones de cierre de unos pocos entes públicos, que siguen estando donde estaban y gastando lo que gastaban.
Este espacio ha sostenido que es irreal que se espere que el presidente opere y gestione por su cuenta el cambio. Para eso se debe contar con su gabinete y los altos funcionarios. Pero su gabinete y sus funcionarios, donde también está la casta altamente representada, lucen castrados, subordinados, hasta obsecuentes de una regente de dudosa capacidad y menos dudosa formación, cuyo malhumor y enojo les puede costar el puesto y los asusta, y hasta les hace cambiar la personalidad y a veces las convicciones.
Pese a esas condiciones la sociedad quiere creer. No puede concebir que el sacrificio sea inútil. A veces, al estilo Twitter, llega hasta el insulto, la descalificación o la agresión. Entonces habla del Milei teórico o de las ideas de Milei, que supuestamente siguen las reglas de la escuela austríaca, que no son las de Rothbard, exactamente. ¿Cuáles ideas?
Si en serio quiere un cambio, el gobierno tiene que apresurarse a cambiar.