No cabe duda que todas las miradas están puestas en la masiva Marcha Federal Universitaria. Aunque no puede soslayarse el oportunismo de varios sectores que ayer se congregaron, tampoco puede negarse que se trató de una importante manifestación de fuerza y de la que el gobierno tendrá que tomar debida nota.
Una primera resonancia tiene que ver con el que podría considerarse el primer gran error político de proporciones de la administración Milei; y si no se lo contiene adecuadamente, puede generarle más de un dolor de cabeza al presidente.
El yerro no es otro que haber organizado a la oposición. La verdad es que le dio una excusa para asomar la cabeza y salir a la superficie a lo más rancio de la dirigencia social, política y sindical.
Si bien le asiste razón a Javier Milei cuando habla de estos personajes con fracasos probados como el “tren fantasma”, más le vale reponerse pronto; para eso, tiene que empezar por aceptar que el primer round fue para las universidades, conscientes o no de oficiar como mascarón de proa de los responsables de dañar sin piedad a la Argentina durante los últimos veinte años.
Después verá la UBA cómo se despega del encendido discurso de una Taty Almeida que decidió enjugar las lágrimas de la derrota del kirchnerismo en las últimas elecciones con las banderas de la educación pública y de las desteñidas que aseguran la presencia de Cristina, Massa y hasta la del mismísimo Luis D’Elía, pero lo cierto es que se abroquelaron exitosamente en torno a una causa sensible para la sociedad argentina.
Claro que no se trata de una equivocación exclusiva de esta gestión; de hecho, casi todos los gobiernos, en algún momento y más allá de sus índices de popularidad y aceptación, se engolosinan y acaban por componer ellos mismos sinfonías que ejecutarán sus adversarios. Parafraseando a Mao Tse-tung, no hay evidencias históricas de líderes infalibles, por lo que el León no sólo debe cuidarse de cometer errores sino evitar que sus oponentes los usufructúen a su favor.
Sea como sea, Javier Gerardo Milei tiene que entender que hay filamentos muy delicados para la conciencia histórica de los argentinos contra los que no debe violentarse, y la universidad, sede la movilidad social ascendente en las representaciones sociales más caras de la cultura, es uno de ellos.
En lo que al segundo núcleo de reflexiones respecta, me comprenden las generales de la ley, puesto que dediqué y dedico mi vida a la academia. Desde hace veinte años, investigo y enseño en universidades públicas. Lo aclaro para que no queden dudas que apoyo incondicionalmente a la educación, más allá de que las instituciones gestoras sean públicas o privadas, no hay mejor opción para la superación individual y el progreso social que invertir en enseñanza de calidad.
Ahora bien, dicho eso, debo también expresar algunas ideas que nos ayuden a repensar con urgencia el modelo universitario que tenemos:
1) no existe eso que se ha dado en llamar “universidad pública y gratuita”. Comprendo si se trata de un latiguillo o consigna, pero lamento pincharles el globo si así no fuera. El hecho de que no desembolsemos directamente una mensualidad en el mostrador de una facultad para estudiar una carrera, no significa que la educación sea gratuita. Afirmar lo contrario sería faltar a la verdad; sin ir más lejos, a mí me pagan para dictar clases (mal pero me pagan), y lo hace todo aquel que tributa, independientemente que use o no el servicio. Así que, el acceso a la educación superior, uno de los bienes sociales más importantes, no es gratuito, ni acá ni en ningún lugar del mundo.
2) no es sustentable que tengamos casi una universidad pública por cada municipio del conurbano. Montar una estructura administrativa -muchas veces sobredimensionada- en cada localidad, replicando carreras, indefectiblemente se paga con la calidad de las ofertas académicas. Si se trata de allanar el camino a la universidad, premisa que acompaño efusivamente, es mucho más viable -en el más amplio sentido de la palabra- liberar todos los medios de transporte en el AMBA para todos los estudiantes que inventar instituciones en cada distrito.
3) sí a la autonomía universitaria, garantizada constitucionalmente, pero no al desenfoque. Por ejemplo: hay universidades que han armado su propio multimedio, tienen una radio que no escuchan ni siquiera en sus propias unidades académicas o un canal de TV que genera contenidos que no miran ni los que los producen. La autonomía de las universidades no las vuelve estados soberanos ni la autarquía financiera las exime de gestionar con eficiencia ni de rendir cuentas, máxime en un país quebrado como el nuestro.
4) no se puede mantener un sistema de educación superior que contemple simultáneamente: ingreso irrestricto, permanencia ilimitada y “gratuidad”, al menos no las tres premisas con la misma intensidad. Y esto no tiene que ver con ideologías, en Cuba usted tiene cinco años para completar sus estudios universitarios (o siete, si se trata de medicina o el alumno además trabaja).
5) hay quienes tienen más de un título universitario. ¿Será que quienes ya son profesionales pueden ir por una segunda o tercera carrera sin contribuir en nada? Son sólo algunas coordenadas de trabajo para que empecemos a pensar nuevos diseños y ensayar formatos que optimicen el sistema de educación superior argentino.
Está de más aclarar que no se puede permitir que el estado se desentienda de aquellas finalidades que justifican su propia existencia y la educación pública es claramente una de ellas. Pero tampoco se puede convalidar que una universidad financie telenovelas y menos si ni siquiera se ruedan (!).
Hace poco más de ocho décadas, José Ortega y Gasset nos emplazaba a los “Argentinos, a las cosas”. Hoy tenemos una gran oportunidad para darnos discusiones imprescindibles. No la desaprovechemos.