La Argentina es un país oscuro. Lo es porque -más allá del triunfo ocasional, en un momento clave de la historia, de una corriente moderna e iluminista que le dio la Constitución que lo transformó en algo viniendo de la nada- no es el fruto de una idea: es el fruto de intereses. Fue asi desde la Colonia. Y de intereses bajos, sectarios, metálicos. Intereses que, paradójicamente, se disfrazaron de altruistas, nacionales y popularmente sensibles.
Salvo un corto periodo histórico, en donde la grandeza de apuntar al crecimiento global pareció superar las miserabilidades ególatras de un conjunto de patrones de estancia, el resto de la historia argentina es un rejunte de imbricadas tramas de espías que, antes que buscar el ascenso del todo, se agazapan en las sombras para tumbar a los que tienen marcados como adversarios o directamente como enemigos.
Cualquiera que llegara a la Tierra del espacio exterior diría que el peso internacional de la Argentina es enorme como para que tanto trasiego putrefacto fluya por los subsuelos del país. Pero no: la Argentina no existe como protagonista internacional, es casi un cero a la izquierda; un país tenido por muchos (que diplomáticamente dicen otra cosa) como un estado fallido.
Sin embargo, así y todo, el peso del “queso” debe ser de un dimensión tan grande que aquí hay bandas cruzadas que operan bajo las cuerdas de cientos de capas geológicas que se formaron durante décadas de gobiernos corruptos.
En esa ciénaga, el peronismo -un movimiento que nació sin escrúpulos y cuya situación en ese terreno es incluso peor hoy que cuando nació- ha tendido tentáculos por todas partes. Especialmente en los sótanos de la inteligencia. No porque sea un conjunto político inteligente sino que, como buen producto del fascismo nazi, encuentra en el espionaje (es a esa “inteligencia” a la que nos referimos y no a la que tiene que ver con la materia gris) no solo su razón de ser sino la savia de la que alimenta sus herramientas preferidas: la extorsión, la amenaza y el apriete.
Todo ese abanico de miserias es lo que se está desplegando en la zaga de “Capital Humano”. Siendo ese el corazón del “queso” (porque sus arcas reúnen el dinero que se roba aprovechando al mismo tiempo un verso demagógico que hasta ahora pagó con réditos electorales) allí se lanzan los peores operadores de la ciénaga para cuidar el botín y que no desaparezca el reparto.
Paralelamente el ala política de la organización hará su parte para seguir horadando la mente de los zombies a los que durante décadas convenció de que no servirían para nada de no ser por la ayuda del Estado.
El gobierno de Javier Milei reunió en un solo ministerio las cabezas de todas esas hidras: las que generan los puentes de asistencia en la niñez, con la educación, en la necesidad adulta y en la etapa final de la vida. “Papita para el loro”, dijeron desde los sótanos.
El escaso o nulo volumen “humano” de LLA (es decir, la poca gente propia con la que cuenta) obligó a 1) dejar a la mayoría de los que estaban y 2) tomar gente que no se sabía de dónde venía.
La mayoría de los que estaban eran engranajes de las células de corrupción kirchneristas entongadas con el sistema armado para robar; y la mayoría de la gente que se tomó se tomó a las apuradas sin el debido estudio de sus antecedentes.
Además el largo brazo peronista, que viene tejiendo redes desde hace 80 años en la Argentina, prácticamente ocupa todos los lugares de la sociedad política y, si no es directamente, a través de una cadena de sucesivos referentes siempre se llega a una terminal peronista.
Repetimos: que esta cuestión haya saltado con toda su furia en lo que hoy es el ministerio de Capital Humano no es casual. Es allí donde circulan los dineros más pesados detrás de los cuales están los ladrones de los argentinos.
El gobierno de Javier Milei propuso un objetivo deseable por la superficie sana del edifico social: terminar con los llamados “gerentes de la pobreza” (todos ellos millonarios) y transparentar los mecanismos para que, si es necesaria, la ayuda llegue de modo limpio, poco menos que del bolsillo del contribuyente que pagó los impuestos con los que la ayuda se sostiene, hasta los bolsillos del que necesita la ayuda.
Claramente, en el ideal, el gobierno del presidente intenta generar un sistema de afluencia económica en donde esa ayuda se reduzca a una mínima parte porque los argentinos, munidos de un trabajo moderno y bien pago, satisfacen sus necesidades de acuerdo a sus propios valores y preferencias sin interferencia ni dependencia del Estado.
Pero para cumplir el primer paso cayó en la minusvalía que comentábamos ayer y que se presentaba como una luz roja obvia ni bien comenzó su carrera presidencial: no disponía de gente incondicional. Y para dar el segundo paso, depende de condiciones legislativas que la política artera y avaramente le niega.
Seguramente la llegada de Guillermo Francos a la Jefatura de Gabinete (un hombre que está muy lejos de desconocer las malicias de los sótanos pero que sabe cómo lidiar con ellos) va a dar oxígeno a un gobierno que lo necesita. Sturzenneger puede agregar herramientas inteligentes para desarmar los vasos comunicantes de la corrupción. Pero mientras el corazón del problema no sea destruido, el problema continuará.
¿Cuál es el corazón del problema? Un sistema creado para fabricar pobres: pobres económicos y pobres mentales, que están, obviamente, íntimamente vinculados.
Esa clave de los nuevos tiempos pasa por hacer desaparecer, justamente, la necesidad de la asistencia (o para tornarla completamente marginal). Y la necesidad de la asistencia desaparecerá cuando el PIB se multiplique al menos por 5. Para lograrlo las energías argentinas deben liberarse. Y para liberarse debe derogarse el orden jurídico que las mantiene asfixiadas.
Como verán el problema y las soluciones de la Argentina van y vienen en un corsi y recorsi lleno de intrigas, farabutes, delincuentes, buscas de cuarta y algunas mentes brillantes que vagan en un océano de mediocridad.