Todos conocemos a esta altura el raid delictivo de los Kirchner en su estadía de décadas en el Estado argentino. Todavía estaba Néstor Kirchner en la presidencia cuando desde estas mismas columnas dijimos que esa organización no se había vuelto delincuente cuando -una vez en el Estado- descubrió los enormes botines que podía robar (botines a los que por su volumen nunca accederían siendo una banda de delincuentes comunes) sino que YA ERA un conjunto de delincuentes que advirtió las ventajas que les ofrecía el Estado para robar ingentes sumas de dinero a las que no accedería aun cuando estuviera dispuesta a desvalijar los 25 bancos más grandes del país.
Con esa convicción la banda tomó el muy conveniente disfraz de “políticos” (que además venía acompañado de otros beneficios como el ser adulado, el recibir los frutos de la demagogia, el privilegio de los viajes, de la buena ropa, la seguridad reforzada, de los fueros que aseguraban impunidad y la presunción sobre la legitimidad de sus actos, etcétera) para emprender un viaje de defraudación, robo y exacción de los fondos públicos como no se conocía con anterioridad en la de por sí poco transparente historia argentina.
Pero frente a los enormes casos de defalco organizado (casos “vialidad nacional” -1000 millones de dólares solo ahí-, “cuadernos” (aún no se ha llegado a mensurar en millones de dólares el dinero sustraído de los bolsillos de los argentinos), etcétera) nadie hubiera dicho que un caso aparentemente menor, como la investigación por unos brokers de seguros que intermediaban para quedarse con las pólizas de distintas dependencias del Estado, fuera a ser el que le entregara al hombre común las ultimas evidencias (si es que aún eran necesarias) para convencerlo de que lo que tuvo enfrente durante 20 años fue una organización criminal que no ha dejado de saquear hasta el último resquicio por el que los argentinos sacaban dinero de su bolsillo para entregarlo a una caja pública.
En efecto, de los chats entre la secretaria privada del ex presidente Fernández y otros funcionarios del gobierno (y también, con el propio presidente) se deduce que los días de esta gente en el Estado solo servían para que esta banda identificara más y más lugares susceptibles de ser robados.
Son cientos los diálogos que podrían identificarse y que serían, sin más, suficientes para probar esa salvajada. Pero quiero detenerme en uno del 24 de mayo de 2023 a las 13.54 entre Cantero y el entonces presidente Fernández para dar una idea de cómo entendía esta gente su propósito en el Estado:
María Cantero: “Jefe tengo una problemita: están sacándole Cancillería a Hecky y están nombrando otro productor” (“Hecky” es Héctor Martínez Sosa, marido de Cantero) Hecky va a hablar con Juan Manuel [Olmos]. Ya le sacaron algunas cuentas. La Cámpora arma broker, pero Cancillería son nuestros (SIC) […] Ingresó en Provincia ART una carta de Cancillería en favor de Net Broker, la firma de Pablo Delgado, de la secretaría de Coordinación y Planificación exterior”.
Alberto Fernández: “Ya me ocupo”.
De este tipo de mensajes hay cientos. Pero centrémonos en este. Aquí una empleada del presidente (obviamente con sueldo pagado por la sociedad) se dirige a la máxima autoridad del país para informarlo de que “gente de La Cámpora” (que estaría armando sus propios brokers) le está “sacando” los seguros de Cancillería a su marido. Cantero se muestra toda ofendida porque “Cancillería es nuestra”. El presidente le responde inmediatamente “Ya me ocupo”, dándole al tema una prioridad que la lucha contra la pobreza y la marginalidad no parecían tener.
Resulta obvio que nadie se ocupa de inmediato de aquello en lo que no tiene ningún interés, de lo que se deduce que Fernández había delegado en Cantero la gestión de los seguros de dependencias del Estado para que estas contrataran los servicio del marido de Cantero que luego haría, obviamente, los repartos correspondientes.
Es más, ese razonamiento (de que Cantero y Martínez Sosa “administraban” parte del flujo de efectivo de Fernández) quedaría probado por otro chat en donde el presidente en conversación con su secretaria le pide dinero porque “lo estaría necesitando para el fin de semana”.
Reitero: el caso de los seguros (que dicho sea de paso ha servido para enterarnos también de que Fernández era un vil golpeador) demuestra que la maquinaria de robo kirchnerista no solo se centró en grandes botines millonarios en dólares que requirieron de alguna sofisticación financiera, legal y de ocultamiento físico de los fajos de billetes, sino que se dedicó también a saquear kioskos más chicos para asegurarse que ningún lugar que pudiera ser objeto del robo quedara sin ser desvalijado.
Sería interesante que la opinión pública (que, en principio, podría considerar como muy lejos de ella misma estos delirios que implican los delitos de sus funcionarios) tomara conciencia de que el patrimonio de cualquier repartición pública es integrado con dineros que salen de los bolsillos privados de los argentinos mediante la exacción compulsiva que de ellos hace el Estado por la vía de aplicar cientos de regulaciones que imponen tasas, impuestos y otras contribuciones y gastos que los particulares deben pagar. El Estado no tiene un solo centavo que sea suyo porque haya sido producido por él.
No hay una bolsa que reúna tanto dinero fácil como el Estado y tampoco hay una organización tan oscura y borrascosa como ese engendro para que la investigación y descubrimiento de las fechorías de sus funcionarios sea fácil de llevar adelante. La maraña de redes que los propios funcionarios tejen para que el seguimiento de sus delitos sea más complicado hace que sea difícil perseguir y demostrar su corrupción.
Pero cuando esos mismos funcionarios se ceban de tal manera (porque creen que son dueños efectivos de las instituciones) que creen que no hay nada que no puedan hacer para quedarse con lo ajeno, pueden cometer errores y fallos que los dejen con los dedos marcados.
Me parece que de esto se trata el caso de los seguros. El chambonismo de Fernández, la voracidad de su secretaria y la irrupción de otros cuadros corruptos del kirchnerismo que intentaron sacarle el negocio a Hecky, produjeron un desenlace grotesco para que todos tuviéramos acceso al modus operandi del kirchnerismo que, detrás de su verso social, nunca no fue otra cosa más que un conjunto de delincuentes comunes disfrazados con las ropas del ideologismo, la demagogia, del resentimiento y de una soberbia insoportable que, cuando se la compara con la calaña moral de sus personajes, no produce otra cosa más que asco.