¿Qué se propone realmente Bergoglio? Se trata de una pregunta inquietante por la mera posición que ocupa este hombre oscuro, lleno de interrogantes de los cuales aquel con el que comienza este comentario es el que más intriga causa.
Desde que asumió el papado no ha dejado de tener para con la Argentina señales que van completamente en contra de los ideales de una democracia republicana moderna, ágil y próspera. Con su lenguaje de imágenes ha dejado en claro que prefiere los hombres y las mujeres de las autocracias, muchos de los cuales han cometido directamente delitos aberrantes cuyas primeras víctimas han sido quienes integran la legion de supuestamente protegidos por las concepciones de la iglesia, esto es, los pobres y los que menos tienen.
A aquellos -esa caterva de delincuentes que Bergoglio se ha cansado de recibir y con los cuales compartió fotos, sonrisas y carcajadas- el Papa los ha bendecido con rosarios, palabras de aliento e indirectas ponzoñosas contra sus adversarios. Así, respaldó a Hebe de Bonafini -la que quizás sea la odiadora serial más prominente que haya tenido la Argentina en los últimos 20 años- propulsora de juicios populares a figuras que a ella no le gustaban, de reuniones públicas para escupir fotografías de aquellos a los que les deseaba la muerte y quien sugirió someter a una picana eléctrica a la hija menor del ex presidente Macri, Antonia.
También se encargó de reivindicar a Milagro Sala, la violenta delincuente de Jujuy que redujo a la servidumbre a decenas de personas que tenían con ella una relación de esclavo a ama, al tiempo que robaba dineros públicos directamente por las ventanillas de los bancos y estafaba a gente pobre que no tenía cómo defenderse de sus delirios “revolucionarios”.
¡Qué decir de los Kirchner! Con quienes tuvo una relación de conflicto mientras Bergoglio era Arzobispo de Buenos Aires y ellos ejercían la presidencia de la república y que, luego, velozmente, en un momento de decisiones financieras apremiantes para ambos (cuando el IOR -el Banco Vaticano- estaba casi quebrado y los dineros negros de los Kirchner necesitaban un canal por donde fluir) mágicamente se recompuso a un estadio en el que el intercambio de elogios era prácticamente cotidiano.
Por sus audiencias pasaron desde el ignorante de Kicillof (cuya impericia técnica condenó y sigue condenando a la Argentina -y a los pobres que teóricamente le preocupan a Bergoglio- al pago de una enorme hipoteca de más de 50 mil millones de dólares como resultado de la estatización contra legem de YPF [hecho que hasta que nadie me demuestre lo contrario sostengo que fue armado a propósito para que gran parte del dinero de la indemnización al Fondo Burford termine en los propios bolsillos de la banda de los Kirchner], de las malas negociaciones ante el Club de Paris y la abortada salida del default ante el juzgado del juez Griesa en NYC cuando una orden suya -indicada a su vez por Cristina Fernández de Kirchner- volteó el arreglo que los abogados tenían prácticamente abrochado con el juez), hasta matones públicos como Pablo Moyano, que se ha cansado de amenazar con el uso de la fuerza bruta a cuanta persona y empresa haya osado enfrentarlo, pasando, claro está, por elencos lamentables de La Cámpora, gobernadores que mantienen a los ciudadanos de sus provincias viviendo como en un régimen feudal del siglo XVI y a piqueteros que, en un momento, habían transformado en un deporte semanal la complicación de la vida cotidiana de millones de trabajadores.
Las semana pasada, sin ir más lejos, el Papa recibió al gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, quien, además de decir que renunciaba a su cargo si ganaba Milei y no haber cumplido su palabra, le paga ahora a sus empleados públicos (que prácticamente es el total de la fuerza laboral de su provincia) con papeles pintados que él mismo emite y que no tienen ningún valor monetario, en otra estafa moral a aquellos por los que Bergoglio dice estar preocupado.
En el orden internacional, Bergoglio acaba de convalidar el escandaloso fraude venezolano haciendo que el nuevo Nuncio Apostólico en Caracas presente sus cartas credenciales ante el dictador y asesino de Maduro. No envió una sola palabra de aliento a Maria Corina Machado, a Edmundo González Urrutia o a los refugiados políticos en la embajada argentina en la capital venezolana cuyas instalaciones debieron ser abandonas por los diplomáticos a los que el dictador echó sin más razones que aquellas que los obligaban a cumplir con los convenios diplomáticos sobre refugiados firmados hace más de 70 años paradójicamente en la ciudad que el chavismo convirtió ahora en una inmensa villa miseria.
En la miniserie de Netflix sobre su vida, en la primera escena, Bergogilo aparece subido a una tarima en la Villa 31, en Buenos Aires, al mando de una enorme olla popular de la que él mismo va sacando cucharones de guiso para ir dándole a una fila de gente que avanza conforme obtiene de él su plato de comida.
La sonrisa indisimulable de Bergoglio parece confesar que ese es el ideal de vida que tiene delineado en su cabeza: una superestructura que, prácticamente, le da de comer en la boca a una larga fila de esclavos que hace rato dejaron de pensar por sí mismos.
¿Qué se propone realmente Bergoglio? Ahora, como todas las reuniones con el matón de Moyano le han parecido pocas, va a recibirlo de nuevo, en otra señal de endoso a quien se propone obstruir y destruir el proceso de cambio votado por los argentinos el 19 de noviembre de 2023.
Todo queda claro. Por su puesto que la pregunta inicial de este comentario es solo retórica: todos quienes quiera ver tienen muy nítido lo que Bergoglio se propone. Los que no quieran ver seguirán contribuyendo con su ceguera a la miseria argentina, una miseria cuya principal explicación hay que buscarla en los retorcidos pliegues de la envidia y el resentimiento.