Como sucede en la familia de una obra de Tennesee Williams, la ex Presidente Cristina ernández protagoniza en estos días una movida “petardista” en el seno del partido que la llevó al poder.
Inquieta y nerviosa por palpar el comienzo de un ocaso político en ciernes, ha irrumpido nuevamente en el escenario de las “candilejas” para adoctrinar a quienes considera que no están a su altura para reemplazarla en la presidencia del nefasto movimiento que inspiró la revolución más conservadora y retrógrada del siglo XX.
Dentro de pocos días, sabremos cuál es el final de la apelación a su condena más fuerte por corrupción; y según dicen algunos se ratificará la sentencia que la confirma, dejándola expuesta a la vindicta pública en forma contundente. Es decir, lo que todos sospechamos quedará confirmado una vez más, constituyéndose en la frutilla de un postre agrio para ella.
Sus recientes cartas, tweets y “breefings” emanados del fantasmagórico Instituto Patria van en una sola dirección: adoctrinar a los argentinos para que entendamos que no hemos comprendido que sin ella no somos nada. Y que la política afiebrada que la consume en medio de su infinita soberbia es aquella a la que debemos retornar.
Probablemente, para permitirle desarrollar métodos de corrupción más sofisticados, a fin de aumentar su fraudulenta fortuna personal.
Sus aplaudidores más fieles, han lanzado una novedosa caracterización de su figura, comparándola con el General Perón; lo cual causa mucha gracia, porque el león herbívoro era un maestro en el arte de seducir, mientras que la reina de Tolosa solo sabe dividir y apostrofar a quienes disienten con las elucubraciones de su mente “napoleónica” (sic).
En medio de su fiebre encendida, no advierte que es el mejor favor que puede hacerle a Milei, quien se encuentra así con la mesa servida para poder echarle en cara las cifras de la decadencia en la que sumió al país durante sus mandatos.
Tan intenso es su deseo para hacernos creer en sus virtudes cuasi sobrenaturales, que utiliza cualquier tecnología que tenga a mano para usar un lenguaje bastante cínico, que encierra a todas luces un vacuo consuelo poético para ella para disminuir el dolor que padece: haberse convertido en una insípida arrogante.
Nietszche señaló en su tiempo que algunos seres humanos suelen llamar “verdades” a sus errores “irrefutables”, o sea aquellos cuya falsedad es fácil de demostrar e imposible de asumir.
Solo nos resta decir: “sobre que éramos pobres, parió mi abuela”.
A buen entendedor, pocas palabras.