¿Qué se supone que hay que hacer cuando quien reclama por la “vigencia de las instituciones” en realidad se quiere valer de las permisividades de las instituciones para terminar con las instituciones?
En una palabra: ¿qué hay que hacer con el peronismo?
Cuando estaba en el poder -a través de la entonces senadora Fernández de Kirchner (su marido era presidente)- el kirchnerismo aprobó una ley para que los DNU quedaran confirmados con la anuencia de una sola de las cámaras del Congreso (sería necesario el rechazo de ambas para voltearlo).
Desde ese momento, gobernar por decreto pasó a ser más sencillo que cumplir con el procedimiento de tratamiento y aprobación de las leyes porque estas requerían la discusión y el conforme de las mayorías de las dos cámaras. Las voces del “republicanismo” brillaron por su ausencia.
A su vez, otra reforma peronista (la de la Constitución en 1994) había terminado con la elección por Colegio Electoral, con lo cual le entregó la elección del presidente al conurbano bonaerense, de obvio predominio peronista. De nuevo, se festejó el “consenso”.
Entonces, todo bien con la vigencia y defensa de las instituciones (parece mentira que sean los liberales como yo los que tengamos que salir a explicar que somos nosotros los primeros en respetarlas) pero esto de armarlas a mi medida para usarlas en perjuicio de mis adversarios políticos cuando estoy en el poder pero luego salir a acusarlos de “abuso institucional” cuando son ellos los que usan las herramientas que generé yo, es como mucho… O sea, se nota demasiado la tomadura de pelo.
Pues bien esto es lo que está ocurriendo en el escenario político argentino. Con una particularidad: que el peronismo demuestre una vez más su cara de piedra no es novedad; ahora que un conjunto de idiotas útiles le hagan el juego reclamando un republicanismo que sería la primera víctima peronista si la prédica tuviera éxito, es, discúlpenme, bastante pelotudo.
Este favor inconmensurable al peronismo (incluido el kirchnerismo) se lo están haciendo distintos sectores de la sociedad civil subiéndose (porque es lo que teóricamente “queda bien”) a una crítica feroz al presidente Milei.
La Argentina ya vivió esto con Macri. De a poco todos los “cansados” del kirchnerismo empezaron a buscarle el pelo al huevo al nuevo presidente: que el Correo, que los Panamá Papers, que el frío de los que estaban en situación de calle, que la mesa del hambre… En fin, una cadena de esmeriles de las que gradualmente el kirchnerismo empezó a “colgarse”.
Al lado de los desquicios de la banda delictiva del Sur cualquier cosa que se le pudiera endilgar a Macri era un cuento de hadas. Pero allá fueron las almas bellas de la pureza, a veces con los propios socios políticos de Macri a la cabeza (con Carrio como capitana de ese equipo de pulcros) contra el pequeño tronco al que -con mucho esfuerzo- la Argentina se había logrado aferrar para darle una oportunidad a alguien que no fuera peronista.
Se alzaron miles de advertencias: “miren que si siguen jodiendo va a volver Cristina”. Nada. Parecía que había una obligación impuesta poco menos que por la Providencia para decir que Macri y Cambiemos eran la misma porquería que el kirchnerismo.
El acuerdo con el Fondo Monetario, al que el presidente tuvo que echar mano para afrontar el peso elefantiasico del Estado que la sociedad le prohibió reducir, fue la gota que rebasó el vaso: todo el mundo se puso en fila para pegarle al presidente y al gobierno sin dedicar siquiera un segundo a analizar las causas por las que préstamo fue necesario y al destino sobre cómo se habían utilizado los fondos.
Al contrario, la cantinela mediática se plegó al cencerro perokirchnerista de la “fuga de capitales”, pretendiendo empardar la corrupción de la banda fundada por Néstor con la supuesta deshonestidad de Macri.
Todos sabemos cómo terminó la historia. Lo peor es que cuando los Kirchner volvieron a hacer lo que era obvio que iban a hacer (esto es robar, prepotear, perseguir, acomodar militantes en el Estado, emprenderla contra la Justicia, etcétera, etcétera) los que habían ayudado a pavimentar el camino por el que regresaron, volvieron, como si nada, a agarrarse la cabeza y hablar pestes del gobierno del golpeador serial de mujeres, Alberto Fernández, al que habían presentado como un “moderado” cuando el dedo de la jefa de la banda lo designó.
Ahora estamos empezando a transitar el mismo camino. Un nuevo “tronco”, tallado con mucho mayor esfuerzo que el anterior, apareció para que la Argentina se subiera e intentara salvarse del naufragio peronista.
Pero las entrañas autodestructivas del país ya empezaron a funcionar de nuevo. Siempre sobre bases que, en principio, no son discutibles (porque son objetivamente correctas) pero que olvidan que allí, a unos metros nomás, está el peronismo.
Entonces aparecen los modales del presidente Milei, su postura de vetar leyes “sensibles”, que habla con su perro, que plagió párrafos de otros autores en sus libros, que le adjudica a Cicerón una frase que el Romano nunca dijo, que no negocia, que negocia, que hace lo que dijo que iba a hacer, que no hace lo que dijo que iba a hacer… ¿En serio que puede haber algún pelotudo que pretetenda esmerilar al presidente diciendo que citó mal a Cicerón o que plagió unos párrafos de otros autores en sus libros, queriando insinuar desde allí una supuesta equivalencia moral con el kirchnerismo? ¡Y lo he leído en medios “serios” de “pensadores” que la van de “serios”, ehh…!
Es notable la habilidad que tiene la Argentina para no aprender nada de sus errores. Quizás sea por eso que el peronismo -que es un error por definición- tiene tanto éxito en el país.
La reciente Convención de IDEA en Mar del Plata dejó, según los cronistas que la cubrieron, sensaciones encontradas porque los principales empresarios del país no saben sí Milei no es el primer enemigo del cambio que él propone y con el que ellos están de acuerdo.
Apoyan esa duda, de nuevo, en lo que creen es un débil costado “institucional” del presidente. Incluso algunos analistas llegaron a decir que la inversión “grande” no llega justamente por ese temor: porque el presidente es un autócrata que quiere imponer su voluntad. Muchos de los que dicen eso son los que critican al presidente por tejer acuerdos legislativos para sostener los vetos a leyes que atenten contra lo que el considera el corazón de su programa: el equilibrio fiscal.
Pero, perdón, ¿eso no es “institucional”? ¿Buscar apoyos para evitar que lo que él cree sería una herida mortal a su gobierno, no es lo que sugiere la Constitución?
No sé… La verdad que después de todo de lo que han sido testigos estas columnas desde que The Post existe (el diario se subió al sitio por primera vez en 2014) no puedo creer que haya gente inteligente que esté dispuesta a quemar la que quizás sea la última oportunidad que el destino le dio a la Argentina para vivir libre de peronismo.
Si Milei llegara a correr la misma suerte que Macri y los Kirchner y sus huestes de ladrones llegaran al poder una vez más, no me quedará otra más que concluir que ya nada puede hacerse aquí… Que todo está perdido, aún cuando esa pérdida la hayan provocado aquellos que juran vivir espantados por las fechorías del peronismo.