El hombre, desde los tiempos primitivos ha poblado su mundo de seres imponderables (espíritus) y después, ya en la modernidad, de humanoides extraterrestres luego de creer haber “avistado” sus naves y “contactado con sus tripulantes” años atrás durante la “era de los OVNIS. Y esto puede ser debido a la insatisfacción consigo mismo por causa de su propia índole contradictoria por una parte, y por un ansia de protección por otra.
De ahí también la creación mental de seres inmateriales superiores a la raza humana ya sea con categoría de dioses, semidioses o ángeles de mentalidad superior. Al mismo tiempo con estas creaciones se obtuvo un motivo existencial, la razón de ser del mundo y una explicación precientífica para todo, que satisface provisoriamente al ser humano, como una “creación de la nada” por parte de una deidad, “el sentido de la vida”, etc.
Así la existencia del hombre se desarrolla dentro de un mundo mágico donde las leyes físicas pueden ser suspendidas o si no mantenidas al menos desviados los acontecimientos nefastos del curso natural para dar lugar al milagro.
Ya el niño de corta edad se representa a seres imaginarios y pone intencionalidad en todos los objetos exteriores inanimados; así lo vemos respondiendo a golpes contra un objeto que lo ha lastimado accidentalmente.
El adulto (que continúa siendo infantil en su aspecto subconsciente) ve algunos hechos puramente físicos, calculables aplicando las matemáticas y los conocimientos físicos y por ende explicables, como “milagros”; es decir, como una intervención de algún ser imponderable con poderes para torcer los acontecimientos. Así vemos las explicaciones milagrosas que surgen cuando en un accidente de aviación o de tráfico terrestre o marítimo, se salvan una o pocas personas, mientras perece una gran mayoría. O ante el retroceso de algún proceso patológico, supuestamente maligno por haber sido estudiado o interpretado erróneamente.
Detrás de todo hecho, en el fondo de todo acontecimiento ya sea en el terreno físico, químico, biológico o psíquico, se esconde la más clara y natural explicación; la clave está en saber hallarla y esto las más de las veces está fuera del alcance del hombre que se guía por las apariencias, sumergido como se halla dentro de su mundo psíquico enajenado de todo ese mundo exterior, en cuanto a la naturaleza en sí se refiere.
Veamos si no al médico patólogo quien sólo se guía para diagnosticar algunos procesos morbosos en las autopsias o biopsias, por la coloración que adquieren los tejidos investigados mediante el empleo de colorantes especiales; o las extrapolaciones que se ve obligado a realizar el astrónomo para comprender lo que ocurre en lejanos cuerpos cósmicos tomando como fundamento los hechos físicos que se cumplen en la superficie del planeta Tierra.
Pero lo que halla la ciencia en el mundo exterior a través de su mundo interior es una aproximación a la realidad externa. Mas el hombre común no ve nada de eso y ante un accidente de aviación, por ejemplo, durante el cual perecen todos los ocupantes de la nave menos uno, prefiere abreviar la explicación y hablar de “milagro”; mientras que el físico no satisfecho por una explicación tan sucinta, comienza por hacer cálculos sobre la estructura del avión, su consistencia, peso, resistencia, naturaleza del material, etc., de cada una de sus partes, ubicación y estado de ánimo, dominio de sí mismo, etc. del pasajero sobreviviente; el ángulo de incidencia en la caída de la nave y otros múltiples detalles que arrojan como resultado no por supuesto una salvación milagrosa, sino una salvación necesaria, imposible de no haber ocurrido dadas todas la circunstancias naturales que incidieron en el siniestro. A veces ocurren los hechos más inverosímiles; aquellos que cuesta creer y que no convencen como hechos naturales, pero advirtamos que desde el momento en que son posibles, tienen que suceder fatalmente alguna vez por simple probabilidad azarosa.
Estos hechos muy poco probables, son generalmente rechazados por la mente humana que prefiere aferrarse a la idea del sobrenaturalismo. Es que tanta casualidad que ocurre a veces, hasta produce cierta desazón y genera una sensación de inseguridad ante el embate de la naturaleza y por ello se prefiere la otra versión, la que lo explica todo de modo sobrenatural tanto si el hecho es infausto como si es afortunado.
Esto ocurre sobre todo cuando la producción de un hecho tiene un origen complejo y resulta problemático desmenuzar las causas concomitantes, o simplemente cuando el hecho en cuestión no se ve como producido por varias causas, entonces actúa el criterio de síntesis y todo se atribuye a una sola causa y como ésta se halla en el terreno de la “imposibilidad natural”, se la cataloga de sobrenatural.
Aquí es donde resalta más el valor de la ciencia que se revela como un verdadero escape del mundo psíquico, ya que es mediante el análisis minucioso como es posible desentrañar aparentes misterios que pueden llenar de misticismo a un creyente, sobre todo cuando esa apariencia que se muestra como misterio es un intrincado manojo de procesos concomitantes.
El arco iris habrá subyugado más de una vez al antiguo observador que nada sabía de descomposición de la luz (como hoy lo hace para una mente no ilustrada al respecto), y su aparición era un misterio entre tantos. Es un hecho complejo porque su producción requiere que haya una fuente luminosa blanca (el Sol), gotas de lluvia, atmósfera, cierta densidad del aire, un determinado ángulo para el observador, etc.
Pero a su vez es necesario conocer la naturaleza de la luz blanca que es descompuesta en varios colores por un prisma y lo más dificultoso resulta el tratar de entender por qué la gota de agua se comporta como dicho prisma, para resolver lo cual se necesitan aplicar numerosos conocimientos de física y matemáticas. Lo mismo para los halos solares y lunares o para explicar las auroras polares, tanto como para explicar en el terreno biológico por qué “resucita un muerto” (persona viva en estado cataléptico como manifestación histérica), o por qué comienza a caminar un paralítico (otro caso de histerismo) o la regresión espontánea de cierto tipo de tumor canceroso; hechos que para la ciencia médica tienen una explicación bien natural y para el lego un tinte milagroso.
La explicación del conocimiento científico librada al acaso
Es extraordinario el valor de la ciencia que nos permite escapar del mundo de las apariencias para de esa manera prever mejor los peligros que acechan al hombre, a fin de prevenirlos como en caso de la medicina, o pronosticarlo para tomar los recaudos necesarios en un futuro próximo como en el caso de la sismología y la meteorología (pronóstico de los terremotos y tornados respectivamente).
Pero aún la misma ciencia se halla sometida al mundo humano. Más aún, es una creación del mundo humano pero que se evade algo de él, porque siendo experimental se guía por los choques directos con la realidad exterior.
La mente que tiende a divagar en alas de la fantasía como sucede en el ámbito de la poesía o en el pensamiento puramente especulativo, es continuamente sacudida, desviada, conducida forzadamente por los laberintos de la realidad exterior y aunque ésta no pueda ser vislumbrada en sí misma, en lo que es y entendida en forma absoluta, la ciencia por lo menos se le aproxima y lo ve todo más claro y el mundo humano primitivo plagado de creencias se va derrumbando, con resultados que generan situaciones insostenibles para con las posiciones creacionistas sobrenaturalistas.
La salvación de la humanidad se halla precisamente en la ciencia sabia y éticamente aplicada, pero como todo va a la deriva azarosa quizás la mayoría de los conductores de turno de la sociedad humana no se den cuenta de ello, y todo dependerá otra vez del azar, del curso azaroso que tomen los acontecimientos humanos nacidos en las decisiones de esos personajes de turno. Decisiones que son eventos en sí mismos forjados por la concurrencia de circunstancias incontrolables.
Así una conflagración mundial originada en el encuentro frontal de una mitad del globo contra la otra mitad, continúa siendo una posibilidad latente. Serán los jerarcas de turno los que tomen una determinación u otra.
Y ese preciso instante de la toma de una determinación de un solo personaje capaz de inclinar el ánimo de otros para seguirle como ya ha ocurrido aproximadamente cuando la segunda guerra mundial; ese proceso mental determinante, será un accidente como la explosión de una estrella supernova o un maremoto. Nada ni nadie puede garantizar nada. El mundo humano puede desaparecer sin dejar rastros; pero si a ello no se llega, si una destrucción por causa de ideologías encontradas que son naturales y lógicas en un ser formado por el evento como el hombre, entonces queda luego la otra posibilidad, la de que algún poder humano del mundo se incline hacia la aceptación plena de la ciencia de la mano de la ética, es decir, de la ciencia pura, la ciencia sana, que tiene como meta el perfeccionamiento humano y busque en ésta el apoyo, el consejo, como lo hacían los antiguos indígenas que recurrían a los ancianos de la tribu y como lo hacen los buenos hijos que recurren al consejo paterno.
Así como hoy día a veces se acata el consejo científico cuando se aplican obligatoriamente las vacunas preventivas de diversas enfermedades graves, es de esperar que en el futuro se acate la ciencia honesta en forma plena o que de lo contrario ésta logre un poder sobre la humanidad para que ésta acate sus dictámenes como lo hacen los niños para con sus padres, porque la humanidad en general se halla aun en pañales, y el mayor porcentaje de los pobladores del globo continúa su destino ciego, corriendo el peligro de chocar con la contrariedad como lo hacen las aves contra la pared blanca que las ciega.
Se vive en un continuo desbarajuste por la gran cantidad de ideas y creencias que pueblan el Globo, el que se ha transformado en un polvorín, y sólo la ciencia respaldada por el pacifismo constituye la única luz en la noche humana que puede guiar al mundo humano.
Pero no se crea que todo sigue cierto plan preestablecido y que la verdad científica será indefectiblemente, algún día, el corolario de la marcha de la civilización, sino que todo dependerá en el futuro de lo vaivenes, de las oscilaciones, de los rumbos elegidos por la sociedad humana. Rumbos no escritos en parte alguna, ni planificados por la naturaleza, cosa imposible siendo ésta carente de inteligencia y voluntad, sino de curso accidental porque estos rumbos pueden ser incontables, pero la humanidad podrá elegir algunos pocos que no tienen por qué ser los mejores ni mucho menos dado que la elección será un accidente en sí.
Así es como se pueden perder por esos caprichos del devenir, rumbos que podrían ser preciosos para la humanidad.
La salvación de ésta se halla sí, positivamente en la ciencia honesta, pero no en manos de ningún conductor que se pueda valer a su arbitrio de la ciencia o de personajes que solo persiguen intereses mezquinos y se valen de la ciencia para lograr su cortos objetivos, sino en Ciencia Pura, desinteresada, vocacional, edificada sobre el empirismo que barre contra toda pseudociencia habida y por haber…
El día en que todo esté previsto y sabiamente planificado científicamente, solo entonces podrá reinar la armonía y la paz en el globo terráqueo.
Ladislao Vadas