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CRISTINA Y UNA BRILLANTE ANALOGÍA

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EL DELIRIO Y LA INSANÍA DEL PODER
EL DELIRIO Y LA INSANÍA DEL PODER

La cámara viaja en el tiempo

    La cámara viaja en el tiempo, y se detiene en la antigua Roma. Velozmente, atraviesa las calles de la ciudad de las siete colinas, centro del mundo en ese instante, y se detiene en el Palatino imperial. Estamos en una noche de banquete orgiástico donde el divino Calígula intenta agasajar a sus atribulados invitados. En medio de la turbulenta cena había azotado hasta morir a una esclava palestina, intentado violar a la esposa de un patricio y como postre ordenado a su liberto preferido que organizada una lucha de pugilato entre dos añejos senadores, puro huesos ellos. Pero su majestad imperial seguía muy aburrida, no le bastaba semejante acto de crueldad como para sentirse reconfortado. Paseó su mirada por sobre las caras trémulas de sus invitados, y se detuvo en la faz cenicienta de su tío Claudio, el tartamudo.
    -"¿Porqué no nos recitás algo, para deleite del divino emperador y sus dilectos invitados?". Este se levantó con dignidad, tragando saliva para no tartamudear demasiado. Miró fijo a su demente sobrino, y con voz clara recitó:
    -"Quien posee la omnipotencia goza de libertad para ejercer el bien y el mal. Y como es más difícil obrar el bien que el mal, haciendo lo primero mostrará más cumplidamente su poder. Quien sólo realiza el mal se convierte sin duda en esclavo de él, renunciando a su facultad de elección. El gobernante malvado no es en modo alguno gobernante".
    De más está decir que semejante recitación no le cayó para nada grata a Calígula, salvando Claudio por milagro su pellejo puesto que al punto el César fijó su atención en otros comensales menos afortunados. Este pasaje ha sido extraído, fielmente respetando su esencia, de la obra magistral de Anthony Burgess (sí, el mismo de La Naranja Mecánica) El Reino de los réprobos, una crónica descarnada sobre la historia de los tres primeros siglos del Cristianismo.
    Mezclando personajes reales y ficticios, se reconstruyen los primeros pasos de la buena nueva que terminará hasta entrando en el inaccesible Palatino de los Césares.
    “El poder está divorciado de la razón. Yo a eso lo llamo locura”, cavila en voz alta el centurión pretoriano Marco Julio Tranquilo, evocando la propensión a la demencia de su jefe, Cayo Calígula.
    Pero no es la única vez que se reflexiona sobre el eterno duelo entre la insania y la cordura. En otro pasaje, el centurión Cornelio se asoma al balcón para tomar un poco de aire pues su espíritu necesita un baño de sensatez: “Todos saben dónde está la cordura, ¿verdad?”, inquiere a sus ayudantes, Fidel, Rústico y Androgeo.
    -"Algo has dicho tú a ese respecto, centurión", dijo Junio Rústico.
    -"Necesitamos que alguien nos aleccione", -dijo Cornelio, con la vista baja- "La persona que tengo en mente estuvo aquí hace un par de días. El griego de la cerería me dijo que se había marchado a Joppe, o Jeffa, como la llamen. Es pescador, el Pedro ese a quien me refiero. Es él quien está al mando. Dicen que ha hecho cosas extrañas. Un hombre humilde, para otros hombres tan humildes como él".
    -"¿Cosas extrañas?", preguntó Fidel.
    -Bueno, ya saben lo que quiero decir. No sé qué palabra emplear. Hasta las palabras están perdiendo su sentido en estos días de locura del mundo”.


La locura del mundo

    Dos mil años después de este relato, donde prácticamente el tema central es la eterna dicotomía citada más arriba, precisamente se está asistiendo a “estos días de locura del mundo”, parafraseando al atribulado Cornelio. Justo en este miércoles negro, en el cual las principales bolsas del mundo han caído abruptamente más del 5%. Y en estos momentos, debe de haber millones de Cornelios ante un balcón observando esta zarabanda financiera a la que los analista económicos sindican del calibre del crack de 1929. Mientras en estas playas, siempre al este del paraíso, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner cerciora que Argentina resultará indemne ante este huracán, al tiempo que su ministro de Economía aseguró que “la economía está bien parada y mejor que en épocas anteriores para afrontar la crisis. Este es el camino y está responsablemente plasmado en el proyecto de ley", ante la Cámara de Diputados en pleno. Pero si alguno de sus oyentes miraba de soslayo la pantalla de algún televisor, clavado en los canales de noticias que propalaban cada media hora informes cuasi apocalípticos de esta crisis en ciernes, seguramente caerían en la cuenta de que algo no coincidía. Por un lado, las palabras y los deseos optimistas del aludido, como de la señora presidenta, se daban de pelos (perdón, Bart) con lo que se está padeciendo a nivel global. Y seguramente, más de uno haría con un dedo apuntado a su sien el signo gráfico de “están repirados”, para luego estremecerse ante la inminencia de una posible hecatombe.
    Lamentablemente, aún no se ha alzado la voz de algún valiente y previsor Claudio, aunque con su tartamudez, trate de poner una lucecita en tanta oscuridad de la sinrazón. Y como tampoco, ningún Cornelio aún no salió al balcón para tratar de buscar algún tipo de respuesta que palie tanta muestra de sinsentido, temor e incertidumbre.

 

Fernando Paolella

 

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