Sin señales sólidas para encaminarse hacia
la inversión que optimice la opaca rentabilidad del campo, la paciencia comienza
a ser un bien escaso que, en el mejor de los escenarios, alcanzaría para llegar
al primer trimestre de 2009.
Para entonces, desde los sectores más moderados hasta los más
combativos del agro nacional coinciden en que darán a conocer un extenso
cronograma de protestas que, con criterio informativo y por cuestiones de
organización, comenzará a difundirse durante los primeros días de enero.
Hace tiempo, casi nueve meses, que los productores rurales
dejaron de creer en anuncios oficiales que apunten a remontar la severa crisis
que soportan en casi la totalidad de las actividades agropecuarias. Para
empezar, nadie los convoca para chequear, por lo menos, si las medidas que
diseña el Gobierno coinciden o se acercan, mínimamente, a lo que necesita el
chacarero, aunque luego se implementan, de todos modos, casi burlando tiempos de
siembra, siega y ciclos productivos biológicos.
De hecho, suponer que un novillo overo gordo puede incluirse
en los volúmenes de exportación del país sabe más a buenas intenciones que a
proyectos concretos de asistencia a la ganadería nacional, utilizando
precisamente una raza que no fue desarrollada para producir carne sino leche y
que, además, no encaja en los cánones generales de aceptación consumidora
internacional.
Atacar al campo se está transformando en una suerte de
deporte político actual. Eso sí: se hace en cuidados escenarios con
"lucecitas montadas para escena", diría Silvio Rodríguez. Para los productores,
los anuncios oficiales desalientan la optimización de la eficiencia sectorial y,
consecuentemente, la de los rendimientos agrícolas, por ejemplo, extensibles a
la ganadería de carne y leche que se desplazan por un sendero cada vez más
peligroso, al borde del abismo.
El campo no ve señales sólidas para invertir, a pesar de que
se hayan dejado correr versiones respecto de inminentes anuncios de nuevas
medidas de beneficio para el agro, que esta vez contemplarían el otorgamiento de
créditos o nuevas reglas de financiamiento que impulsarían la renovación de
parques de maquinarias o la incorporación de insumos estratégicos para elevar la
productividad agrícolo-ganadera.
Aún con la dirigencia ruralista dispersa, el objetivo de
volver a la protesta es unánime. Saben que el viento de cola que tuvieron este
año para los granos se está transformando aceleradamente en tormenta que, dicho
sea de paso, se perfila como perfecta para destruir lo que queda en pie, como la
trilla pendiente de volúmenes magros de cultivos emblemáticos, como la siembra
del yuyo perverso, la soja, que, a la sazón, ocupará la mayor parte de la
superficie cultivable del país.
Tampoco convencen las versiones sobre acuerdos que estaría aceitando el Gobierno
con empresarios proveedores de insumos para que los precios no vuelvan a
escaparse con el estallido de la crisis financiera global que arrancó en
setiembre último —cuya finalización aún es una quimera—, que, aunque hayan
retrocedido levemente en las últimas semanas, todavía siguen elevados respecto
del valor que tenían hace un año.
Por el momento, nada hace prever que las cosas cambiarán para
que el hombre de campo salga a vender los granos y oleaginosas que tiene en su
poder. Ese capital-grano es el único con que cuenta y mientras la baja de
retenciones siga estando bajo el confiscatorio análisis oficial, las dosis
homeopáticas serán una pavada comparadas con los volúmenes de granos que venderá
el hombre de campo, en tanto dan forma a la nueva protesta que esta vez,
aseguran, no tendría precedentes en el país y ganará la calle antes del otoño.
Gladys de la Nova