Cuando Cristina Fernández de Kirchner suba
este domingo los ocho escalones que van desde la explanada hasta la puerta
principal del Congreso para brindar su mensaje sobre el estado de la Nación a la
Asamblea Legislativa, la Presidenta se estará asomando a un escenario diferente
y novedoso para el accionar kirchnerista, signado por la pobreza política y
económica, que hoy tiene a la vista a cuatro peligrosos jinetes vestidos de
negro que evolucionan a su alrededor, con sus espadas todavía en ristre.
Número uno: por primera vez, en los siete períodos
legislativos en los que le tocó gobernar y tras la diáspora partidaria de los
últimos meses, al oficialismo le faltara el apoyo de una clara mayoría en
ambas Cámaras. Número dos: por primera vez, también, los Kirchner intentarán
timonear la economía sin una de sus armas predilectas: muchísimo dinero en la
caja.
Más allá de las debilidades que han sabido acumular por
errores propios que hacen más vulnerable el futuro, el año 2009, y éste es el
importante número tres, viene enmarcado por pesados nubarrones derivados de la
crisis global, que los expertos ven descargándose implacables entre marzo y
abril, en cuanto al nivel de actividad y el empleo, lo que va a impactar también
en los dólares que deberían ingresar al país y, obviamente, en las cuentas
públicas.
El protocolo, la manera elegante y aséptica que tiene la
diplomacia para poner las diferencias bajo el paraguas de la hipocresía,
posiblemente hará que en la ocasión el vicepresidente Julio Cobos, quien a pesar
de la Presidenta deberá ser su ladero durante toda la ceremonia, no pueda
relamerse en público por la situación, pero lo cierto es que esas restricciones
le están poniendo un tapón bien objetivo al modo de gobernar de los Kirchner,
justo en un año electoral, el decisivo cuarto jinete y talón de Aquiles que le
faltaba al matrimonio para combinar la tormenta perfecta.
Todas estas restricciones no significan que, finalmente, la
pareja gobernante no redoble la apuesta y talonee el animal para fugar aún más
hacia adelante y ésa es la gran duda que desvelará a los argentinos desde aquí
hasta octubre: ¿habrá prudencia para manejar la crisis o un salto al vacío? En
este último aspecto, con plata y con apoyo legislativo, hasta ahora —salvo en el
caso de la Resolución 125— no se le han reconocido límites a la audacia que
suele tener el matrimonio presidencial para avanzar a fondo, de acuerdo a sus
estándares ideológicos. En estos últimos días, desde la bajada de línea
intelectual o desde el tejido político, la Presidenta y su esposo han dado más
de un ejemplo de que están decididos a defender su modelo hasta las últimas
consecuencias y habrá que ver si reparan que en el mismo jumento van en las
ancas 40 millones de personas más y que buena parte no piensan como ellos.
Pero a veces la realidad suele encapsular las decisiones y
por eso a veces los gestos y los discursos para la tribuna tienen que darle paso
a ciertas herejías, derivadas de la necesidad. Este ha sido el caso de la
relación con el Fondo Monetario Internacional, que esta misma semana se puso
sobre el tapete, a partir de ciertos dichos del ex presidente o la motivación
del cacareo que usó la Cancillería para atacar a la CIA, porque su nuevo jefe
repitió en un informe al presidente Barack Obama lo que le había dicho un espía
local, que la Argentina era vulnerable a la crisis, tanto como Venezuela y
Ecuador.
El episodio FMI ha sido patético, no sólo por la
afirmación de NK que "ni regalado" quiere ese dinero, sino porque después él
mismo abrió una puertita para aceptarlo, si el organismo se rediseña. Un día
después, como si todo hubiera sido parte de un arreglo previo para endulzarle la
píldora a ciertos sectores que les costaría tragársela sin generar un nuevo
éxodo, el Fondo dijo que volverá a monitorear a la Argentina, algo que debe
cumplimentar anualmente con todos sus países miembros y que tenía vedado aquí,
desde hace tres períodos, por orden del mismo Kirchner.
En relación a este tema, la Presidenta asistirá el 2 de abril
a la Cumbre del G-20, en Londres, dónde se discutirá precisamente la nueva
arquitectura financiera mundial y en el Gobierno se fantasea con que de esa
reunión saldrá un FMI mucho más laxo, que permitirá a los países tomar dinero
sin condicionamientos. Aunque no sea así, y los expertos suponen que no ocurrirá
porque ningún banquero presta a quien no le da mínimas garantías de buen manejo
económico y transparencia estadística (caso INDEC), igualmente se presentará la
situación como un gran triunfo de la Argentina, ya que dinero barato y
disponible (unos U$S 15 mil millones como máximo) hoy se necesitan como el agua
y ya no hay más fondos de olla para rascar sin armar un desaguisado superior.
En este punto, sin Venezuela ahora como prestamista de última
instancia, esta misma semana la compañía estatal AySA tuvo que poner de sus
excedentes U$S 700 millones para asistir al Tesoro, como en diciembre pasado lo
hizo el ministerio del Interior con el saldo de los ATN no utilizados y hasta en
otro momento la Lotería Nacional. Si no se pudiera echar manos a la plata del
FMI y ya utilizadas la ampliación de fondos del BCRA y del Banco de la Nación
que se consiguieron con el Presupuesto, el manotón de ahogado sería la
utilización de las reservas, con su secuela de una probable devaluación, mayor
fuga de dólares y seguramente un control estricto de capitales.
Este escenario generaría, además, un ruido adicional
superior, ya que probablemente terminaría ipso facto con la gestión de
Martín Redrado al frente del Central, quien, dicho sea de paso, será el
nuevo Rector de la UCA desde 2010, cuando finalice su mandato al frente de la
autoridad monetaria, lugar adonde ya han desembarcado algunos de sus más
cercanos colaboradores en el cuerpo de profesores.
En esa reunión londinense estará el presidente de los EE.UU.,
al igual que en la Cumbre americana de Trinidad-Tobago de mediados de abril,
frente a quien la Administración local se mantiene ambigua y desconcertada. Lo
que le ocurre a los Kirchner con el presidente Obama es que imaginaron de él una
cosa y no pueden entender cómo no se pronuncia por recetas alejadas del odiado
consenso de Washington. Por un lado, elogian su mayor propensión hacia el
multilatelarismo, pero por otro no tragan que siga aferrado a los preceptos del
libre comercio, la iniciativa privada y la economía de mercado.
De allí que, cuando se puede, haya referencias al
involucramiento del Estado en el salvataje de empresas y bancos en los EEUU. Son
mucho más leves, es verdad, pero tan socarronas como aquel memorable y burlón
exhabrupto presidencial anti-Bush del "efecto jazz". Si aquello no fue una
injerencia en asuntos internos, tampoco esta vez lo fue la referencia tangencial
del jefe de la CIA que aquí cayó tan mal. La reunión del canciller Jorge
Taiana con el embajador Wayne por este tema sirvió, entre otras cosas, para que
la Argentina blanqueara que no quiere agitar ante la opinión pública local el
fantasma de la crisis ya que tiene temor a la parálisis y cree que, barriéndola
debajo de la alfombra, la gente seguirá consumiendo o tomará créditos. Esta
última postura, que puso en guardia a la Presidenta el jueves, no fue igual a la
que ella misma, su esposo, los habituales voceros y los medios oficiales tenían
hasta el miércoles, cuando a cada rato repetían que los problemas no eran
nuestros sino de la crisis que venía del exterior. Quizás producto de los
nervios de saberse con menor aceptación pública, la dificultad del Gobierno para
seguir una línea discursiva es otro de los graves problemas que han quedado en
evidencia durante los últimos días. Pero si la crisis no será la culpable, qué
mejor entonces que culpar a los medios que no siguen la línea del Gobierno.
Cristina le pidió el viernes a la "intelectualidad" (?) que la ayudara a
desentrañar el mensaje "monocorde y sometido a reglas" de los medios de
comunicación, que "bajo aparente objetividad" atentan contra "las posibilidades
de movilidad social, de redistribución del ingreso y de una participación
democrática de la sociedad", como una forma de contraponer esa visión con el
discurso oficial, a su juicio más fruto del "pensamiento audaz".
Sin embargo, la Presidenta nada mencionó sobre la primera
regla del periodismo que es la veracidad, aunque un día antes desde un atril en
Tres Arroyos ella mismo fustigó a esta Agencia por haber adelantado que en el
aeropuerto local la iban a esperar enojados productores agropecuarios con
banderas negras, destinadas a expresar su descontento. Las fotografías de la
protesta no dejaron lugar a dudas sobre lo acertado de la información que
provenía de fuentes locales, pese a que los quejosos fueron aislados por la
Gendarmería y que sólo hubo lugar en la transmisión oficial para las
innumerables muestras de cariño que se le expresó a la Presidenta.
Es también evidente que el caso del campo ha
desestabilizado una vez más al Gobierno y que esos disturbios emocionales lo
pueden llevar a transitar senderos de difícil retorno, como es la
posibilidad de armar una nueva Junta Nacional que se encargue del comercio
exterior de granos y oleaginosas, una idea que está allí latente y que sería una
de esas medidas que demostraría que la vocación de confrontar no ha quedado de
lado. El organismo, que sería un remedo de aquella experiencia de los años
‘40/50 de triste recuerdo, ya que perdió mucho dinero y desestimuló a los
productores, fijaría los precios y tomaría a su cargo las cosechas, para luego
vendérsela a las mismas multinacionales privadas que hoy le compran a los
acopiadores. Más allá de lo político y de lo ideológico la situación también
está enlazada con la falta de fondos de la Administración y con lo que se
considera que es una coacción del sector agropecuario, como es retener en los
silos-bolsa un tonelaje muy importante de soja sin vender, que podría reportarle
al Estado más de mil millones de dólares en retenciones.
Algunos piensan que los trascendidos son parte de un juego de
presiones para obligar a la liquidación y otros afirman que la Presidenta va a
confirmar la novedad ante la Asamblea Legislativa. En todo caso, esta última
posibilidad estará sujeta a la primera de las restricciones, la del número en
las Cámaras, ya que son muy pocas las chances para que tamaño retroceso pase
indemne por el Congreso.
Hugo Grimaldi