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LAS RAÍCES ESTÁN EN LA CULTURA

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    Carlos Fuentes nació en Panamá, estudió y se hizo escritor en Chile,  vivió un tiempo en Buenos Aires, Argentina, pero es decididamente mexicano. Eso lo sabe todo el mundo, pero es un buen representante del movimiento de nuestras culturas en América latina. Hay muchos que se sienten muy visitados por extranjeros, y no saben la riqueza que tienen, además que la humanidad ha sido históricamente un largo pasillo que ha permitido  a viajeros de todo el mundo intercambiar la  palabra, costumbres, alimentos, bienes, objetos, plantas, todo lo que hay en este mundo y más, el espíritu.
   El hombre ha seguido con este hábito fuera de los conocidos linderos de la tierra y se apresta para llegar personalmente a Marte.
  
Si algo se ha amasado en el mundo, son las culturas, un trasvasije milenario, polvo, oro, madera, especias, libros, arquitectura, el hombre se ha reinventado una y un millón de veces, transplantado, vuelto a nacer de mil maneras, enriquecido sin duda, siempre. Origen  a nuevos orígenes, el hombre no se detiene afortunadamente, siempre en construcción, contra la muerte.
  
De visita por Chile, con motivo del Premio Iberoamericano Pablo Neruda que ganó su compatriota el poeta y narrador José Emilio Pacheco, el autor de La Muerte de Artemio Cruz, expuso en Santiago sus tesis sobre América latina y los desafíos en tiempos de la globalización.
  
La conferencia de Fuentes, más allá de sus propuestas, se enmarca en la actualidad, el gran tema de las migraciones, de la identidad, de lo que alguno por ahí considera un choque de civilizaciones y toda esta política de recortes de fronteras, temores, y de nuevas legislaciones para ”impedir legalmente” el tránsito de los latinos a Estados Unidos, en especial, mexicanos, colombianos, centroamericanos, ecuatorianos y argentinos. Es un debate de nuestro tiempo, que en las últimas semanas se ha encendido en Estados Unidos, pero que también aterroriza a Europa, donde se habla de Euro-Asia, por la migración masiva de Asia hacia el viejo continente.
  
El debate está abierto y cada día genera más polémica y controversias, y no hay una respuesta varita mágica.
  
Carlos Fuentes apunta sin equívoco que en Occidente todos somos inmigrantes, desde el tránsito por el estrecho de Bering, hace unos 50 mil años. Ironiza y actualiza que el último trabajador indocumentado mexicano que atravesó hacia Estados Unidos por Tijuana, es un pariente del lejano inmigrante de  todos los tiempos y próximo a los puritanos ingleses que desembarcaron en Massachussets sin pasaportes ni permiso de trabajo, en 1620.
  
Tanta ironía con los argentinos, que son descendientes de los barcos, cuando, como señala Fuentes, “todos en América venimos de otra parte”. Somos, advierte, movimiento y transformación, y de allí descendemos.
  
La magia de la planta del banano, milenaria, de los tiempos inmemoriales, vino de Asia a República Dominicana y hoy está sembrada en África, Caribe y toda la América tropical, para beneficio del hombre sin fronteras.
  
Latinoamérica, sostuvo Fuentes, autor de Gringo Viejo, La región más transparente, es un encubrimiento porque de “hecho somos indoamericanos, afroamericanos, euroamericanos y al cabo, mestizos. Un gran arco iris racial del río Bravo hasta la Patagonia, que abarca quinientos millones de seres humanos que no deben lealtad solamente a sus identidades nacionales, sino quizás aún más, a sus amplias y profundas raíces culturales”.
  
Los países se han enriquecido notablemente con la diversidad. Los movimientos migratorios forzados por la violencia, hambrunas, guerras, desempleo, como la Guerra Civil Española, el Golpe de Estado en Chile en 1973, los regímenes militares argentinos de Uruguay y Argentina, las guerras de Centro América, todo, ha contribuido a este maremagmun social enriquecedor. Panamá podría llamarse hoy La pequeña Colombia, por la fuerte migración de sus vecinos motivada por la larga guerra colombiana. La gota humana mexicana hacia Estados Unidos es legendaria, incontenible. Pero ahí están las cifras de lo que produce la mano de obra y profesionales latinos en Estados Unidos, y las fabulosas sumas de dinero que envían a sus países de origen.
  
Estados Unidos ha ganado además una nueva lengua, el español. Son tantas las ventajas de la migración, que no se puede mirar como algo circular, inmóvil o improductivo. Es un beneficio compartido en la  diversidad. Siempre hay dos vías cuando se cultura se trata.
  
El valor de la diversidad, nos dice Fuentes, en Latinoamérica, como en Estados Unidos, se ve inmensamente fortalecida por la variedad de lo que podríamos llamar culturas fronterizas; por ejemplo, la experiencia mexicano-norteamericana del Teatro de Luis Valdés y la literatura de Sandra Cisneros; la experiencia cubano-americana de escritores como Cristina García y Oscar Hijuelos; o la experiencia africano-americana de novelistas como Rosario Ferre y Rafael Sánchez en Puerto Rico.
    Los ejemplos abundan en el hemisferio americano y en otros continentes. Fronteras contaminadas por la vida cultural, el trasiego humanos de leyendas, historias, costumbres, modos de vida.
    Pienso en Bajo el Volcán de Malcom Lowry escrito en México, la presencia  de Gabriel García Márquez en el país azteca.  Pero mucho más atrás en Latinoamérica, Rubén Darío en Chile, Argentina, España y Francia. Vallejo, Cortázar, Carpentier, en Francia, Picasso y mil más, y qué sería de París sin ellos y viceversa. España con Roa Bastos, Vargas Llosa, Benedetti, Onetti, y Cuba con Hemingway. Todos son infinitos “préstamos” de palabra y más allá. Es un mero ejercicio de la memoria, Bertold Brecht en Estados Unidos y mil más, enriquecieron todas las artes del pueblo norteamericano. Quizás la nación más abierta del mundo, cosmopolita por naturaleza, una refundación de las etnias, pionera de sueños. Aunque Europa y América latina, se han fundido una y otra vez.
   
¿Qué alguien enseñe una primera piel? Ese es el reto. Lanzar piedras es una moda contra el invasor, en cualquier lugar del mundo.
    El hombre es la semilla que más se ha multiplicado en la tierra. Una especie que hace mucho tiempo abandonó sus dos pies, porque se desplaza de mil manera y deja su semilla. Existe una identidad propia, como reconoce Fuentes, el ser mexicano, puertorriqueño, chileno, colombiano o argentino, pero también una que se va adquiriendo en al diversidad. El mundo no es ancho y ajeno, como vaticinara el peruano Ciro Alegría, sino una gran puerta con forma de vasija, donde todo se hace, convierte en transmudable.
    No es un cambio de piel, sino una transferencia de otros datos que nos brinda el nuevo medio y a su vez nosotros lo contaminamos con los nuestros. Todos los datos no coinciden, la velocidad actual era inimaginable hace un par de décadas, para una información que va y viene, se difunde muchas veces torcida, amplificada, mutilada desde sus raíces, y aún así prospera en la mete de millones de personas que la reciben en los lugares más remotos del mundo.
    Carlos Fuentes, para citar sus puntos de vista expuestos en Chile, da cuenta de la marcha del proceso globalizador en un mundo de una extraordinaria desigualdad, donde la palabra abismo tiene una connotación real, porque existe, se palpa, entre una nación y otra. Pero la cultura es el proceso enriquecedor que puede aún salvarnos de este salto al vacío, la nada, a los abismos de las primeras noches desoladas, a la intemperie, abandonados a las cavernas de paso.
    Más allá del mall, del mercado, del trasiego de la banca, de los financiamientos que van y vienen, que nunca llegan, del  tintinear de las bolsas de valores
    Razón tiene Fuentes cuando nos reitera que no hay tal fin de la historia como se pregona a los cuatro vientos. Seguimos en un proceso, donde la palabra cambio ya no traduce la velocidad de los los tiempos. Y más razón aun, cuando apunta que lo que quieren es vendernos otra historia, y no finalizarla. Una especie, digo, de cartoom. Una especie de corre camino, donde nosotros somos el precipicio en constante zozobra.
    El mundo no es una bola de humo ni una carcajada. Hay una motivación enfermiza hacia la pasarela, una ruta de diversión per se, el show, la estupidez casi como una razón de Estado, y la idiotización ya adquirió una ciudadanía universal. Quienes se pronuncian contra este estado de cosas, son en algún sentido fundamentalistas sin fundamento. El mundo camina, pero con pies de barro. Es lo que sabemos y constatamos. Los optimistas caben en una carpa de circo, donde no sobran los payasos.
    Algunos ignoran que vamos montados en Moby Dick, arrastrados por el mar de la desesperación de conquistas inútiles, ciegos capítulos frente a un panal de abejas muerte, dónde hay más miel para untar el hocico, dice el hombre, la bestia que lo inunda de sabiduría.
    La ballena blanca arponeada, mal herida, es azul en su geografía, da brincos, saltos, se apresta a conmocionarnos en su agonía, la recuperación del fénix que sólo la naturaleza sabe aleccionarnos. Es inútil hasta que llega lo inevitable. La misma piedra, hombre, no sólo cien  veces, sino mil.
    En estos insondables abismos andamos, y Carlos Fuentes para medir las cosas recurre a los dos más clásicos: Cervantes y Shakespeare, caballeros andantes en este teatro de absurdos y representaciones faltas, máscaras venecianas, molinos de fuego. Don Quijote y Hamlet, viejos personajes de ayer, hoy y siempre.
    Fuentes es rotundo respecto de estos dos príncipes de las tinieblas y de la luz: hoy no entenderíamos el mundo sin ellos, no nos entenderíamos a nosotros mismos sin el príncipe de Dinamarca y el Caballero de la triste figura: “no nos entenderíamos porque Hamlet y Don Quijote son figuras de la incertidumbre, de la duda, del cuestionamiento acerca de la presencia y el destino del ser humano en la tierra”.
    Al orgullo renacentista- advierte el escritor mexicano en el mismo orden de sus ideas-, donde todo es posible, incluso la utopía negada por la realidad renacentista de la destrucción de antiguas culturas americanas, la explotación colonial, las guerras dinásticas y las pugnas entre poderes imperiales, Shakespeare responde trágicamente: ‘que los usos sin freno del poder humano, pueden conducir a la ruina y a la sangre, y que el hombre del renacimiento creyéndose amo del universo es en verdad poca cosa, frente a los poderes desatados del cosmos’
    Como anillo al dedo, y que nos advierte Fuentes: Esta capacidad de dudar, de poner en tela de juicio las verdades establecidas y los dogmas imperantes, nos son más necesarios que nunca en un mundo que se impone con perfiles maniqueos, el mal maniqueo, la fácil identificación del bien y el mal, como si el mundo fuese un gigantesco corral en el cual, claro, ellos son los buenos y los demás los malos, y el malo es objeto de exterminio en un supuestamente fatal choque de civilizaciones”.
    Antes chocan los trenes, los automóviles, aviones por error, pero las civilizaciones son el aceite que desliza en la vasija diariamente.

  
El profesor Samuel P. Huntington es la voz agorera de la ruptura, del fin de la historia, del choque de las civilizaciones,  de la pesadilla de los latinos en Estados Unidos, “el otro” que nunca debió estar al lado y menos compartir el mismo techo, el piso que no le pertenece. Es un tema no sólo odioso, obsoleto, sino injusto, y se aparta del Sueño Americano como filosofía fundadora de Estados Unidos.
    John Kenneth Galbraith, citado por Fuentes en su refutación a Huntington, escribe: "Si todos los indocumentados en los EE UU fuesen expulsados, el efecto sobre la economía norteamericana... sería poco menos que desastroso... Frutas y legumbres en Florida, Tejas y California no serían cosechadas. Los alimentos subirían espectacularmente de precio.” La economía hispanoamericana en los EE UU genera casi cuatrocientos mil millones de dólares -más que el PIB de México.
    Los tiempos cambian, el mundo cambia por fortuna. En América atina hemos tenido grandes marejadas migratorias. Frente a mi casa, recuerdo vivía un checoslovaco, de la patria de Kafka. Cuando llegaba a mi liceo estatal, compartía con judíos de primera generación recién llegados de Hungría, yugoslavos, de origen otros italianos,  francés, ingleses. Y era un colegio del estado, cuando también en al enseñanza tenemos liceos británicos, alemán, judío,  franceses. Mi ascendencia italiana, andaluza y catalana, quizás me permitía reconocerme en el otro sin dificultades.

  
Donde vivo en Panamá, los dos vecinos de enfrente son españoles, más allá un chino, norteamericanos y una colombiana. En el un país de menos de tres millones unos 150 mil chinos, miles de colombianos,  dominicanos, peruanos, ecuatorianos, hindúes, judíos, italianos, griegos, chilenos. El corazón de la capital, la llamada Zona del Canal, llegó a tener 50 mil norteamericanos-zoneitas. Todo lo nuevo contribuye a construir más futuro, la diversidad es el horizonte. El temor a otra lengua, el español en Estados Unidos, o el inglés en nuestras tierras, es un absurdo que ofende el sentido común.

 

Rolando Gabrielli 

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