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El mito del libre albedrío

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INSOSPECHADA BASE DE UNA PSEUDOCIENCIA
INSOSPECHADA BASE DE UNA PSEUDOCIENCIA

    Si nacemos en el seno de un pueblo musulmán, es probabilísimo que seamos islámicos. Si en la China, es posible que nos hagamos budistas, si en la India hinduistas, en el Japón shintoístas, en Brasil umbandistas, en Israel monoteístas, en el Perú adoradores de la Pachamama, en Gran Bretaña protestantes, en España católicos, en el seno del pueblo parsi es muy probable que seamos mazdeístas y en el ámbito de la secta sij, seguidores del Gurú Nanak; y así por el estilo, salvo que alguien nos persuada de que estamos equivocados y nos transforme en creyentes en los teósofos, parapsicólogos, umbandistas,   panteístas de toda laya y otras locuras, y de este modo ya somos víctimas de los que  buscan “lavarnos el cerebro”.
     Dejando por el momento las religiones dispersas por el orbe de lado; si nuestros padres son ateos, es muy probable que no aceptemos, durante  nuestra existencia, ninguna clase de dios, dioses o diosas.
     ¿Todo esto a qué viene? (Preguntará el lector). Simplemente a que, con estos paradigmas podemos asumir de entrada que no somos absolutamente libres, porque el ambiente pesa sobre nosotros. Si somos creyentes de corazón o ateos acérrimos por las causas mencionadas, ¿de qué clase de libertad se puede hablar entonces?
     Si por otra parte y sobre la marcha, la vida nos da vuelta, porque, siendo creyentes, alguna persona descreída, con su influencia nos convence a carta cabal que no existe dios supremo alguno, (ni aquí en la tierra ni en rincón alguno del vasto universo), y viceversa, siendo ateos por tradición familiar, algún ducho sacerdote o un verborrágico pastor evangélico nos persuaden fehacientemente de que existe un dios con poderes absolutos, ¿dónde queda nuestra presunta o “absoluta” libertad de elección?
     Creo, estoy persuadido, que en estos casos pesa más la influencia “del otro” (permítaseme utilizar esta expresión psicoanalítica, aunque no crea un bledo en el psicoanálisis), que el supuesto libre arbitrio.
     Hay más. Si a un ateo se le propone creer en un dios único o trinitario, o en el Buda o en el mazdeísmo zoroastriano (que aún se conserva entre los parsis de la India y entre los guebros en Irán), puede que se convierta a una de estas dos religiones, pero no apelando a un libre albedrío, sino a sus lecturas, experiencias e influencias. Es decir que, él decidirá luego de realizar un balance donde pesará una idea más que  otra no precisamente en virtud de una libertad absoluta, sino empujado por sus conocimientos y experiencias circunstanciales que pueden ser mil y muchas más.
     Ahora bien; después de todas estas disquisiciones, ¿cabe aquí aceptar alguna suerte de libre albedrío?
     En otros órdenes de cosas es lo mismo. En el ámbito de una familia de deportistas, por ejemplo, es más probable que aquel que nace en su seno sea un aficionado al polo,  al fútbol o a la esgrima. Tengo bien en cuenta que los avatares de la vida son infinitos; que al ser humano que cae en la existencia, cual paracaidista curioso, le esperan múltiples experiencias que lo han de zarandear. ¿Elegirá blanco o negro a su arbitrio? Si analizamos la vida de cada individuo adulto ya maduro, su biografía nos indicará que ha sido sometido a un infinito número de influencias y experiencias. Y si hurgamos más profundo en su existencia comprobaremos que ha sido afortunado o víctima de las circunstancias sin haber tenido nunca una absoluta libertad de decisión. En otras palabras todos somos fantoches cósmicos manejados por los invisibles hilos de las circunstancias que nos tocan vivir y que jamás podemos decidir por nuestra cuenta con libertad absoluta  de pensamiento y acto.
     A todo esto debemos añadir las tendencias naturales provenientes de nuestra herencia genética (desde esas estructuras compuestas de adenina, timina, citosina y guanina que estructuran al ácido desoxirribonucleico; abreviado este trabalenguas se denomina ADN), a saber: predisposición al alcoholismo, a la hipersexualidad, al sadismo, a las ideas y tendencias suicidas (tanatomanía), a la criminalidad, a la pusilanimidad, a la ira y mil cosas más.
     Está bien que, todas estas tendencias pueden ser atemperadas o tapadas por el ambiente en que se desarrolla el individuo desde niño y la educación, pero... tarde o temprano pueden aflorar. Tengo conocimiento de que algunos psicólogos niegan rotundamente estas tendencias innatas, de origen genético pero no me convencen.
     Por lo que he leído sobre experiencias de los psicólogos más prácticos, criminólogos, genetistas, etólogos, etc. y por mis propias observaciones, creo estar suficientemente documentado y experimentado para admitir la gravitación del plan genético de cada individuo en sus tendencias, pensamientos, decisiones y actos.
     Debe ser muy fuerte la influencia ambiental para modificar estas tendencias innatas A veces se logra, otras no, y esto delata la ausencia de una pretendida libertad absoluta de pensamiento y acto.
     Ahora tenemos dos factores que manejan al fantoche humano de carne y hueso, a saber: la dote genética inscripta en el ADN que viene de nuestros padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos..., más el ambiente que nos modela tapando algunas tendencias, dejando libres otras, adquiriendo nuevas.
     Lo mismo que ocurre con las creencias religiosas y no creencias; puede ocurrir con las ideas políticas.
     En el seno del socialismo, cierta familia socialista por supuesto que va a influenciar en sus descendientes para que estos abracen dicha ideología, sin descartar, por supuesto a alguna “oveja descarriada” que pueda surgir en su seno por factores aleatorios.
     En las elecciones políticas, tampoco nadie posee libertad absoluta. Serán los medios o los oradores de los mítines quienes  tuerzan la forma de pensar de las gentes, a veces con falsas promesas. Los candidatos poseedores de buena labia acompañada de gesticulaciones y ademanes propicios y una buena dosis de persuasiva retórica y carisma, pueden prometer el oro y el moro a sus oyentes, ilusos ciudadanos, y convencerlos para, una vez en el poder, hacer pito catalán a sus adeptos y tomar por rumbos totalmente disímiles de los prometidos.
     Quizás pueda pensar que quien quiere convencerme está macaneando y no le crea o rechace sus argumentos razonando fuerte, pero a su vez este meditar viene de mi masa cerebral impresionada de antemano por otras noticias (lecturas; el haber escuchado a alguien en su discurso; influencias ambientales etc.) que influyan para que rechace lo que me están diciendo. Y por estos motivos no soy absolutamente libre porque gravitan en mi pensamiento experiencias anteriores grabadas.
     En resumen, somos la hechura de nuestros genes y del ambiente en que nos tocó estar inmersos.
     Y “no hablemos” de las pseudociencias de toda laya que nos acosan desde diversos ámbitos en que se mueven los charlatanes de siempre. Quizás ya desde nuestros ancestros más lejanos, los pitecántropos y cromañones, pasando por todos los habitantes homínidos primitivos desde Alaska hasta Tierra del Fuego y desde Oriente hasta Occidente que pretendieron explicar el mundo en que vivían mediante inventos tales como una creación en seis días y tomarse un descanso en el séptimo por parte de un todopoderoso demiurgo, según un  texto tenido por verdad absoluta, que muchos científicos de antaño tomaron como una auténtica explicación de la existencia del universo, la vida y el hombre. Amén de otras pseudohistorias de creación de todo lo existente, que pululan por ahí.

 

Ladislao Vadas

 

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