La pornografía ha cerrado piernas y filas en Los Ángeles, entró en obligada cuarentena, ha caído el músculo vital y clausurado sus puertas la caverna que lo encierra. La detección de SIDA en dos actores, unas diez compañías dedicadas al cine porno en Hollywwod han bajado el telón de este pingüe negocio hasta el 8 de junio próximo.
Dos son los portadores, y 45 los que han quedado en cuarentena, ante la mortal enfermedad que no respeta estrellato y fama alguna. Por la boca muere el pez y bocabajo. Todos tuvieron relaciones sexuales con los dos infectados, por lo que la probabilidad de haber sido contagiados, es alta, muy probable.
Se sabe por las investigaciones médicas ya realizadas, que existe una mujer en el grupo con el VIH. En 1999 la industria cinematográfica de la pornografía entró en una crisis similar, debido a que un actor era portador de SIDA.
Hollywood debiera aprovechar la cuarentena del espanto, esta pequeña filmación macabra de la vida y la muerte, para hacer una campaña contra la pornografía y para alertar sobre el riesgo del SIDA, educar a la población.
La pornografía es en la actualidad una de las industrias más rentables y está extendida en todos los países, más allá del cine, en la vida real, e incluye redes de niñas y niños. Ha alcanzado inclusive ala iglesia católica.
Giramos con luz roja indiscutiblemente a diestra y siniestra, sin brújula, en tiempos de flojos y alocados esfínteres. Hollywood nos fascina con sus aventuras, trucos, efectos, maquillajes, extras e historias jamás soñadas. Pero ésta, forma parte del pequeño terror de nuestra frágil y desquiciada época.
La industria cinematográfica porno, tiene como lema, en guerra avisada no muere soldado, y si va al combate sin la protección debida, es bajo su responsabilidad. El sexo como una cortadora de pasto sin control, disparado desde cualquier ángulo, remunerado más allá del gozo, sistemático, en espiral, asume estos riesgos de la ruleta rusa.
Apretar tantas veces el gatillo, la bala por fin se aloja en la sien.
Difícil trabajo en estos días, la promiscuidad es un hábito que se puede pagar caro, un precio que no es alto, sino mortal. Tanto va el hombre al cántaro, que al fin se quiebra. Viejo ejercicio de la ley de las probabilidades. Un azar que ni el mismo demonio desea jugar. Pero ahí está la piedra para ser tropezada una y otra vez. Y siempre iremos al mismo hueco, pero en vida, recomiendo protección.
Rolando Gabrielli