Dijera mi amigo Christian Sanz, Director Ejecutivo de
Tribuna de periodistas: “Nidia, cualquiera habla y opina de cualquier cosa
en cualquier lado y lo único que dicen son idioteces”.
Y para mi asombro lo toma con la misma calma cuando algún colega
“inescrupuloso” lo plagia alevosamente, mientras suele agregar: “Ya ni me
caliento, estoy acostumbrado”.
A mi no me sale. No me pasa nada de eso. Ni chinches me agarro cada vez que
me plagian, las mismas chinches que no puedo disimular cuando vienen a mí
alumnos de posgrados, o de carreras universitarias o terciarias desesperados
pidiéndome ayuda porque no les aprueban sus tesis y no pueden graduarse. No por
los alumnos, claro está, sino por los docentes que hay detrás.
Lo que genera mi molestia no es que tengan errores de interpretación o
elaboración o metodológicos…no, no… eso sería lo razonable y entendible. Lo
absurdo de la cuestión estriba en el hecho de que sus mismos docentes son los
que en el marco de no entender un rábano de la materia (primera pregunta acerca
de cómo o “por quién” están frente a esas cátedras), les corrigen como malo lo
que está bien y de puro “desconocedores” les re-re-re corrigen sobre lo que
ellos mismos les corrigieron, re corrigieron , re-re corrigieron y re-re-re
corrigieron… resultando como corolario de tanta re-re-re corrección que la tesis
o el proyecto terminan quedando exactamente igual a como los alumnos se los
presentaron originalmente, ante lo cual, los “docentes re-re-re corregidores”,
quedan en una vergonzosa evidencia de ser unos “perfectos desconocedores” de la
metodología de la investigación, cuando dan la tesis en cuestión, por
“correctamente corregida” y ahí es donde finalmente la aprueban!!!!!
Y esta es la parte en que suena dentro de mi cabeza una de las célebres
frases de mi madre: “Pero Nidia, ¡¡¡estamos todos locos!!!, esto ya excede todos
los límites”. Si mamá, y si no estamos se esmeran mucho en que nos volvamos,
justamente excediendo todos los límites.
Quien ame profundamente la investigación y se dedique a ella desde
prácticamente toda su vida, como es mi caso, tanto en el ámbito formal
académico, como laboral o desde lo informal, sencillamente por el placer de
llegar al fondo de las cosas y “saber”, como deleite del ser, de la realización
individual a través del conocimiento, siente una profunda decepción ante tanta
vulgarización de una disciplina cuyas características la sitúan por encima de
las demás en tanto es la herramienta que permite saber más y mejor sobre todas
ellas.
Uno de los elementos clave que caracterizan a un “investigador genuino”
es precisamente su tendencia a la observación, ejercitándose en la abstracción
de juicios previos de valor y el sustento intelectual del 1) No sé; 2) Parecería
que..; 3) Trataré de corroborarlo; 4) Si no lo puedo validar o refutar, no lo
desecho, modifico la metodología hasta ver si puedo obtener alguna conclusión;
5) Si no obtengo una conclusión, no lo etiqueto, lo dejo a un lado, porque
quizás alguna vez se pueda saber algo al respecto.
Una de las cuestiones mas interesantemente descabelladas es que muchos
docentes creen (eso da la pauta de las limitaciones en cuanto al conocimiento de
la temática en cuestión), que para cualquier investigación se puede usar el
mismo método, y repiten como loros un menú de ítems a incluír en una tesis que a
veces no tienen ni razón de ser.
Si bien una tesis o un proyecto tienen una estructura formal (de ahí el
nombre “metodología de la investigación”), presentan variantes según el método
empleado, el objeto de estudio y lo que se quiere encontrar o validar.
Una de mis especializaciones es la aplicación justamente de modelos
matemáticos que permitan explicar, comprender, validar o refutar ciertos
fenómenos. En ese contexto utilizo fórmulas diversas, complejas y que muchas
veces arrojan resultados ni siquiera esperados.
Hace tres días, se comunicó conmigo un alumno de un postgrado de una
prestigiosa universidad nacional, literalmente desesperado porque lleva un año y
medio rebotando con una tesis en la que debió emplear métodos estadísticos para
encontrar ciertas respuestas.
En fin, no viene al caso describir de qué se trataba la cosa porque sería
muy extenso hacerlo, pero si es dable destacar que este pobre cristiano era
tomado “literalmente por idiota” por un docente contrariado a causa de la
“hipotética” falta de comprensión del alumno.
Como a cada uno de sus compañeros le habían tocado temas diferentes no tenía
con quién cotejar, y casi al borde de ataque de ira se comunicó conmigo por
alguien que le había pasado mi dato.
Luego de un rato de conversación y cuando logré que desistiera de su deseo
incontenible de realizar prácticas pugilísticas en el rostro del docente,
empezamos a analizar el asunto.
Grande fue mi sorpresa cuando advertí que el modelo matemático impuesto por
el docente era uno cuya aplicación resulta imposible en la resolución de casos
como el de referencia.
¿”Se puede ser tan torpe?”, pensé…. Pero no se lo dije al alumno para no
reflotar su inquietud boxística.
En resumen, y sin entrar en detalles innecesarios, aplicó el otro modelo
que le sugerí y se lo mostró al docente con el resultado que éste esperaba, ante
lo cual satisfecho le dijo: “bueno, está bien, te permito que lo resuelvas de
esta manera si te es mas fácil, pero anda sabiendo que esto se puede resolver
con el otro modelo también”.
Cuando el alumno me comentó el fin de la historia, recuerdo haberla asociado
con esos test para niños pequeños en los que deben colocar el triángulo en el
agujero correspondiente, una esfera de la misma forma, un cubo donde va el cubo,
etc., mientras me preguntaba si el docente en cuestión habría sorteado con éxito
ese test en sus primeros añitos de vida….En fin, suponiendo que lo haya hecho,
algo severo debe haberle pasado a su humanidad para haberse perturbado de
semejante manera…
Muy bien, concluída la correspondiente “catarsis”, retomo la rutina de mis
“metodológicas” tareas, que esta vez incluyen informes estadísticos de los mas
pesaditos algoritmos en su especie….mientras me pregunto ¿Le llegará a los
docentes en cuestión el mensaje?, “Dejen de torturan alumnos con herramientas
cuyo manejo desconocen, y en todo caso enseñen lo que verdaderamente saben”. ¿No
suena lógico?
Nidia Osimani