La cosa viene de lejos, pues si vamos al extenso texto judeocristiano denominado Biblia, hallamos allí muchos frutos de la más genuina imaginación de la mano de la ignorancia, como ciertas presuntas curaciones mágicas obradas por cierto personaje tenido por un dios en el ámbito cristiano.
Hoy, en este ámbito, basta con bendecir con agua y aceite totipotentes, para obtener un caballero o una dama “cero kilómetro”, poco antes piltrafas humanas manchadas por un original y “descomunal” pecado mortal. (Suerte que fue todo cuento para la gran mayoría de la población del orbe).
Podemos citar para el tema de este artículo, a un tal don Franz Mesmer, un médico austriaco “casi mago”, amigo de los poderes magnéticos que fue quien inventó el hoy denominado mesmerismo, basado en la curación de enfermos mediante el “bendito” y universal magnetismo. Y no sólo eso, hecho casi un “físico cósmico”, este cándido señor, informaba que existía, con seguridad, cierta fuerza (aún no descubierta por los astrofísicos en la actualidad) que lo unía todo: tanto a los cuerpos celestes, como a nuestro propio planeta y los seres vivientes, incluso los virus.
Entonces hecho todo un iluminado, sacó la santa conclusión de que cierto fluido desparramado por el universo entero, ¡podía curar toda enfermedad habida y por haber!
Diría un chanta:
“¡Señores médicos, archiven sus títulos obtenidos “quemándose las pestañas”; olvídense de las universidades y cursos de especialización, y sólo empleen ese mágico fluido escondido en el cosmos y seremos todos libres de patologías! ¡Adiós cánceres, infecciones, parálisis… demencias, y todos los demás males!”.
A tal grado de “chantería” (valga este neologismo, viene de chanta) se ha llegado, que incluso se han comparado reacciones favorables en animales tratados con imposición de manos de los sanadores, con las reacciones también favorables en los vegetales. ¡Oh maravilla! ¿Por qué no seré un dotado? He intentado varias veces curar una planta de ortiga atacada por una peste, con mis propias manos y solo he experimentado el efecto urticante en mi piel; tampoco surte efecto este método en mis plantitas sensitivas (Mimosa pudica) que cultivo en mi jardín. Lástima que ya no vive el señor mago Mesmer para asesorarme ante estos fracasos.
No señores lectores, ¡basta de pamplinas, por favor!, pues debo aclarar que sólo se trata de errores de observación o engaños. Estos últimos son muy frecuentes con propósito de lucro. Con la salud no se juega. Es necesario alertar al público acerca de la proliferación cada vez más acentuada de charlatanes que obtienen beneficios a costa de la credulidad de las personas legas en materia de salud.
En realidad, siempre estamos en lo mismo, siempre caemos en el mismo pozo: ilusión, engaño, sugestión… alivio pasajero… y otros resultados como bolsillos llenos del chanta y enfermos que no se curan.
Si toda esta charlatanería no existiera, tengo la plena seguridad de que habría menos enfermos en el mundo entero, gracias a un diagnóstico precoz de ciertos males serios para la salud y un tratamiento adecuado lo más pronto posible antes que el mal avance.
En mi caso particular, si yo hubiese sido un crédulo más para caer como chorlito en una jaula, en manos de charlatanes, tiempo ha, sólo existiría mi esqueleto sito bajo tierra en una tumba. He tenido varios episodios de mala salud que amenazaban mi existencia; cánceres, por ejemplo, y aquí estoy no por cierto en virtud de imposiciones de manos, brebajes mágicos, oraciones a dioses inexistentes, visitas a manosantas, brujos, sanadores y otras especies y subespecies de ejemplares.
Sólo me resta aconsejar a los probables lectores con señales de enfermedad, que jamás de los jamases se dejen estar ante ciertos síntomas molestos de cualquier etiología, ni se dejen engañar por los impostores en materia de ciencias médicas que dicen “imponer manos y ¡santo remedio!”. Repito un sabio dicho popular: “con la salud no se juega”, y cuanto antes es detectada cierta dolencia grave, en sus comienzos, más factible es la curación.
Magos, manosantas, sanalotodos, ensalmadores, ¡vade retro!
Ladislao Vadas