En realidad, nadie sabe qué hay más allá de la muerte, puesto que nadie regresó de ella. (Por más que algunos alucinados digan lo contrario).
No obstante los espiritistas afirman “con locura” que existen espíritus que ante el llamado de sus familiares o amigos, regresan al mundo de los vivos. Es durante las sesiones ambientadas con rituales, entre golpeteos, movimientos de mesas y exhibiciones de las mediums, cuando ocurren estos supuestos contactos con los desaparecidos.
Es sabido que estas prácticas han ido cayendo en descrédito desde el descubrimiento del fraude de las hermanas Fox y hasta el presente. (Véase del autor de este artículo: El mundo ficticio, Editorial Reflexión, Buenos Aires, 1996, págs. 28 y 29).
También hay personas, incluso médicos, que creen posible el retorno a la vida después de la muerte. Claro está que basados en la creencia de cierta cualidad del alma. Según esta creencia generalizada, el alma puede separarse temporalmente del cuerpo. Esto sucede durante una especie de “muerte provisoria”, se dice. Luego de vagar brevemente “por ahí”, el alma retorna a su habitáculo físico y la vida continúa. Es entonces cuando el “muerto” resucitado narra sus experiencias del “otro mundo”.
Cierto médico estadounidense, autor de un, en su tiempo, sorprendente best-seller, transcribe los relatos de sus pacientes que, según él, experimentaron la “muerte clínica” y habían sido reanimados posteriormente.
Según este galeno, existen ciertas constantes en los relatos, a saber: zumbido, sensación de movimiento a lo largo de un oscuro túnel, visión de espíritus de parientes y amigos ya fallecidos que vienen hacia el “muerto para ayudarlo, y finalmente la aparición de un ser luminoso. (Y, ironías aparte: ¿quién podría ser este, sino el personaje Jesús de los cristianos? Quisiera saber si a un budista o brahmánico también se le aparecería este personaje para decirles: “estais equivocados, el verdadero dios somos yo, mi Padre y el Espíritu Santo en consuno”).
En este comentario se trata del Dr. Raymond Moody Jr. Quien ha estudiado durante cinco años a más de cien personas declaradas clínicamente muertas, luego reanimadas. Posteriormente, en las nuevas ediciones de su brillante “best seller”, fue añadiendo más casos.
Si bien el Dr. Moody da cabida a la interpretación que yo sostengo en términos absolutos, no obstante inclina el tema hacia la admisión de un regreso de la muerte con experiencias grabadas en el alma. Un alma que flota en el aire hasta casi tocar el techo de las habitaciones mientras observa su habitáculo temporal, es decir su propio cuerpo, allá abajo, yacente en el lecho de muerte al que va a regresar temporalmente hasta tanto llegue el desprendimiento final.
En efecto, en una parte de su libro, dice Moody: “Obviamente, según la definición de muerte como el estado del cuerpo del cual no se puede salir, ninguno de los casos que he conocido han implicado el estado de muerte, pues en todos se ha producido la reanimación”.
Sin embargo, a continuación, en el capítulo 5 da explicaciones en favor de la vida después de la vida.
Pero lo que se le escapó a Moody es que, como confeso creyente contradice el dogma que rechaza la creencia en que las almas de los difuntos puedan permanecer deambulando o penando temporalmente por el mundo de los vivos antes de ascender al cielo. Menos aceptable aún es que en ciertos casos extranormales posean la facultad de introducirse nuevamente en su propio cuerpo sin vida, reanimarlo y proseguir una existencia dual y normal. O cielo o purgatorio o infierno. Nada de almas errantes por los cementerios o flotando en una habitación observando su propio cuerpo yacente en el quirófano, ni asistiendo a reuniones espiritistas para comunicarse con sus deudos. Creo que todo esto es antiteológico, antilógico y anticientífico.
¿O es que el Dr. Moody ha descubierto la fórmula complementaria del dogma judeocristiano? ¿Hay preámbulos a la “muerte definitiva” como tránsito hacia la eternidad?
En este caso deberíamos felicitar al universitario por el ingenioso aporte al dogma, cual una macabra broma consistente en un “amago de muerte”, para ciertas personas, no para otras. ¿Por qué? ¡Vaya a saber por qué designios fatales de la suerte!
Estas cosas de la modernidad actual, tienen su parentesco con el folclore primitivo.
Sea como fuere, es cuestión de creencias y nada más. Mi formación científica me impide aceptar estas cosas y sólo puedo asegurar que, en ninguno de los casos que se mencionan en esta clase de literatura, ya sea escrita por médicos, legos o por los propios sujetos que creen haber estado muertos, ha habido muerte auténtica; sino un estado vegetativo con la imaginación aún activa que crea sensaciones como un sueño, que después del trance, una vez normalizado el aflujo de sangre al cerebro, es recordado.
El mismo “fenómeno” puede ser provocado por drogas de diversa naturaleza, debilidad y cansancio. De ahí a la verdadera muerte, aún hay un trecho y ese umbral no equivale a la entrada en otro mundo ni a la salida temporaria del espíritu que se siente como arrancado de su cuerpo deslizándose por un túnel o simplemente desplazándose suavemente según narras los “sobrevivientes”.
Si bien el Dr. Moody finalmente se retractó de sus dichos, para muchos confiados lectores de sus libros, verdaderos best-seller, han quedado como una impronta sus aseveraciones, a tal punto que resulta difícil convencerlos de que se hallan equivocados al aceptar todo macaneo, sobre todo aquellos que no poseen suficiente ilustración al respecto.
La cuestión de fondo es que, las pseudociencias de todo cuño, prenden como medalla al cuello en todas personas susceptibles a los fenómenos tenidos por paranormales inventados por los chantas. ¡Cuidado amigos lectores! No se dejen engañar, más bien acudan a los libros serios de divulgación científica para adquirir una cultura sólida de modo de saber distinguir ciencias de pseudociencias y antes de gastar dinero en macaneos de la más diversa especie.
Ladislao Vadas