La Argentina tiene como estrategia antiinflacionaria riesgosa desacelerar precios con mecanismos de control, los mismos que vienen fracasando desde la antigua Roma, y, si eso falla, frenar el valor del dólar interviniendo el mercado de cambios. Eso provoca también inflación en dólares y un retraso cambiario creciente.
El objetivo es evitar un polémico ajuste clásico, pero así se termina alimentando una olla a presión porque no se desea aplicar una política antiinflacionaria como la que utilizan la gran mayoría de los países del mundo: controlar la emisión de moneda, reducir el gasto público y evitar aumentos de salarios por encima de lo que la economía puede pagar.
Sólo en ese contexto el anclaje del dólar puede ser eficaz.
Que en la Argentina hay alta inflación casi nadie lo niega, alrededor de 25% anual, según fuentes privadas. Los ciudadanos comprueban esa dura realidad cada vez que van al supermercado o pagan las expensas, los impuestos, la seguridad privada, la educación de sus hijos, la obra social y los remedios, la nafta y el resto de sus gastos.
Sólo los servicios públicos -energía y transporte, subsidiados por el Estado Nacional- se "salvan", mientras el Gobierno minimiza el problema, aferrándose a las increíbles cifras del INDEC.
Según datos del estudio de economía de Federico Muñoz y Asociados, sobre más de 182 naciones del mundo en 1995 había 50 países que tenían una inflación superior a 20%, un nivel muy difícil de administrar por las presiones indexatorias y la puja distributiva que genera esta carrera precios-salarios.
Pero el dato relevante está en que, en 2009, los países del mundo con una inflación superior a 20% anual no eran más de 5 (Congo, Etiopía, Pakistán, Seychelles y Venezuela) y que la Argentina ya estaba en la lista de los 9 siguientes, con inflación superior a 15% anual.
Todo hace presumir que la inflación local, que en los años noventa había sido abatida, podría ubicarse ahora, en 2010, en uno de los primeros cinco lugares de este terrible "podio" de ganadores de récords nada envidiables.
La inflación no sólo es antipática porque le genera una sensación de incertidumbre y angustia a la gente de todos los sectores, ya que sienten que se les mueve el piso, sino que castiga a los sectores más humildes y de ingresos fijos, desde jubilados hasta sectores de bajos ingresos que viven de los planes sociales y gastan buena parte de su salario en alimentos.
Y ese flagelo determina un aumento en la cantidad de personas que se suman mes a mes al creciente grupo que está por debajo de los niveles de pobreza e indigencia, quienes antes podían soñar con salir de pobres y ahora se inscriben en un segmento no del todo estudiado: el de los "nuevos pobres".
Esta situación va a contramano del mundo, ya que hoy quedan pocos países con mediana o alta inflación. La mayoría muestran índices de precios de entre 2 a 5% o hasta 10%, como mucho. De hecho, sobre el total de países, en 2009 había 29 con inflación de entre 10 y 15% anual.
Y las pocas naciones con inflación baja o media enfrentan este problema con políticas antiinflacionarias de ajuste económico que, contra lo que se cree, no siempre reducen el crecimiento económico y el poder adquisitivo de la gente por demasiado tiempo, ya que las economías de baja inflación y estabilidad de reglas de juego recuperan más rápido su nivel de inversiones y vuelven a crecer. Menos inflación es más confianza, inversión y bienestar.
En la Argentina, en cambio, suelen probarse recurrentemente caminos diferentes, más "creativos" e "ingeniosos" para evitar una política antiinflacionaria seria, contundente y eficaz, que controle desbordes de emisión, acomode el gasto público a niveles compatibles con la recaudación y no aumente el consumo por encima de lo que puedan expandirse la economía.
Las experiencias anteriores fueron la Convertibilidad, el plan Primavera, la tablita de Martínez de Hoz, el congelamiento del dólar de 1973/4 (previo al rodrigazo) y otras que siempre terminaron mal. La magia no existe.
En la Argentina, si hay divisas suficientes para controlar el precio del dólar, el camino siguiente es utilizar esta moneda como "ancla". Esto es lo que está ocurriendo ahora. Los precios han venido en aumento desde 2007 y el precio del dólar ha tratado de contenerse, bajo la idea que esto frenará la inflación.
El resultado no es el deseado: una política antiinflacionaria basada en el intento "solitario" de anclar el dólar, sin los instrumentos tradicionales para evitar que suban el resto de los precios, genera distorsiones crecientes. No sólo hay entonces inflación en pesos, sino en dólares, lo que reduce la competitividad de las empresas, aumenta sus costos y las deja fuera de combate para competir, generando problemas crecientes a la economía.
En tanto, en los países vecinos las monedas han revaluado su valor en términos nominales, pero estos países buscaron otros mecanismos para evitar que esto dañara la competitividad de sus sectores más productivos y modernos. Y trabajan sobre las causas genuinas de la inflación, para evitar que se desencadenen las peligrosas inflaciones del pasado.
En la Argentina, hay alta inflación, en pesos y en dólares y la gente ya aprendió que esto nunca terminó bien en el pasado.
Daniel Naszewski
DyN