Permítaseme comenzar aclarando ante todo, que mi interpretación de la economía, en virtud de poder aplicar sus políticas inherentes, se sustenta en la objetiva investigación secuencial de causas y efectos, no en una sucesión de proclamas ideológicas, generalmente plagiadas de autores clásicos, disfrazada en teorías que utilizadas ad hoc, buscan justificar intereses sectoriales o individuales, de tipo material o subjetivo.
Cuando se plantea el tema “incremento del mínimo no imponible en el impuesto a las ganancias” por parte de la CGT, parece una broma de mal gusto, pero en realidad se trata de otra jugarreta política, como para no perder la costumbre.
En lo aparente, y en el marco de nuestro sistema tributario regresivo y emparchado, nunca mejorado, podría suponerse como una lógica corrección a la distorsión que está generando la inflación, que además está falsificada en mucho menos de la real, pero significa un nuevo golpe a la equidad que tanto pregona el gobierno.
Por un lado, al subir el mínimo no imponible la recaudación tributaria global, ya deficitaria, se sigue reduciendo, lo que hace suponer pedir más cantidad prestada al exterior. Y si a eso le sumamos la contabilidad creativa implementada en el presupuesto nacional, cambiando partidas a tontas y locas, dilapidando con el único objetivo desesperado de perpetuarse en el poder y zafar a como dé lugar, el aire ya está bastante enrarecido.
Por el otro, mientras los asalariados formales con mayores ingresos de la población se benefician, las transferencias a las provincias y el sistema previsional se siguen deteriorando.
Hablar de “equidad” es hablar de: ¿de qué manera directamente proporcional a la riqueza exteriorizada se paga este impuesto, disminuyendo la carga tributaria de otros, como los impuestos al consumo, (IVA) que pesan sobre pobres y ricos de manera inversamente proporcional?
Cuando el señor Moyano presiona con el argumento de que el aumento de ingresos nominales promovido por la inflación registrada en períodos anteriores indujo a que sectores que estaban exentos terminaran pagando el impuesto, no se equivoca, pero sí al desconocer la sensibilidad sistémica de la macroeconomía donde al tocar, aunque sea levemente una variable, todas las demás son afectadas. De todos modos, a él que le importa esto, si lo único que quiere es ser presidente de los argentinos soñando todo los días con ser un Lula II.
En ese esquema, además, el dinero ahora disponible en esos salarios se volcará al consumo, lo que seguirá incrementando la demanda y por ende la inflación, empujándola hasta convertirla en “hiper”.
Como se dijo innumerables veces desde este periódico, el gobierno se halla inmerso en una encerrona en la que él mismo se metió por desconocimiento absoluto de la ciencia económica por parte de la única persona que la maneja en todo el país, quien se rodea de ineptos al sólo efecto de que nadie le vaya a hacer sombra, o de profesionales que saben pero su ambición personal supera ampliamente su ética.
La presión de Moyano sólo busca réditos políticos, no una reivindicación para los trabajadores ni obedece a un saber en torno a las variables antes mencionadas, y es en este esquema de luchas desesperadas por el poder y el dinero que se cumple inexorablemente ese dicho popular de “el que menos sabe, es quien resulta siendo el jefe”
Asimismo en este periódico se dijo en otras oportunidades que la carga tributaria más pesada en épocas inflacionarias la soportan los sectores de menores recursos en tanto el IVA, 21 % al consumo, resulta más pesado para la población de más bajos ingresos, dado que es un impuesto del que nadie escapa.
La solución al problema no está entonces en subir el mínimo no imponible del impuesto a las ganancias, sino en la tan trillada “inequitativa redistribución del ingreso”, ya que aquél que más gana, está siendo exceptuado de una carga que, al ampliarse la base, termina siendo sobrepeso para los sectores de menos ingreso traducido en consumo.
La distribución del ingreso es justamente una de las variables más importantes a considerarse cuando de subir el mínimo no imponible se trata, sobre todo si se considera que los ingresos en negro son inferiores a los ingresos blanqueados, con lo cual, quienes pagan el impuestos a las ganancias son menos individuos de los que pagan el impuesto al consumo.
De todos modos, nuestro frankeinsteniano sistema tributario es un caso de esos que sólo tendrá arreglo el día en que se decida tirarlo abajo íntegro y edificarlo de nuevo, pero eso probablemente nunca ocurra, por lo que la lucha está en lograr la derogación de la mayor parte de los tributos, con excepción de dos o tres que sí gravan exteriorizaciones efectivas de riqueza.
Nidia G. Osimani