De los festejos por el Primer Centenario de la Patria quedaron imágenes majestuosas producidas por una Nación que asomaba como una potencia mundial.
En el colectivo imaginario están los destellos de aquella Exposición Internacional del Centenario, con sus majestuosos pabellones, los carruajes, la Avenida de Mayo embanderada y la presencia de la Infanta Isabel de Borbón.
La inauguración del Teatro Colón, las obras en el edificio del Congreso Nacional, el paso del Cometa Halley y hasta los cigarrillos Centenario fueron otros hitos de esos años.
Cien años después, en las vísperas del Bicentenario, la sociedad está siendo bombardeada por señales de confrontación, que demuestran un gran egoísmo.
Como hoy se recuerda con horror aquella bomba que estalló en el Teatro Colón en 1910, los argentinos del Tricentenario leerán azorados en los libros de historia cómo sus antepasados celebraron estos 200 años de la Patria con rencillas, chicanas y cartas cruzadas.
En definitiva, les llegarán señales de una Argentina dividida por lo pequeño y no unida por el sentido de pertenencia y de objetivos comunes.
Disputas por invitaciones oficiales y, con la excusa de enterrar las hipocresías, desplantes y agravios.
Un Jefe de Gobierno que dice que, a pesar suyo, deberá sentarse en el remozado Colón junto al consorte presidencial, a quien considera el autor político de sus desvelos judiciales.
Una Presidenta que le replica al alcalde porteño con una carta, en la que rechaza la gala de honor, por considerar que fue agraviada. "Disfrute usted tranquilo y sin presencias molestas la velada del 24 de mayo", fue la fórmula elegida.
Un Jefe de Gabinete (de la misma Presidenta que se sintió agravada) que acusó muchas veces al Jefe de Gobierno de ser vago, tilingo, inoperante o de vivir de la fortuna de su padre.
Un gobierno nacional que no invita a su vicepresidente a la Cena de Gala, previa al 25 de Mayo. Dos Tedéum y el lamentable ninguneo a cinco ex presidentes constitucionales.
Lejos de la necesaria madurez para encarar estos momentos históricos, los dirigentes están dando una muestra lamentable de pequeñez.
En definitiva, parecen chiquilines discutiendo por figuritas y no gobernantes, mientras la sociedad se divide y toma partido, hasta con la postura de embanderar o no sus casas, lejos de la bienvenida unidad que un hecho como el Bicentenario podía llegar a fraguar.
Ernesto Behrensen
DyN