La Argentina que se percibe por estos días del Bicentenario contiene un peligroso ingrediente de cesura, un tajo quizás de un calibre similar al que 55 años atrás dividía fatalmente al país entre peronistas y antiperonistas. El momento es bien grave, no tanto porque la situación puede desbandarse en cualquier momento ante la menor chispa, sino porque el momento de celebración que suponía los 200 años de la Patria está mostrando bajezas de alto calibre de buena parte de la clase dirigente y reacciones tan desmedidas que comprometen no sólo la convivencia democrática, sino el futuro de todos como Nación.
A cualquiera podría salirle a flor de labios los nombres y los apellidos de los responsables políticos de tamaña involución y cada cual los desgranaría de acuerdo a sus preferencias. Aunque a hora de buscar culpables, la sociedad en su conjunto debería hacerse cargo de admitir que todos los dirigentes que se arrogan su representación, cualquiera sea su pelaje y color, no aparecen por generación espontánea, sino que surgen invariablemente de su propio seno y se supone además que la interpretan, de cara al futuro.
En cuanto a esos dirigentes, que en todo caso quedarán a merced de las sanciones que les marcará la historia en relación a su tozudez, ideología, conveniencia o por su incapacidad de buscar el diálogo que abre las mentes, llevan en el debe, además, la pérdida de una oportunidad grandiosa en materia de comercio internacional, quizás como nunca antes la había tenido la Argentina desde los tiempos del Primer Centenario, cuando era considerada -entonces por el trigo- el granero del mundo.
En estas horas que deberían ser de festejo y que, sin embargo, son de altísima preocupación, por un lado han quedado el gobierno nacional y la Presidenta, con sus aciertos y errores, aunque con un estilo que irrita a muchos, y por otro, aquellos que son o bien percibidos como un peligro político por el kirchnerismo o bien porque manifiestan cosas que desmienten a bocajarro la siempre optimista historia oficial. Con nombre y apellido, el vicepresidente Julio Cobos, Mauricio Macri, el cardenal Jorge Bergoglio y la prensa que no se doblega han quedado en la primera línea de fusilamiento. El momento es bien difícil y tal como sucede siempre de la hora de verificar las responsabilidades, las mismas tendrán que ser adjudicadas de arriba hacia abajo. En este aspecto, los modos y las acciones del oficialismo, especialmente la estrategia de confrontación que se ha impuesto desde Olivos bajo la lógica amigo-enemigo, es un potencial caldo de cultivo de reacciones extemporáneas. La dispersión opositora también deberá hacerse cargo de poseer un mensaje anodino, mientras que la dirigencia gremial y empresaria, que se mira su propio ombligo, tampoco queda eximida de sus propias obligaciones.
En tanto, los habitantes de a pie, algunos por bronca y otros por desencanto, han reaccionado con la lógica de separar aguas y así los feriados de la fecha patria se han convertido en una peligrosa caja de resonancia para manifestar en la calle sus amores u odios, sobre todo en el área metropolitana, donde la clase media no puede ver a los Kirchner.
Temor a la silbatina
El desdén presidencial hacia el jefe de Gobierno porteño como reacción hacia su brutalidad antikirchnerista y la no concurrencia de la Presidenta a la reinauguración del Teatro Colón, quizás por temor a alguna silbatina proveniente de los invitados del PRO, hará que el lunes por la noche haya una importante concentración opositora sobre la 9 de Julio, mientras cinco cuadras más allá el gobierno nacional seguirá batiendo el parche con los festejos algo desteñidos del Bicentenario. Ellos y nosotros. El mismo martes 25, casi como una paradoja, el divorcio se hará sentir en cuestiones eclesiásticas, ya que desde sus púlpitos, los obispos de todo el país le hablarán a la dirigencia sobre la necesidad de impulsar un clima de serenidad y de diálogo basado en las instituciones, como factores básicos que debe tener como premisa la clase política en su conjunto para apuntar así a un país de desarrollo e inclusión, como eje de la tercera centuria. De ese modo, lo habían decidido los prelados en abril y de esa bajada de línea, con sus matices, no se saldrá ninguno de ellos y al que le quepa el sayo que se lo ponga. La presidenta de la Nación y probablemente su esposo escucharán esas mismas apelaciones, quizás más edulcoradas, de boca del arzobispo de la diócesis de Mercedes-Luján, el salesiano Agustín Radrizzani, a quien eligieron como un pastor algo más benevolente el día que resolvieron gambetear la proverbial dureza de monseñor Jorge Bergoglio y trasladar el Tedeum central del 25 de Mayo a la Basílica neogótica consagrada a la Patrona de la Argentina, en Luján.
En tanto, en la Plaza de Mayo se hará presente toda la oposición y se espera una concentración masiva frente a la Catedral Metropolitana, algo que la Iglesia intentó frenar, tras la convocatoria hecha a través de una cadena de mail. En medio de este clima es imposible no remitirse a aquella procesión de Corpus Christi de 1955 de carácter eminentemente opositor, a la que se llamó "subversiva", a la quema de las iglesias y a la quema de la bandera, que fue el motivo central del desagravio que se iba a realizar en la Plaza de Mayo el 16 de junio, día de los bombardeos. Aquel 25 de mayo, Juan Domingo Perón se había convertido en el primer presidente en no asistir al Tedeum en la Catedral. Otra vez, ellos y nosotros.
También el martes, pero por la noche, el vicepresidente Cobos deberá quedarse en su casa porque no fue invitado a la cena de gala en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, ya que el jefe de Gabinete dijo no saber "en calidad de qué" deberían haberlo invitado. Hasta dos días antes, el mismo funcionario había estado a cargo del Ejecutivo, delegado por la Presidenta para cubrir su salida del país. Como si la historia de estos 200 años hubiese comenzado en mayo de 2003, tampoco concurrirán Isabel Martínez de Perón, Carlos Menem, Fernando De la Rúa, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde, pero sí el ex presidente Néstor Kirchner. En tanto, Macri avisó que asistirá y menudo problema podría estarse comprando, todo bajo la mirada de los presidentes latinoamericanos que habrán llegado para la ocasión. Si las hipocresías son malas, como sugirió la Presidenta, los desencuentros por estrictos motivos personales, casi banalidades en medio de acontecimientos mayores, son mucho peores.
Pero sin que se busque moderar la gravedad del momento actual, la historia cuenta que en mayo de 1910 las cosas tampoco fueron tan fáciles y que no todo era oro lo que relucía por entonces. El presidente José Figueroa Alcorta decidió organizar aquella celebración como un acontecimiento internacional e invitó a personalidades políticas, artísticas e intelectuales de todo el mundo. La Argentina tiró la casa por la ventana, pese a las graves dificultades de fin de época que se vivían por entonces y así llegaron de visita la Infanta Isabel de España, el presidente de Chile Pedro Montt y representantes de numerosos países, cargados de regalos para el país que asomaba.
En Buenos Aires, centro casi único de los actos, hubo ceremonias de todo tipo, las carrozas recorrieron la Avenida de Mayo, se embanderaron los frentes y hubo participación estelar del mundo de la cultura, militares, escolares y de colectividades extranjeras. Se construyeron monumentos alusivos, se reanudó la construcción del Congreso y de la Corte Suprema, el paisajista Carlos Thais remodeló los jardines de Palermo, se organizaron congresos, conferencias internacionales, exposiciones de bellas artes y se le dio un uso más que intensivo al recientemente inaugurado Teatro Colón. Todo muy fastuoso. Sin embargo, de manera paralela a los festejos, que fueron acompañados por las clases más acomodadas de la ciudad, las cosas no se vivían tampoco con tranquilidad por entonces, ya que los sindicatos en ebullición expresaban su descontento ante la situación de desigualdad social y económica y, por eso, había protestas y hasta el amago de realizar una huelga general. Socialistas y anarquistas pedían la derogación de la Ley de Residencia, que habilitaba la expulsión de los extranjeros sin el debido proceso, mientras el Gobierno imponía el estado de sitio y la Policía reprimía los manifestantes. Una bomba explotó en el Teatro Colón, en medio de una de las funciones de gala, tal era el clima político del Centenario.
La Argentina económica, que se perfilaba como una potencia semejante a los Estados Unidos, mostraba por entonces dos caras bien distintas: la magnificencia del festejo por un lado y la tensión social, por el otro. La belle époque trastabillaba, aunque superaría la Primera Gran Guerra, mientras la Generación del '80 llegaba a su fin.
En tanto, los números macroeconómicos mostraban que en esos tiempos, el PIB argentino per cápita estaba ubicado entre los 15 primeros países, por encima de Francia, España o Alemania, mientras que hoy su lugar está cercano al número 100. La Capital Federal tenía más teatros que París y la Argentina tenía más ferrocarriles por kilómetros cuadrados que los Estados Unidos.
En 1910, el puerto de Buenos Aires era el octavo del mundo y en América, el segundo. En ese año desembarcaron en Buenos Aires casi 300.000 inmigrantes, de los cuales 45% eran españoles, 35% italianos, 5% turcos y luego rusos, franceses, austríacos, alemanes y griegos. En los cuatro años previos, llegaron 850.000.
La Argentina era por entonces el séptimo exportador mundial y manejaba 8% del mercado, mientras que hoy apenas se involucra en 0,4% del comercio global. Por último, el Producto de la Argentina representaba la mitad de toda América latina, incluido México y Brasil y a la fecha esa misma relación está en el orden de 7%. La historia de la involución, donde las rupturas constitucionales y las aventuras populistas han tenido mucho que ver, es bien elocuente. Pero más allá de las desconfianzas hacia sus actuales dirigentes es probable que la mayor parte de los argentinos de aquí y de ahora hayan esperado que este 25 de Mayo tan especial fuese más plural, menos conflictivo y sin una mirada tan sesgada de la historia como la que se desplegará el martes, con un desfile militar sin tantos prejuicios, con una convocatoria hacia todos para generar políticas de Estado, con menos dosis de conflicto y con un mayor compromiso de trabajo hacia lo que la Iglesia ha llamado la "cultura del encuentro".
Una vez más la esperanza vital parece haberse frustrado y lo ideal sería que no pasen 100 años más para conseguirlo.
Hugo Grimaldi
DyN