Después de mucho que hacer en materia de mitos, religiones, especulaciones metafísicas baratas, sin fundamentos profundos basados en una minuciosa observación de la naturaleza (léase filosofías), y “mil” cosmogonías ensayadas (inventadas) por los distintos pueblos del orbe de todos los tiempos, cabe ensalzar hoy, a la bienvenida y benefactora Ciencia Experimental que iluminó al mundo para cambiarlo porque “estaba mal hecho”.
La frasecita “mal hecho” es sólo un decir ya que, hoy sabemos, los que abrevamos en el conocimiento científico (astronomía, geología, biología, psicología, física, química, bioquímica y otras materias claves para entender el mundo), que el mundo no ha sido creado, sino que en el presente se trata de un momento de su constante transformación (momento en términos astronómicos, ya que el proceso cósmico demanda frioleras de lapsos de tiempo y no tuvo porqué haber tenido principio alguno).
Entonces, nuestro querido mundo, ¿sólo un momento de una eterna transformación? ¿Quién lo puede negar? Sólo los trasnochados creacionistas que hacen creer que el universo ha sido y es una ¡creación de la nada! (nada menos). Y aquí, en este punto, cabe afirmar sin lugar a equivocarnos, que dicho creacionismo es tan sólo una mera pseudociencia a años luz de la realidad, pues hasta al más nesciente le cuesta creer y aceptar que todo lo existente haya salido ¡de la nada! Y si inventamos a un dios creador, surge la capciosa pregunta: ¿de dónde salió este dios y qué diablos hacía antes de crear el mundo?
Para obtener un panorama más amplio y conciso sobre el tema, recomiendo abrevar en mis obras, a saber: La esencia del universo (segunda parte: El universo; Razonamientos ateos (Libro II, Tercera parte; y Cómo me convertí en ateo (Segunda parte, Sección primera).
La cosa, según mi óptica, no sólo viene de lejos, sino ¡de toda la eternidad!
¿De toda la eternidad? (Preguntará el lector). Si, de la eternidad, porque, después de todo, ¿qué somos nosotros, pobres piojitos en la inmensidad espacial y en el tiempo? Tengo también un libro escrito por mí, el último editado bajo el título de Mi visión de la vida y el mundo, donde en el capítulo XVI explico concisamente a mi manera, que el tiempo no existe, es sólo una ilusión, y que vivimos en un perenne ahora, pues lo del transcurso del tiempo es una ilusión.
Dejando atrás toda ilusión creacionista, debemos aceptar, hoy día, que ciertamente vivimos un instante de la eterna transformación de este Anticosmos (valga mi neologismo contrario a cosmos sinónimo de orden).
Pregunto: ¿qué pueden hacer con el universo (nada menos) los hoy por hoy, unos 6500 millones de “piojitos” pensantes autoclasificados como Homo sapiens que pululan por el planeta Agua (perdón, quise decir Tierra, pues sabemos que en su superficie hay más agua que tierra) léase seres humanos, (formados del humus de la corteza terrestre como todos los animales y vegetales)? Menos que piojitos, somos sólo una mota de polvo en nuestra galaxia y… menos aún, sólo “una partícula subatómica” en comparación con el universo entero, y… si lo pensamos mejor, ¡sólo una subpartícula! Esto es lo que somos.
Pero bueno, nos vemos de un tamaño considerable ante un piojo; pequeños ante un elefante; liliputienses ante una ballena azul, pero nuestro barrido energético entre las neuronas y quizás intraneuronal, nos hace ver enormes en materia de pensamiento. Podemos abarcar hasta la última galaxia avistada y concebir el universo como un todo, aunque, mi conjunto de neuronas que piensan me hace sospechar que más allá de la última galaxia observada, puede haber ¡más universo! ¿Hasta el infinito? ¿Cómo podemos negar eso nosotros, pobres piojitos (o subpartículas vivientes) que nos guiamos sólo por los conceptos de nuestro relativo cerebro?
Recordemos el mundo de antaño. Nos lo presenta la historia, cuando era plano, luego redondo con todos los astros girando a su alrededor; luego un planeta circundando al Sol centro de todo el sistema, y después el Sol descentrado rotando con otros soles en esa gigantesca rueda de estrellas que es nuestra galaxia, antaño tenida por única; más tarde, el descubrimiento de otras galaxias… y ahora, un tal Ladislao Vadas que sospecha que más allá del último conglomerado estelar puede haber ¡más universo!
Quién pretenda desmentirme, que presente sus argumentos de fuste, le estaré sumamente agradecido y admirado por su agudeza intelectual.
Por de pronto, en virtud de lo que les ha acontecido a los cosmólogos, desde los de antaño hasta los de hogaño, me veo compulsado a aceptar sin ambages la teoría de un mundo infinito tanto en el tiempo como en el espacio.
Retornando ahora al tema central del título de este artículo, me veo urgido a retomar el hilo del principio de este “cientificista” escrito.
Pienso, sin lugar a dudas, que el conocimiento científico fundado en las experiencias minuciosamente pensadas y ejecutadas, es básicamente el mejor de los motivos existenciales del hombre, porque desde allí podemos planificar todo nuestro quehacer durante nuestra vida en beneficio de nuestro futuro.
¿Sólo nuestro quehacer? Mas adelante veremos como también podemos replanificarnos a nosotros mismos.
Cuando digo “nuestro quehacer”, en este caso se trata de una especie de parque de diversiones identificado con todo el Globo Terráqueo, para que todos, absolutamente todos, personas y animales (no los patógenos), (respetando a los inconscientes vegetales útiles), podamos disfrutar de la vida y sus emociones; para que el, por alguien allá lejos en el tiempo ideado Paraíso Terrenal, pueda ser una realidad y no sólo una mera fantasía, un simple cuento bíblico para niños.
Mientras tanto, la santa Ciencia y la sana Tecnología racionalmente aplicadas, deben continuar avanzando hasta vencer todas las enfermedades habidas y por haber y suprimir todos los accidentes luctuosos, para hacer de este globo espacial, nuestra patria brillante en la negrura del espacio, un auténtico paraíso, y obtener así una vida más grata, y por eso me siento compulsado a aconsejar a todos los científicos honestos (ya que el bendito Internet fruto de la ciencia y la tecnología me lo permite), que sigan adelante, siempre adelante, porque la investigación científica que brilla ante la inmensa mole de las diversas pseudociencias es no sólo un excelente motivo existencial para aquellos que poseen esa vocación, sino también una noble tarea para cambiar este aún escabroso mundo, si no en un auténtico Edén como el soñado por un iluso bíblico, al menos en un lugar apacible, es decir manso, dulce y agradable entre las estrellas y planetas de esta, nuestra “lechosa” galaxia denominada Vía Láctea.
Ladislao Vadas