Luego de un excesivamente largo letargo, la Ciencia comenzó a avanzar de un modo firme, sostenido. Después cada vez más acelerado. Igualmente su descendencia: la tecnología.
Las experiencias que antes demandaban largos periodos, hoy se logran en tiempos cada vez más breves, gracias a la acumulación de datos y al instrumental científico, al punto que en estos últimos decenios su avance fue y es explosivo. Los periodos se fueron acortando de tal modo que el caudal de conocimientos que se podía obtener al principio, por ejemplo durante un siglo, luego se pudo lograr en la mitad de tiempo barriendo sin miramientos a todas las pseudociencias habidas y por haber. Más tarde se pudo hablar de décadas y hoy ya ni siquiera es posible dividir el avance científico-tecnológico en la era cuántica, del láser, de las sondas espaciales de las microcomputadoras o nanocomputadoras, etc. porque los vertiginosos adelantos se superponen y sorprendentemente la técnica es muchas veces obligada, en nuestros días, a rechazar proyectos aún no llevados a la práctica por haber sido superados ya por otros mejores.
Por su parte, los detractores de la Ciencia, que siempre han existido y existen, sobre todo en los ámbitos religiosos y filosóficos, no se han cansado de despotricar contra lo que despectivamente y con fines de minimización consideran como una más de las posturas del hombre frente a la vida. Sin embargo, no reparan en que todo, aún ellos mismos con su actitud anticientífica por vaya a saber qué resentimientos o prejuicios, caen bajo la lupa de la Ciencia Empírica y son estudiados como fenómenos producidos por la sustancia universal.
Paradójicamente estos mismos tenaces difamadores, cuando presentan un cuadro de salud deficiente, acuden presurosos a la Ciencia, en este caso a la ciencia salvadora encarnada en la medicina.
Desearía comprobar si un Unamuno o un Feyerabend, con un cuadro patológico, se dejarían morir o se resignarían a sufrir en lugar de acudir a un facultativo, ya que el uno descreía de la ciencia y el progreso, pretendía aferrarse a la ilusión de la inmortalidad dogmática y prácticamente insinuaba el retorno a la oscura Edad Media, mientras que el otro relativizaba el valor de la Ciencia para la humanidad y realzaba igualmente las cosas del pasado, como las tradiciones no-científicas.
Más, a pesar de todo, lo cierto es que mientras en el aspecto moral hay estancamiento en todo el orbe, en el campo científico se continúa verificando un arrollador avance, y éste es el único signo positivo para la humanidad. Y lo es, aunque parezca absurdo, porque finalmente la Ciencia tendrá que confluir con la moral, o más bien dicho la suprema conquista de la moral dependerá de la Ciencia Empírica.
¿Qué es esto?, se preguntará sorprendido el lector quizás esbozando una compasiva sonrisa, ¿acaso el autor se ha vuelto loco? Sin embargo, pronto comprenderá el significado.
Tengo plena conciencia de los peligros que encierra el conocer “demasiado” en manos de personajes inescrupulosos.
Sé que la Ciencia moderna puede constituirse en un arma de doble filo.
Conozco que muchos piensan en las sofisticadas armas aniquiladoras que pueden ser utilizadas entre naciones antagónicas; de los recelos de una manipulación genética que puede producir monstruos, nuevas enfermedades transmisibles e incontrolables; tal vez creación de razas humanas esclavas, etc.
¿Pero en qué campo no existen riesgos? También se criticaba la investigación nuclear, el invento del rayo láser, la exploración espacial, el propio manipuleo genético… etc., y sin embargo hoy se tiene provecho de todo esto en el uso pacífico y para el bien de la humanidad a años luz de toda pseudociencia.
La Ciencia Empírica descubre; el científico honesto, de vocación pura, no tiene la culpa si sus descubrimientos son luego mal empleados por los inescrupulosos. También son bien empleados por personas de buena voluntad y esto es lo positivo.
La imagen del “científico villano” de las películas es falsa y un descrédito para el sabio sincero. El “sabio loco” de las películas y la televisión, también es falsa y un descrédito para el sabio sincero.
¿Desastres ecológicos, contaminación ambiental, efecto invernadero, agujero de ozono… son todas consecuencias indirectas de los descubrimientos científicos? Puede ser, porque la mala tecnología los ha empleado desacertadamente, pero es también la sana Ciencia la que finalmente subsana los desbarajustes realizados por aquellos que emplean mal los conocimientos, de modo que no es jamás la Ciencia “la malévola”, sino el hombre, siempre el hombre con sus intereses creados, egoísmo, codicia sin límites, desaprensión, desidia, oportunismo y malicia.
Esperemos que alguna vez, abandone su malicia y patee toda pseudociencia y mal empleo de los recursos científicos, con el fin mejorar este calamitoso planeta que sin pensar en un utópico “paraíso terrenal”, promete ser mucho… muchísimo mejor, si hay buena voluntad del ser humano clasificado como Homo sapiens, transformado según mi consejo, en un Homo sublimis (Hombre sublime).
Ladislao Vadas