Hacía pocas horas que Juan Pablo II había arribado a Buenos Aires, proveniente de Gran Bretaña, supuestamente portando un mensaje de paz. Se había reunido con Galtieri en Casa Rosada, mientras que en la Plaza de Mayo lo esperaba una multitud. Si bien algunos portaban carteles aludiendo a la paz, llamaban la atención otras pancartas que decían ‘’Malvinas sí, Proceso no’’. Toda una afirmación contundente del sentir de mucha gente, que contravenía con lo que después se conocería como desmalvinización.

Esta contradicción también se hacía sentir en las mentes y corazones de muchos jóvenes provenientes de organizaciones católicas, quienes a lo largo de todo ese día mantenían con sus pares airadas discusiones.

La agenda del Santo Padre estaba muy cargada, dado que el paso por esta tierra era breve, pues debía partir al Vaticano en la mañana del domingo 13. Esa tarde ofreció una multitudinaria misa en Luján, a la cual asistieron alrededor de un millón de almas. Mientras esto acontecía, en Malvinas los británicos se aprestaban para lanzar el ataque final contra las posiciones defensivas argentinas alrededor de Puerto Argentino. En el Monte Longdon, el radar antipersonal Rasit efectuó un barrido y detectó sospechosos movimientos en los alrededores. Ante la novedad, alguien ordenó apagarlo de inmediato y no avisar a los soldados del RIMEC 7. Eran los integrantes del Tercer Regimiento de Paracaidistas británico, que se aprestaban para lanzar el ataque cuando el reloj diera las 21:00 hrs…

A las 20:00 hrs, un grupo de jóvenes integrantes de la Acción Católica de la Parroquia de San Telmo, sita en la calle Humberto 1º 340 de dicho barrio porteño, se reunía para luego concurrir a la Nunciatura Apostólica donde Juan Pablo II pasaría esa noche.

En Longdon faltaba poco para que se desatara el infierno. De un lado, los paracaidistas británicos pasaban revista a su equipo, del otro, los integrantes del RIMEC 7 sentían que esa noche sería distinta. Estaba en el aire que algo sucedería, y no sería nada bueno….

El dial en llamas

Ya luego de las 21 hrs, la espera en el atrio de la citada iglesia se tornaba tediosa. Entre los concurrentes, había un par de ellos que tenían más la cabeza y el corazón en lo que acontecía en Malvinas que ahí a pocas cuadras. Uno de ellos, Santos, le pidió a otro amigo que pusiera la radio para ver qué estaba pasando a miles de kilómetros más al sur. Cuando lo hizo, la voz metálica del relator anunciaba sin aspavientos que los británicos habían lanzado el anunciado ataque final. El monte Longdon, en ese preciso momento, era escenario de una cruenta lucha cuerpo a cuerpo bajo la mortecina luz de las bengalas.

Ambos quedaron mudos, con los ojos llenos de lágrimas. Al final de un par de minutos insoportables, Santos pudo articular un remedo de queja: “En este preciso momento, están muriendo soldados argentinos…Y nosotros acá, como unos boludos esperando….”

Y no pudo decir nada más, porque sobrevino en su rostro una catarata de lágrimas de furia…

Con el transcurrir de los años, caería en la cuenta que su reacción no fue en vano, ya que se enteraría que precisamente en esa noche se producía el mayor porcentaje de bajas argentinas, 29, frente a las 23 declaradas por sus oponentes. Estos se sorprendieron, dado que los colimbas argentinos los tuvieron a maltraer durante 11 larguísimas horas.

Precisamente, hoy se cumple un nuevo aniversario de este suceso. Y en Arana, sede del RIMEC 7, se hará como todos los años una ceremonia alusiva para honrar a sus caídos. A 28 años de esto, el amigo del conmovido Santos no se olvida de ellos. Y es quien escribe estas líneas. Vaya pues este escrito como homenaje a aquellos que cayeron en defensa de la soberanía nacional, por siempre.

Fernando Paolella