“De la ignorancia del pasado nace fatalmente la incomprensión del presente”. Marc Bloch
Este trabajo intenta dar una cosmovisión diferente —no por ello mejor— de la expresada por Luis Alberto Romero en el artículo “El espejo lejano del primer Centenario”, publicado en la “Revista de Cultura ‘Ñ’”.
Considero que muestra una realidad sesgada y con olvidos, que entiendo puede obedecer a la falta de espacio físico que le otorga el medio gráfico para desarrollarse en plenitud, aunque es probable que esa sea su concepción y “espeje” su ideología.
Centro mi análisis, en especial, en el fragmento en el que el afamado y respetado autor de la “Historia Social” afirma que “la nacionalidad de 1910 era plural, tolerante y liberal, no excluía a nadie y ponía en primer término las ideas de ley y patria”. 1
Es gratificante encontrar que, páginas después de la opinión de Romero, una línea de tiempo enuncia que en 1910 “los festejos se realizan en un año de altísima conflictividad social, con huelgas y protestas brutalmente reprimidas”. 2
A propósito, en un número posterior de “Ñ”, el lector Juan Carlos Lopacuk refuta algunos conceptos del autor de “Breve historia contemporánea de la Argentina” y se permite “poner en duda la nacionalidad tolerante y plural que describe Luis Alberto Romero”. 3
Me complace encontrar dos coincidencias que me avalan al sustentar que en la primera década del siglo pasado no hay pluralismo, ni tolerancia y se excluye a mucha gente. No es una verdad apodíctica, pero deja anclado que los sujetos sociales justifican su opinión desde su ideología (valores, intereses, creencias) y por ello, los historiadores se aglutinan en diferentes corrientes.
Por buena suerte, los historiadores no constituyen bloques homogéneos e inexpugnables. Hoy, cae el mito de la historia objetiva, neutra, apolítica y única.
Es una demostración más de que la historia es la política pasada, así como la política es la historia presente y se articulan dialécticamente.
Las herramientas del historiador, la subjetividad y los actos del habla
Grosso modo, el profesional de la historia “reconstruye” sus relatos a partir de la heurística y la hermenéutica. La primera, es el conjunto de testimonios probatorios de que lo que se dice es verdad (diarios, leyes, decretos, contratos, certificados de nacimiento, correspondencia personal, ropa, muebles, etc.). En tanto que la hermenéutica es la interpretación de los acontecimientos. Ambas están sujetas a “humanas” desviaciones.
El historiador, así como el periodista, ejecutan una acción consciente, controlable e intencional y producen un acto del habla en que el lenguaje es el arma leal y filosa con el que intentan convencer a alguien de algo. Según la “teoría de la intencionalidad editorial”, estaríamos ante un discurso de propaganda que deberían evitar quienes se muestran como imparciales. No es mi caso.
Además, un enunciado va más allá de una simple e inocente emisión de sonidos. El filósofo inglés John Austin considera que todo acto de habla contiene en sí mismo una tríada: 1. el acto locucionario o locutivo: decir algo, producir sonidos; 2. el acto ilocucionario o elocutivo: la fuerza al decir algo, la utilización de los verbos; 3. el acto perlocucionario o perlocutivo: el efecto que se pretende alcanzar por medio del decir.
Por ende, el acto del habla tiene un aspecto pragmático e interactivo: una finalidad social. Así se intentará percudir, convencer, informar, denunciar, exhortar, etc.
Bicentenario: ¿2010 ó 2016?
Si se toma como punto de partida fundacional el 25 de mayo de 1810, es correcto el festejo en 2010, pero no todos los investigadores coinciden con esta fecha como origen de la nación; ya que consideran que se proclama la Independencia el 9 de julio de 1816.
Gran cantidad de libros pululan este año tratando de explicar qué es la llamada Revolución de Mayo, aunque parece que existe más certeza de lo que no es. La polémica continúa abierta, simplemente está solapada porque se la quita de la “agenda setting” de los medios de comunicación. Se invisibiliza. Hoy, no es “valor noticiable”. Se lo usa y se lo tira. Ya no vende. Sin embargo, hay científicos que desoyendo al ex ministro de Economía Domingo Cavallo, no se van a lavar los platos y continúan sus estudios.
Señala José Nun, apoyándose en la idea de “festival” propuesta por el sociólogo Emile Durkheim al estudiar a los pueblos originarios de Australia, que el Bicentenario se concibe “como un gran momento de entusiasmo colectivo, de efervescencia de la sociedad, que la hace revisar sus valores y normas, que la hace cuestionar lo que se daba por descontado, que desrutiniza su cotidianidad y altera la mecánica de su reproducción”. 4
En la misma línea de ideas, dice —con cierta inocencia— el ex secretario de Cultura en mayo de 2005, que “nuestra apuesta es que, desde ahora, el Bicentenario se vaya constituyendo en ese gran momento de entusiasmo colectivo que nos permita replantearnos nuestros modos de construir la realidad y quebrar definitivamente la secuencia de las innumerables crisis que hemos venido padeciendo y que todavía sufrimos”. 5
Hoy, pasado el mayo del Bicentenario, el de los que eligen 1810 como inicio, se puede observar cómo —dependiendo de los intereses de cada sector de poder— se “construye” la realidad. Desde la aún hegemónica Buenos Aires se marca una división tajante que tiene como testigo de privilegio la ancha avenida 9 de Julio. De un lado y del otro se ubican los diversos actores sociales de acuerdo a sus intereses particulares. De la misma manera, los medios de comunicación “construyen” el festejo de acuerdo a su relación con el Gobierno.
Son al decir del historiador Benedict Anderson: “comunidades imaginarias”, que se unen en un hado común. Pero…¿están unidos?
Un poco de historia violenta e intolerante
No quiero remontarme demasiado al pasado. Escapa a este análisis un estudio exhaustivo de la violencia simbólica y material — en estos lares del Plata— antes de ese Centenario “plural” y “tolerante” que recrea Romero.
No faltan las visiones, siempre subjetivas, que tronan contra la violencia de la Junta de Buenos Aires encabezada por el jacobino Mariano Moreno. Por ejemplo, para José Pablo Feinmann “el héroe de la Resistencia [Liniers] murió víctima de un proyecto de nueva globalización que Buenos Aires estaba empecinada en hegemonizar a cualquier precio”. 6 Este filósofo considera que los juntistas incorporan a Buenos Aires a la modernidad capitalista, la quitan de las filas de España que es el atraso y la agregan al progreso encabezado por Gran Bretaña y Francia. Según él, se pasa del pacto colonial con España al neocolonial con Inglaterra.
Para otros autores, como Norberto Galasso, Liniers — entre otros— es el gestor de una contrarrevolución y justifican su fusilamiento en el paraje de Cabeza de Tigre, Córdoba.
También, el veneno está presente en nuestra historia: perecen ser sus víctimas Mariano Moreno, en 1811 y un año después, el obispo realista Benito de Lué y Riega.
Luego de la Batalla de Suipacha son fusilados en la Plaza de Potosí el mariscal Vicente Nieto, el capitán Córdoba y Francisco de Paula Sanz, acusados de alta traición.
La derrota del rosismo posibilita que las parciales plumas de los ganadores recarguen los atropellos en un solo bando. Y no hago apología de Juan Manuel de Rosas, simplemente entiendo –según mis subjetivos autores de cabecera— que la violencia empieza antes, continúa durante su fuerte gobierno y se perpetúa hasta hoy. Considero que vivimos en un país con enormes islas de intolerancia, cuasi imposibles de morigerar.
Señala Américo Enrique Piccagli que “con el asesinato de Virasoro se completa una lista de doce gobernadores federales víctimas del partido unitario, que se inicia con el fusilamiento de Manuel Dorrego gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1828, al que cabe agregar el de José Ignacio Bustos gobernador delegado de Córdoba en 1829, de José Corvalán gobernador de Mendoza en 1824, de José Benito Villafañe gobernador de La Rioja en 1830, de Pablo de la Torre gobernador de Salta en 1831, de Juan Facundo Quiroga gobernador de La Rioja en 1823, de Alejandro Heredia gobernador de Tucumán en 1832, del ex gobernador Villafañe de La Rioja, de José Mariano Iturbe tres veces gobernador de Jujuy y de Nazareno Benavidez gobernador de San Juan durante 18 años”. 7
No omite en su trabajo a los llamados “degolladores” de Justo José de Urquiza, ni las matanzas de Bartolomé Mitre, ni la opinión de su lugarteniente Domingo Faustino Sarmiento quien recomienda no “economizar sangre de gauchos”. Asimismo, Iturbe no deja en los paraísos de paz al “Restaurador”.
Otras corrientes históricas se ocupan de Rosas, la mazorca y el ajusticiamiento de Camila O' Gorman y Ladislao Gutiérrez, entre otros atropellos. Pero reitero, son escasos los estudiosos que subrayan los excesos del mitrismo. Contrario sensu, es constante el ataque a Julio Argentino Roca por la mal llamada y reprobable “Conquista del desierto”, mas ¿cuántos de los que quieren derribar su monumento saben qué dicta Mitre sobre los pueblos originarios? Proclama en 1852, en “La guerra de la frontera” que “para acabar con este escándalo es necesario que la civilización conquiste ese territorio (…) Jamás el corazón del pampa se ha ablandado con el agua del bautismo (…) el argumento acerado de la espada tiene más fuerza para ellos, y éste se ha de emplear al fin para exterminarlos o arrinconarlos en el desierto”.
Estado oligárquico y democracia restringida (1880—1916)
Salto algunos charcos de sangre y me focalizo en la llamada: “Argentina Oligárquica” 8, de “El orden conservador” 9 o, “La República liberal”, 10 en la que un considerable sector pequeño y terrateniente de la pampa húmeda obtiene “grandes ganancias con facilidad y poco riesgo”. 11
Ese Estado tiene una enorme dependencia de los mercados externos, léase: el Imperio Británico “que [ya] había condicionado gran parte de la historia económica y política de la Argentina del siglo XIX, [y amplía] su influencia a lo largo del próximo medio siglo. No le faltaba razón a [Maurice] Crouzet para juzgar (…) a la Argentina del primer decenio: ‘Argentina, <el sexto dominio británico>, es el ejemplo clásico de un Estado que disfruta de una independencia nominal pero que en realidad es la semicolonia de un país industrial: las fábricas de gas, los ferrocarriles, los tranvías, las grandes empresas frigoríficas, las fábricas de conservas, son de propiedad inglesa y son los barcos ingleses los que transportan a Europa (…) los productos agrícolas (…) que son exportados, y los que llevan a Argentina los productos manufacturados necesarios, ingleses en su mayor parte’”. 12
Este “gobierno mínimo” se subordina a las leyes impuestas por las naciones más poderosas y expansionistas, fundamentalmente al Imperio Británico. Queda la Argentina totalmente dependiente y marginal de la nueva economía mundial como mero productora de materias primas. Poco importa esta subordinación a las pocas familias que conforman la oligarquía y viven en el lujo supino. Son los beneficiarios de poseer las mejores tierras de la pampa húmeda con el mejor clima y no las obtienen con el sudor de su frente, ni mucho menos. Sus costos de producción son insignificantes en relación al costo promedio que rige el mercado planetario. Estas pingües ganancias se conocen como “renta agraria diferencial”.
La oligarquía ególatra no reinvierte en el país, sino que dilapida su fortuna. Sus caprichos y ostentaciones quedan reflejadas en anécdotas como la compra de títulos de nobleza, o la adquisición de vajilla en Buenos Aires que tiran al llegar a Europa después ser utilizada durante el crucero.
No forma parte de esta oligarquía parasitaria el campesino agricultor – en su mayoría inmigrante— que debe caer, debido a su falta de recursos económicos y contactos políticos, en el sistema de arrendamiento o de aparcería. Muchos, de modo similar a los inquilinos de los conventillos, carecen incluso de un contrato que los proteja de los abusos de los terratenientes. En 1911, una mala cosecha los lleva al endeudamiento, del que no pueden zafar pese a la buena racha del año siguiente. Al haber excedente de mercaderías, bajan sus costos.
Tan es así, que aproximadamente unos 2000 colonos de Alcorta, Santa Fe, se unen para solicitar mejoras. El movimiento se expande y se conocerá en la historia como el “grito de Alcorta”. Así “con la unión de los chacareros disconformes por los aumentos de los arrendamientos, las condiciones desiguales de comercialización y la imposibilidad de convertirse en propietarios, surgió la Federación Agraria Argentina, aún existente, que a diferencia de la Sociedad Rural, representaba a los pequeños y medianos productores agropecuarios”. 13
En su momento, hay quienes intentan comparar a estos chacareros de 1912 con el enfrentamiento entre “’El Campo” sojero y el “Gobierno K”, mas como bien fundamenta Néstor Muñiz, son incomparables el “grito de Alcorta” con los “gritos de la Avenida Figueroa Alcorta”. 14
En la Argentina del fraude electoral rige el proyecto de la “generación del
Es interesante observar cómo desde el discurso social las superestructuras hegemónicas “resignifican” las palabras: ¿Qué es un liberal en 1810?, ¿Y en la actualidad?, ¿Es lo mismo liberalismo nacional que oligárquico?, ¿José de San Martín es liberal?, ¿Domingo Cavallo y Carlos S. Menem son liberales?, ¿Es lo mismo nacional que nacionalista?, ¿Y tradicionalista?, ¿Es lo mismo un liberalismo económico que uno político?
Para el historiador de la Corriente Socialista o Provinciana, Norberto Galasso, “el liberalismo en Europa constituyó la expresión ideológica de una burguesía progresista que procuraba construir la Nación, modernizar las formas de producción, liquidar las rémoras feudales y propender al crecimiento y la democracia política. El liberalismo nacional o nacionalismo popular, en nuestra historia, persigue los mismos objetivos, no solo dentro de los límites de la patria chica, sino a nivel latinoamericano (…) el liberalismo oligárquico, en cambio, se centra en el liberalismo económico y esto significa –para un país que entra con retraso a la historia mundial— su supeditación económica y, por ende, política, a los países capitalistas desarrollados. Los liberales nacionales, por su parte, defienden las libertades políticas, pero proponen medidas económicas proteccionistas a favor de la industria, única manera de asegurar la democracia, que es la ‘libertad nacional’ en el sentido de soberanía política y económica”. 16
El liberalismo oligárquico propugna un modelo de desarrollo hacia fuera. Un teórico como Juan Bautista Alberdi, en su faz no proteccionista, considera que cuanto más civilizado es un país, más necesita depender del extranjero y se pregunta: ¿Qué nos importa a nosotros las botas que calzamos se fabriquen en Buenos Aires o en Londres? Juan B. Justo, desde el socialismo, cae en el mismo vicio al defender la libre importación. Seguramente otra corriente historiográfica opinará distinto del liberalismo y lo tildará de masón, antinacional, anticristiano y desestabilizador. Y otra, lo juzgará positivo para el país.
Para la filósofa Roxana Kreimer, el nacionalismo “propone una glorificación romántica del Estado Nacional centralizado (…) es autoritario, chauvinista y xenófobo. Busca, inventa y renueva a sus enemigos como excusa para la guerra y el imperialismo (…) muestra odio y resentimiento hacia sus vecinos (…) oprime a las minorías en nombre de los derechos que otorga a sus ciudadanos y se opone a la cultura, que se nutre de las combinaciones novedosas (…) atenta contra los valores universales de la dignidad humana, que consisten en mezclarnos unos con otros, respetando nuestras particularidades”. 17
Esta caracterización ofenderá a muchos lectores que se consideran “nacionalistas”, que en muchos casos se aproximan demasiado al “nazionalismo”. Para evitar confusiones, Arturo Jauretche habla de “pensar en nacional” y, en 1965, en el programa “La Gente” por Canal 7, justifica: “Aquí, el problema es ‘pensar en nacional’. Aquí hay cipayos y argentinos, hay cipayos rojos, cipayos blancos y negros. El día que seamos argentinos rojos, blancos y negros y no peleemos por nuestras diferencias, recién empezaremos a ser una Nación”.
El autor de “Manual de zonceras argentinas” no debe entenderse como xenófobo. Aclara Galasso, su principal biógrafo, que “’pensar en nacional’ (…) en una semicolonia como la Argentina [es] cuestionar el orden impuesto por el imperialismo, que no sólo es injusto y humillante sino que, además, impide toda posibilidad de progreso histórico, es decir, cierra el paso a una auténtica democracia participativa, al ascenso cultural y a las profundas transformaciones sociales (…) debe cuidarse de no caer en una peligrosa deformación nacionalista, según la cual debemos apelar, en nuestras reflexiones, solamente a las ideas nacidas en nuestro suelo rechazando, por foráneas, todas aquellas generadas más allá de nuestra fronteras (…) no puede desdeñar (…) a la vacuna de Sabin, ni privarnos de la música de Chopin o Beethoven, como tampoco renunciar a Gauguin y Goya o abjurar del automóvil y el avión (…) John W. Cooke afirmaba: ‘Las ideas no son exóticas, ni aborígenes, ni extrañas, ni vernáculas. Prácticamente, todas las ideas son exóticas, si nos atenemos a que no surgieron en nuestro ámbito geográfico (…) lo que hace que una ideología sea ‘foránea’, ‘extraña’, ‘exótica’ o ‘antinacional’ no es su origen, sino su correspondencia con la realidad nacional y sus necesidades. El liberalismo económico era antinacional no porque lo inventaron los ingleses, sino porque nos ponía en manos de ellos. El sistema corporativo fascista es malo, no porque haya sido implantado en Alemania o Italia, sino porque es retrógrado en cualquier parte y doblemente desastroso en un país dependiente. Pero las ideas que sirven para el avance del país y la libertad del pueblo son nacionales”. 18 (Continuará).
Néstor Genta
Bibliografía y reconocimiento de autores
1. Romero Luis Alberto Romero. “Estado, República y Nación. El espejo lejano del primer Centenario”. Revista de Cultura “Ñ”. Nro. 343. 24 de abril de 2010. República Argentina. p. 10.
2. S/A. Los hitos de 2 siglos. Revista de Cultura “Ñ”. Nro. 343. 24.04.2010. República Argentina. p. 14.
3. Loppack Juan Carlos. En Cartas de Lectores: Espejos diferentes del Centenario”. Revista de Cultura “Ñ”. 15 de mayo de 2010. República Argentina. p. 5.
4. Nun José. El Bicentenario como festival. En Debates de Mayo. Nación, cultura y política. Gedisa Editorial. Buenos Aires.2005.p. 14.
5. Ibid. p. 14.
6. Feinmann José Pablo. La sangre derramada. Ensayo sobre la violencia política. Grupo Editorial Planeta. Buenos Aires. 1998.p.166.
7. Piccagli Américo Enrique. La Argentina violenta y contradictoria. S/E. Capital Federal. 2000. p. 168.
8. Eggers Brass Teresa. Historia Argentina. Una mirada crítica. 1806—2006. Maipue. 3ra edición. 2006. Ituzaingó. p. 372.
9. Botana Natalio B. El orden conservador. La política argentina entre 1880 y 1916. Editorial Sudamericana. Buenos Aires. 5ta edición. 1998.
10. Romero José Luis. Breve Historia de los argentinos. Fondo de Cultura Económica de Argentina. 3ro reimpresión. 1999. p.113.
11. Eggers Brass Teresa. Op.Cit. p. 372.
12. Ramos Jorge Abelardo. Revolución y contrarrevolución en la Argentina. Historia de la Argentina en el siglo XX. Tomo II. Plus Ultra. República Argentina. 1965. p. 26/7.
13. Pigna Felipe. Las grandes huelgas.
http://www.elhistoriador.com.ar/articulos/movimiento_obrero_hasta_1943/grandes_huelgas.php
14. Muñiz Néstor. A propósito de un artículo de Felipe Pigna. Correo de lectores. Revista Zoom.
28 de abril de 2008
http://revista—zoom.com.ar/articulo2159.html
15. Eggers Brass Teresa. Op.Cit. p. 374.
16. Galasso, Norberto. Verdades y mitos de Bicentenario. Una interpretación latinoamericana. Ediciones Colihue. Buenos Aires. 2010.p. 114.
17. Kreimer Roxana. Patriotismo y nacionalismo. En Veintitrés. 27 de mayo de 2010.Manucorp. Buenos Aires. p.23.
18. Galasso Norberto. Imperialismo y pensamiento colonial en la Argentina.